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Selvático animal

Depedro: «No soy una persona que esgrima banderas ni eslóganes»

El cantautor madrileño acaba de presentar su séptimo disco de creación, «Un lugar perfecto», que llevará por toda Europa. Habla de ese trabajo y de su extensa carrera

El cantante Depedro
El cantante DepedroJesús G. FeriaLa Razón

Hijo de española y peruano, Jairo Zavala (Madrid, 1973) eligió Depedro como nombre artístico porque le sonaba inmediato, cercano, familiar: «Exactamente –asiente–. De hecho, no lleva mi nombre porque en un principio no sabía si en este proyecto iban a formar parte más personas, que luego no fue así. Pero sí, no hay más. Todo el mundo conoce a un Pedro y tiene una relación estrecha, de dos pasos, para llegar ahí. Y la música que hago es familiar, parece que ya la has oído. No invento la pólvora, vamos. Sobre el origen del nombre tengo que fabricar alguna mentira más interesante –bromea–. Como hace el bueno de Bob Dylan, que nunca sabes si es verdad o mentira lo que está diciendo pero a todos nos da igual que nos mienta. Aunque, claro, no llegamos a su talento». Tiene Depedro un disco recién parido, «Un lugar perfecto», el séptimo de creación desde que hace ya más de tres lustros decidiera establecerse por libre después de formar parte de distintos grupos. La realización de este nuevo trabajo le ha llevado algo más de un año, «que es algo que contrasta con la inmediatez actual, en la que todo tiene que ser ya», asevera, y en su título se puede intuir que habla de un sitio que excede lo geográfico: «Sí, has dado en el clavo. Un lugar perfecto es casi un estado de ánimo en el que tienes la serenidad suficiente y el equilibrio para ser consciente de lo que pasa enfrente de ti, porque a veces hay demasiado humo y distracciones. Pero el que quiere mirar un poco más, aparte de ver, sabe que en el proceso está lo interesante». No queda claro cuál sería el género musical en el que se mueve este artista, pues bebe de varios. ¿Mestizaje de autor, quizá? Le pido que se etiquete: «Yo me etiqueto diciendo que hago canciones. Es canción de autor, al final. No tengo problemas con las etiquetas porque si ayuda a alguien a encontrar un asidero para escuchar mi música, bienvenido sea. Sí que hay muchos colores que visten las canciones y que vienen un poco a remolque de mis circunstancias personales, de lo que he escuchado de niño y de los viajes que he tenido la suerte y el privilegio de hacer. Porque he tocado en todo el planeta con muchísimos músicos y eso se acaba deslizando entre las líneas de las canciones. Pero, al final –prosigue–, son canciones que se pueden defender con una voz y un piano o una voz y una guitarra. Mi obra tiene mucho de la música popular, del folclore. Esa es mi ambición, un poco desmedida: intentar que mis canciones suenen a música popular, que creo que es el halago mayor que puede haber. Que pases por un parque y unos chicos estén tocando una canción tuya con la guitarra».

Separar al artista de la persona

En esta época en la que la corrección política constriñe inevitablemente al creador, Jairo afirma que el único amo al que rinde cuentas es a su ambición artística: «No he tenido nunca una autocensura mental para decir lo que pienso. Tampoco soy una persona que esgrima banderas ni eslóganes. Creo que el cambio potente a nivel personal y social está en uno mismo y en generar un entorno lo más cordial y cariñoso posible como para que se produzcan cambios pequeñitos a tu alrededor. Una frase de mi disco anterior dice “todo el mundo exige un cambio pero nadie quiere cambiar”. Siempre he escrito lo que he querido, pero sí que ha pasado el filtro de mi ambición artística, que esté lo mejor escrito posible». Y respecto a la cultura de la cancelación, ¿Woody Allen es mejor o peor director en función de lo que hace fuera de sus películas? «Creo que no –responde en el acto–. Pero intento no conocer al artista y quedarme con la obra. Ahora tenemos muy fácil el acceso, pero cuando éramos chavales te imaginabas cosas pero no sabías nada. Hay escritores que históricamente eran profundamente antipáticos o asociales y a lo mejor no te hubieras tomado ni un café con ellos, y luego se ponían a escribir y te han hecho sentir cosas que no has tenido oportunidad de experimentar con otras lecturas».

«Por el camino he sido camarero, limpiacristales, lo que hiciera falta. Pero tuve suerte porque a partir de los 19 años empecé a ganarme las habichuelas con mi guitarra»

Depedro

La música de Depedro tiene influencias de todo el mundo, en efecto, pero él es de Madrid (se crio entre Aluche y Carabanchel) y la infancia y la adolescencia son poderosísimas. Tras haber recorrido el mundo con distintas giras, ¿qué importancia tiene su ciudad en su obra? ¿Ser de barrio es importante para un artista, marca? «Para mí ha sido un valor añadido y me ha definido y construido, aunque llevo muchos años fuera del barrio. Pero me lo dices y no me siento ajeno. Eso forma parte de mi discurso diario. Ha sido una parte muy importante de mi construcción personal. Se me ha quedado grabado –prosigue– que formo parte de la mayoría, que es gente que puede tener unas historias muy interesantes que contar. A veces no hay que mirar a lo fabuloso ni a lo extraordinario para encontrar historias que te conmuevan. Y eso me ha dado una mirada acostumbrada al tropiezo y a las carreteras secundarias. Y a saber apreciar de dónde se viene y cuánto cuestan los objetivos y qué importante es el proceso. Porque el llegar, el llegar, el llegar, enseguida, te deja vacío. ¿Qué vas a hacer después?». Jairo fue músico de Amparanoia y gracias a su intervención se unió al grupo estadounidense de indie rock Calexico, con el que giró durante años. ¿Ha sido Amparo Sánchez determinante en su trayectoria musical? «Desde luego –admite–. Ha sido maestra y, sobre todo, un apoyo. Una persona que ha creído en mí y me ha dicho “tú puedes”. Es tan importante que un amigo confíe en ti y te dé su respaldo emocional, que la estaré eternamente agradecido. Y no soy el único al que ha enseñado, ayudado y ayudará. Eso la define como la gran artista que es». No es esa la única deuda artística contraída. Los miembros de Vetusta Morla le animaron a lanzarse en solitario en un momento en el que no tenía claro por dónde debía tirar: «Sí. Siempre les agradeceré que hice de telonero de ellos cuando no mucha gente los conocía y fue el primer concierto que di como Depedro. Ellos se iban a separar, porque nadie les hacía ni caso, pero querían grabar un disco y dejar plasmado lo que hacían. Yo toqué en ese concierto de la sala Caracol en el que recaudaban dinero para grabar su disco, que se llamó “Un día en el mundo”, y el resto es historia».

