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Crítica: Una Ariadne humorística
Richard Strauss: «Ariadne auf Naxos». Cecelia Hall, José Antonio López, Lianna Harotounian, Gustavo López Manzitti... Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Director: Guillermo García Calvo. Director de escena: J. Anton Rechi

Esta ópera, estrenada en 1912 y corregida y aumentada en 1916, es realmente insólita, curiosa y compleja. Quizá por ello es una obra falta de equilibrio, de unidad y plantea no pocas interrogantes en cuanto a lo que quisieron decir verdaderamente el compositor Richard Strauss y el libretista Hugo von Hofmannsthal. La sorprendente estructura, con un prólogo –un modelo de comedia en música- y una ópera seria en estilo clásico trufada de apuntes de commedia dell’arte, no acaba de funcionar del todo. Pero la música es en muchos instantes de gran inspiración, ora scherzante, ora de una cálida y luminosa melodiosidad, muy propia del autor bávaro, que finalmente, sobre la poética de Hofmannsthal, acaba atrapándonos.
Como le ha atrapado a Guillermo García Calvo, que, tras duro trabajo, consiguió una estupenda prestación de los 39 músicos elegidos logrando una constante irisación tímbrica, unos contrastes magistrales, una hermosa pintura a la acuarela, que ilustra y colorea de forma excitante la curiosa narración. El director, de gesto abierto, claro, convincente y sugerente, alcanzó los requeridos tornasoles y dibujó con pericia cada acontecimiento musical y teatral. Contó con un equipo vocal bien elegido y cohesionado. Hemos de destacar en primer término a la soprano armenia Lianna Harotouniam, una lírico-spinto, más esto que aquello, de voz bien armada, carnosa, de excelente pasta; amplia y rotunda, con un Sol grave -en su gran aria- de excelente cuerpo y un Si bemol agudo como un cañón. Musical y expresiva en su canto.
En orden de méritos hemos de citar a Cecelia Hall, una mezzo lírica espejeante y plateada, de homogéneo sonido y fraseo bien esculpido. Apasionada lo justo como joven y entusiasta. Cantó con buena proyección y una sorprendente vena poética. A su lado brilló el cascabelero timbre de ligera con arrestos de Elena Sancho, que tiene bien ahormada la parte de Zerbinetta, que delinea y dibuja con gracia y donosura. Salió triunfante de la endiablada aria “Grossmächtige Prinzessin”, para la que quizá le faltara algo más de cuerpo. Salerosa y decidida.
Voz importante, aguerrida, anchurosa y compacta la del maduro tenor argentino Gustavo López Manzitti, antiguo integrante de Les Luthiers, de agudo pleno y certero, de amplio estuche. Afrontó la inclemente tesitura de Baco -con repetidas escaladas al La y Si bemol agudos- con el lógico esfuerzo pero con firmeza y musicalidad. Señorial, eficacísimo, como es norma en él, con el sano apoyo de siempre, José Antonio López, barítono de una pieza como maestro de música. En su punto como buen caricato el maestro de baile de Vicenç Esteve y ágiles, dispuestos, exuberantes, de acuerdo a la concepción narrativa, los “arlequines” -aquí flamencos- al mando del tan notable y compacto barítono Carlos Daza. Graciosas, bien cantadas y matizadas las Ninfas de las sopranos Sonia de Munck y Ruth Rosique y la mezzo Ana-Doris Capitelli. A muy buen nivel los más secundarios.
Queda por hablar de la dirección de escena de Rechi: todo un hallazgo bufo rozando el puro astracán. El problema es que la óptica general se ha vertido hacia al lado humorístico, con situaciones inventadas y forzadas, con experimentos a veces ajenos al texto; y a la música. Mecánicamente todo estuvo excelentemente medido y aquilatado. Pero envuelto, de principio a fin en la humorada gruesa, con llamada a una “troupe” de flamencos españoles, con lo que los episodios de la obra seria quedan aniquilados. Strauss admitía que la historia podría acogerse al género paródico o satírico; no a la caricatura absoluta. Y Hoffmansthal se tomaba el argumento muy en serio y daba un valor moral a la oposición entre los dos elementos del escenario y sobrecargaba el mito de sentidos: por un deslizamiento imperceptible del significado de las palabras. También habría que subrayar que la “prima donna” del prólogo y Ariadne no son un mismo personaje.
Quizá lo más discutible es otorgar una sexualidad equívoca a Baco, en contra de todo lo que debe significar: el personaje aparece vestido con ropajes más bien femeninos: una auténtica y afeminada caricatura, con gestos ostentosos hacia el público. Un despropósito, con lo que el dúo de amor pierde todo su significado dramático. Menos mal que al cierre Rechi tiene una magnífica idea: todos los personajes de Prólogo y Ópera aparecen reunidos al final.
Briilante. Han participado, por deseo del dueño de la mansión, en una aventura conjunta.
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