"Irati": hermosas y violentas leyendas paganas de la mitología vasca
El cineasta Paul Urquijo dirige un filme técnicamente primoroso en el que mezcla elementos de historia medieval con fantasía y ancestrales fábulas telúricas
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En la seductora arquitectura del mundo mágico que cimenta las bases ancestrales de la mitología vasca, existen criaturas de una belleza tan salvaje que la mayoría de ellas son incapaces de regirse por las reglas encorsetadas de la vida humana. El cúmulo de supersticiones y fábulas infladas, leyendas locales que solo podían transmitirse oralmente y estaban tamizadas por los límites de lo imaginado o cuentos que dilataban el grosor de los sueños de sus receptores (los niños, claro), contenían una riqueza cultural viva y cautivadora que ha permanecido silenciada. Y lo que es peor: poco trabajada.
Gigantes cubiertos de pelo que viven en lo más profundo del bosque y se encargan de asustar a los lobos para evitar que ataquen a las ovejas; criaturas antropófagas de un solo ojo cuya contraparte griega relacionaríamos de inmediato con ese Polifemo que secuestra a seres humanos para devorarlos en la misma cueva que utiliza como hogar; serpientes macho repletas de fuego que atraviesan el cielo dibujando una figura y cuya presencia está relacionada con el anuncio de la proximidad de una gran tempestad o bellísimas mujeres del agua que peinan sus largos cabellos con un peine de oro junto a los ríos y poseen forma humana a pesar de que sus pies puedan ser de pato, gallina o cabra, son algunos de los fascinantes personajes mitológicos que han colonizado el imaginario colectivo del pueblo vasco y que ahora, con el apasionamiento desmedido por la fantasía como motor principal y unas ganas considerables de reivindicar el patrimonio atávico de sus orígenes, Paul Urquijo consigue a través de "Irati", su último y epatante trabajo en términos técnicos y visuales, perpetuar la vigencia de los relatos que escuchaba de pequeño.
[[DEST:L|||"Cuando mis padres me llevaban al monte me contaban que había "basahaun", que en las cuevas vivía Mari y que los ríos estaban habitados por las "lamías"|||Paul Urquijo]]
"Cuando mis padres me llevaban al monte me contaban que había "basahaun", que en las cuevas vivía Mari y que los ríos estaban habitados por las "lamías". Siempre he tenido esa obsesión, siempre me han gustado los monstruos y siempre me ha apasionado la fantasía y la mitología. En "Errementari" –su primer largo– ya adapté un cuento más folklórico que mitológico podríamos decir. Sin embargo ahora me apetecía mucho contar una historia sobre una mitología, la vasca, que es muy telúrica, que está muy arraigada a la naturaleza y además quería hacer una peli medieval, demostrar que aquí también se pueden hacer grandes cosas", explica en entrevista con LA RAZÓN el cineasta alavés, especialmente virtuoso en eso de coreografiar peleas.
Y prosigue acerca de la novela gráfica en la que está inspirada la cinta: "En los noventa tenía un cómic que se llamaba "Los ciclos de Irati", de Juan Luis Landa y Joxean Muñoz que contaba la historia de Iñigo -o Eneko- Arista, caudillo del valle en ese protoreino de Pamplona y había una chica llamada Irati más vinculada al mundo mitológico y pagano. Ese cómic bebía de esa fuente original de cuentos que se han transmitido generación tras generación que también recogió un cura antropólogo, Jose Miguel de Barandiarán, de tal manera que hay un compendio que está registrado y forma parte de todos. Aquel cómic tenía un tono más juvenil, más estilo "Astérix" y sin embargo yo veía que los mimbres que tenía o los personajes principales me podían servir como vehículo para acceder precisamente a la importancia de esa fuente original y hacer mi propia tesis sobre toda esa mitología e historia medieval".
El hecho de que este relato situado históricamente en el siglo VIII (y salpicada de acontecimientos reales como la batalla de Roncesvalles o las relaciones con los musulmanes que predominaban en la zona de Tudela entre las familias protonavarras y los Banu Qasi) no solo beba de todo un compendio de tradiciones profundamente localistas sino que además esté rodada de forma íntegra en euskera, supone para Eneko Sagardoy, actor encargado de dar vida al primer rey de Pamplona -y enamorado de Irati, una joven asilvestrada y poderosa que además de dar nombre a la película y constituir uno de los enclaves más arcanos y mágicos de Navarra, vive en conexión directa con el bosque y lo natural-, un ejercicio honesto de representación.
[[DEST:L|||""Irati" no reivindica la mitología vasca, la representa"|||Eneko Sagardoy]]
"Esta película desde mi punto de vista no reivindica la mitología vasca, la representa. Habla de cuentos que nos contaron de pequeños, relatos naturales para nosotros y que son también para muchas personas una fe, incluso, una creencia. También para nosotros es lo más normal del mundo hacer películas en nuestro idioma, pero eso no quita que sea una excepción y todavía una gesta muy importante hacer películas de este valor de producción y ni te digo ya hacerlas en euskera. El hecho de que no me vengan películas referentes en el Estado de este tipo de películas y que compañeros productores, directores, actores que han hecho muchísimas películas me digan "¿cómo habéis conseguido hacer esto?" para mí ya es suficiente señal de que estamos como te digo, ante algo poco común", admite. "Recuerdo que cuando Paul, que literalmente es un oso de peluche, me habló por primera vez del proyecto me dijo: "esta película va a ser mucho más oscura que "Errementari" ya verás" y sin embargo vemos que en realidad "Irati" es una gran historia de amor entre dos seres totalmente opuestos que se entienden, que ceden, que empatizan a pesar de venir de mundos tan distintos. Ojalá tuviéramos hoy en día una historia similar entre los equivalentes de lo que podrían ser ahora Irati y Eneko", apostilla el polifacético actor de "Handia".
Como añadido a toda esa suerte de pequeñas excepciones que consiguen hacer de "Irati" una historia potencialmente valiosísima, está el papel que jugaron las mujeres en el acervo telúrico. Para Itziar Ituño, que representa en esta ocasión a Mari, la diosa principal del panteón de deidades vascas y una de las figuras centrales de la trama –que puede ser leída como la mismísima Madre Tierra–, eso del matriarcado vasco forma parte de un engaño.
"Mira siempre se ha hablado de un matriarcado vasco, pero es mentira. No existe a día de hoy. Es un bulo. Sin embargo quiero pensar que sí lo hubo antes, cuando se creía en las diosas, cuando la mujer tenía un papel dentro de lo social de poder y de respeto, porque recordemos que las mujeres eran las médicos, las curanderas, las parteras, las que tenían relación con la vida y la muerte. Esa capacidad y esa fuerza se trasladaba a la casa, a la etxekoandrea, pero el mundo mágico también lo controlaban las mujeres. Cuando en una casa había un viudo por ejemplo, el viudo no podía encenderles velas a los ancestros, siempre tenía que ser una mujer del barrio. Puede que aún queden vestigios de lo que fue una sociedad –yo creo– más igualitaria. Antes teníamos un peso mucho mayor, pero bueno, históricamente pasaron muchas cosas, el cristianismo avanzó y de hecho llegaron a quemarnos por brujas ¿no?", matiza convencida sobre otra leyenda, la de la fuerza natural de las mujeres vascas, que bien podría convertirse en realidad. Qué hermoso comprobar que en una época atropellada por el individualismo y la fabricación materialista de identidades, las narraciones mitológicas son capaces de extenderse lo suficientemente lejos como para que interpretemos la raíz de nuestros miedos, nuestras pasiones, nuestros sueños y oscuridades a través de ellas.