Jairo no termina de asimilar lo bien que le ha tratado la vida desde que fundó Depedro: «No me creo todo lo que he hecho y con quién he tocado y adonde ha llegado mi música, a qué cantidad de países. Ha reafirmado el tópico de que la música es un lenguaje universal y un vehículo maravilloso que te acerca y sensibiliza con diferentes culturas, opiniones y miradas. Y si tienes la curiosidad necesaria, te enriquece muchísimo. Te llena la maleta de un montón de ritmos, olores, sabores, letras, poesías y miradas diferentes. Los resultados han excedido cualquier sueño que pude tener, aunque yo, en un momento dado, supe que quería ser músico. Por el camino he sido camarero, limpiacristales, lo que hiciera falta. Pero tuve suerte porque a partir de los 19 años empecé a ganarme las habichuelas con mi guitarra».

LA META EN CADA PASO

Por Javier Menéndez Flores

La libertad era el cromo más difícil del álbum, risas como bombas en el televisor, bugas y chozas cinco estrellas sólo al alcance de los mayores. La infancia ofrecía a cambio el consuelo de la amistad sin intereses ni letra pequeña, aquella isla del tesoro en la periferia caníbal de un Madrid que estrenaba el traje crecedero de la democracia. Y Blas de Otero con la sangre al borde de la boca, una sangre espesa como una esperma roja represada, mientras Jairo, aún sin patillas, lidiaba con las tracas igual que quien se bate en duelo con Goliat. Y en la selva morada de Aluche, segada en dos por el machete de la calle Illescas, con su ría brava y su trasiego de alientos, la frustración tenía el rostro de un balón que se empeñaba en enredarse entre los pies. Pero las ganas, tantísimas ganas de tanto, de todo, se las ingeniaban para que vencieras a cuantos túneles te salían al paso.

Quién dice que las vacas no pueden ser azules, a ver. Y vinieron tiempos que ni siquiera la sibila Dylan fue capaz de vaticinar. Solo que tú ibas provisto de chaleco antibalas y sobreviviste a todos los tiroteos. Y a la furgo de Calexico, en la que está prohibido prohibir, te subiste de un brinco porque uno encuentra a sus hermanos verdaderos donde menos imagina. Aprender, mezclarse, intercambiar pasiones e imposibles, en fin, debería ser algo obligatorio.

(En la Panamericana, ese sendero de asfalto en el que el drama y la ilusión juntaron sus bocas para siempre, hay dos lenguas que se cuelan en todos los sueños y en cada pesadilla. Te amo, mi vida, incalculablemente, desde la intratable Alaska hasta los tobillos ásperos de Chile, y ni el tapón del Darién, selva impenetrable, verde sumo, va a deshacer nuestro abrazo. Sabía que Luz Casal guardaba un tesoro en la garganta, pero cuando cantó mis versos mirándome a los ojos comprendí que los mayores ditirambos serían insuficientes para darle las gracias. Y aúlla Santiago Auserón como el viento mientras le envío un burofax a Amparo para que conste en papel que aquí estoy para lo que mande, aunque sea ponerle a la luna inalcanzable en bandeja. Y hubo un día en el mundo en el que cené largo con Vetusta Morla y vi cómo sacaban la cabeza del agua y se propulsaban hacia las estrellas).

Hay quienes atesoran en el paladar el eco de manjares y vinos estupefacientes. En el de Jairo, que es el tuyo si lo quieres, se levanta un edificio habitado por el folclore latinoamericano, el jazz, Led Zeppelin, las músicas africana y brasileña y las letras de todos los poetas que inventan universos para huir de este planeta tan fiero. Y cada vez que Serrat canta sus historias inmortales se le abre el corazón como una fruta loca y la sangre comienza a hervir.

Alguien te dijo en una cantina de un pueblo remoto de México, o tal vez fuese en Marrakech o en Varsovia, que lo crucial es el viaje, que no hay otro destino que apurar cada instante con la avaricia de los amantes condenados a separarse al cabo de una noche que dura un segundo. Que cada cual haga sus cuentas, pero tus mayores activos son la familia fundada, los amigos de la infancia y unas cuantas guitarras que chapurrean todos los acentos.

(El otoño lo pueblan héroes que se desangran y diciembre, torvo balcón, siempre es pasado mañana. Coque, hermano, haz que todo este frío se vaya, déjalo ir. Llevo puesto mi traje de miel y no voy a consentirle al reverso del sol que me arrastre a su osario. Los lugares perfectos sólo ocurren en la cabeza, lo sé, pero tengo las ganas intactas y todavía conservo la mitad de mis siete vidas. No sé de otra droga que la de la carretera ni de otra bandera que la del escenario. Aún lloro y me río con fuerza. Aún busco la canción redonda. Aún tengo sed.)