Cuando ellas fueron las primeras
Desde pioneras de la aviación hasta precursoras en el campo del arte, de la literatura, los negocios, el deporte, la música, el campo de batalla o los derechos sociales
Madrid Creada:
Última actualización:
No deja de resultar llamativo –y quien dice llamativo se refiere en realidad a sospechoso–, que cuando ponemos en práctica ese ejercicio de nostalgia impuesta y en ocasiones incómoda que conlleva pensar en cualquier acontecimiento que tiene que ver con el pasado y nos paramos a recordar la nómina de perfiles femeninos importantes que nos enseñaron en el colegio o el instituto cuando nos hablaban de historia, filosofía, arte o literatura, los nombres se condensen a muy pocos, en el mejor de los casos o directamente se reduzcan a ninguno, en el peor de ellos.
Unamuno, Baroja, Machado, Valle-Inclán, Azorín, sí. ¿Pero qué pasa con Carmen de Burgos, María Lejárraga, Sofía Casanova o María de Maetzu? También formaban parte de la Generación del 98, pero nadie nos lo dijo. Nietzsche, Ortega, Platón, Kant, Rousseau, Kierkegaard o Hume, fabuloso. ¿Y Rosa Luxemburgo, Simone Weil, Philippa Foot, Ayn Rand, María Zambrano, Hannah Arendt, Simone de Beauvoir, Lou Andreas-Salomé o Victoria Camps?
Poderosas pinceladas impresionistas las que dieron Monet, Pissarro, Renoir, Degas, Sisley o Cézanne. ¿Pero y las que trazaron Mary Cassatt, Berthe Morisot, Louise Catherine Breslau, Eva González, Marie Bracquemond o Cecilia Beaux? ¿No tienen la suficiente relevancia artística como para ser recogidas en los libros? El borrado históricamente sistemático de la mujer responde a un impedimento consciente de la máxima que defendía una pensadora feminista como Simone Parks: «Las capacidades se demuestran únicamente cuando se realizan». Y para eso no solamente nos tienen que dejar, sino que también es urgente plasmar a través de los libros, de los ensayos, de las exposiciones, de las obras, que fuimos capaces de hacerlo.
Por suerte, existen en la actualidad iniciativas de enorme valor simbólico como la llevada a cabo por la artista digital especializada en colorear fotografías en blanco y negro y «dotar de vida al pasado», Marina Amaral, y el historiador Dan Jones, quienes, a través de la construcción del libro «Pioneras» (Desperta Ferro Ediciones) reivindican el legado de infinidad de mujeres pioneras que dieron forma a nuestro presente y configuraron la poliédrica y amplísima forma de nuestro pasado.
Mujeres como Frances Benjamin Johnston, una de las fotógrafas más reconocidas de su época y considerada la primera fotorreportera del mundo que trabajó entre otros, para la revista Vogue y para cinco presidentes de Estados Unidos y cuya obra habla, entre otro compendio de cosas, de aquellas compañeras que rompían con las encorsetadas costumbres de la buena sociedad del siglo XIX; la exitosa periodista de Nueva York y pionera en el periodismo de investigación Nellie Bly, que batió el récord de la vuelta al mundo en 80 días y se situó a la vanguardia de las aventureras de los siglos XIX y principios del XX; Maggie Lena Walker, la primera afroamericana que dirigió un banco y fruto de su trabajo se convirtió en presidenta fundadora de la caja de ahorros St. Luke Penny, en Virginia o la libérrima y apasionada Aimée Crocker, una auténtica reina bohemia cuya desbordada efervescencia por la vida y los viajes la llevó a todos los confines del mundo hasta el punto de que sus hazañas fueron adoradas y reconocidas tanto en el extranjero como en su país de origen, Estados Unidos.
También pasean por esta galería visual de la justicia histórica nombres tan interesantes y determinantes para el devenir de los acontecimientos como los de Anna J. Cooper, una de las intelectuales más deslumbrantes de su época nacida como esclava en Carolina del Norte, Estados Unidos, en 1858. Su vocación académica le llevó a ser profesora, directora y administradora de escuelas y universidades y su obra más destacada, "A Voice from the South", es el texto fundacional del feminismo negro. O Evgenia Shajovskaia, pionera rusa de la aviación, emparentada con el zar Nicolás II, que se uniría a la Fuerza Aérea Imperial rusa durante la Primera Guerra Mundial y tras la Revolución de 1917 trabajaría para la policía secreta; Frances Clayton, una mujer preñada de coraje que vestía el uniforme y adoptaba el nombre de Jack Williams para luchar en el ejército de la Unión durante la Guerra de Secesión que, igual que muchas otras mujeres, tuvo que vestirse de hombre para poder alistarse y la singularísima Maud Wagner, portada del libro por su incontestable fuerza estética, apodada como la Dama Tatuada y reconocida como la primera tatuadora estadounidense en un tiempo en el que los tatuajes eran marginales en Occidente. Ella practicaba el método hand pocked (artesanal) y se convirtió en una auténtica estrella de circos, ferias y salas de juego, al más puro estilo Manolita Chen, pero con menos estilo descarnado y festivo que el marcado por un enclave como Arcos de la Frontera.
Todas ellas transitan por las páginas y las fascinantes fotografías restauradas de un libro cuyo reto unificado bajo el mantra «nada de tipos. Nada de barbas. No se admiten hombres», nos demuestra que para dignificar algo, basta con mostrarlo. "Queríamos que nuestro relato fuera amplio, que integrara lo conocido y lo desconocido, y lo cotidiano con lo extraordinario, usando la fotografía coloreada, y basándonos en una exhaustiva investigación histórica, para contar una gran historia sobre un mundo cambiante. Sin embargo, mientras trabajábamos, volvíamos constantemente a una única observación: no hay suficientes mujeres en él".
El resultado es un recorrido cronológico que narra la historia de la humanidad entre 1850 y 1960, y que está contada a través de las imágenes, vidas y experiencias de las mujeres. De las mismas que no nos enseñaron en el colegio, de aquellas cuyos nombres se olvidaron de citar, de mostrar, de significar, de todas las que borraron con el silencio y ahora vuelven a la vida con el color de sus imágenes y el relato épico de sus logros.