Crítica de "Paradise is Burning": las cenizas de la inocencia ★★★ 1/2
Directora: Mika Gustafson. Guion: Mika Gustafson y Alexander Öhrstrand. Intérpretes: Bianca Delbravo, Dilvin Asaad, Safira Mossberg, Ida Engvoll. Suecia, 2023. Duración: 108 minutos. Drama.
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En un mundo donde los adultos, las presuntas figuras de autoridad, son tan disfuncionales como los menores, que campan a sus anchas como si no hubiera un mañana, o como si el mañana solo consistiera en alimentar un instinto de supervivencia que abre los ojos consumiendo comida caducada o colándose en casas con piscina, solo nos queda la esperanza de crecer juntos, de compartir rituales, de celebrar una ilusión de comunidad en la pobreza o el desamparo. La sueca “Paradise is Burning” parte de una situación muy parecida a la de la magnífica “Nadie sabe”, de Hirokazu Kore-eda: he aquí tres hermanas -de dieciséis, doce y siete años de edad-, que han sido abandonadas a su suerte por su madre desde hace meses, viviendo lo que tal vez sea su último verano como familia rota, bajo la amenaza de una inminente visita de los servicios sociales.
El objetivo principal de la película es respetar la mirada de esas tres hermanas, y en especial la de Laura (espectacular Bianca DelBravo), cuyo desesperado objetivo es encontrar una madre falsa que pueda engañar al sistema el día en que este decida poner orden en ese hogar en estado de demolición, tapizado por ropa sucia y camas a medio hacer. Ese trabajo con el punto de vista aleja a “Paradise is Burning” del realismo social al uso: el debut en el largo de ficción de Mika Gustafson está más cerca del cine de Andrea Arnold, Lukas Moodyson, Sean Baker o Larry Clark que de la poética serenidad del de Kore-eda.
Gustafson no está dispuesta a juzgar las decisiones de su heroína. La mira a la altura de los ojos, sin asomo de censura moral. Hay, por el contrario, una cierta admiración por su rebeldía, por su atolondrada inconsciencia, por su impulsividad, por la felicidad de los momentos compartidos con sus colegas -las conversaciones al borde de una piscina ajena, la celebración de la primera menstruación de su hermana- y, sobre todo, por sus carencias afectivas. La relación que Laura establece con una madre novata, a la que suponemos con depresión post-parto, es francamente enigmática, por lo que tiene de cariño contra-natura, gestado en la transgresión de las normas sociales y quebrado por una cuestión de clase, de estilo de vida, de compromiso con el sistema.
Es el corazón del filme, y también la línea argumental que revela las debilidades de las tramas asociadas a las otras dos hermanas, como si Gustafson se hubiera visto obligada a crearles a ambas un universo desolado para subrayar el desamparo que las une, aun en ese preludio a lo que se anuncia como una separación definitiva. Eso hincha el metraje, dispersa en exceso los focos emocionales del relato y sobrecarga la negrura del conjunto, aunque, hasta ese momento, la película ha mostrado el suficiente vigor como para representar lo que promete su título: un paraíso en llamas, que deja atrás las cenizas de la inocencia.
Lo mejor:
El potentísimo retrato de una adolescente desamparada, una superviviente nata.
Lo peor:
Las tramas secundarias no acaban de cuajar del todo en el corazón emocional del filme.