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El #MeToo deja a Hollywood sin sexo

Hoy sería impensable que nadie en Hollywood firmara un thriller parecido a «Melodía de seducción». Todos los analistas coinciden en apuntar a la influencia del #MeToo.

Kim Basinger se convirtió en un mito erótico tras su interpretación en «9 semanas y media» (1986)
Kim Basinger se convirtió en un mito erótico tras su interpretación en «9 semanas y media» (1986)larazon

Hoy sería impensable que nadie en Hollywood firmara un thriller parecido a «Melodía de seducción». Todos los analistas coinciden en apuntar a la influencia del #MeToo.

La alarma sonó desde las páginas de «The Washington Post»: el sexo, vencido y desarmado, desaparece de las películas de Hollywood. La antorcha del erotismo queda en manos de los cineastas europeos y orientales. En EEUU, en el país que antes del código Hays, vigente de 1930 a 1968, ensayó toda clase de guiños amatorios en las películas, y que después de su abolición abrió las compuertas a la generación de «toros tranquilos y moteros salvajes» que liquidó el sistema de estudios, no hay ya atisbo de carne. Ni siquiera se permiten las aproximaciones saneadas, ochenteras, con estética y corazón de videoclip, tipo «9 semanas y media» o «Instinto básico». No digamos cartuchos de dinamita como la revisión de «El cartero siempre llama dos veces» o la turbadora «Perros de paja».

Hoy sería impensable que nadie en Hollywood firmara un thriller parecido a «Melodía de seducción». Todos los analistas coinciden en apuntar a la influencia del #MeToo. Después de décadas de abusos, de productores con las manos largas, directores acostumbrados a regalarse todos los caprichos, compañeros masculinos con tendencia a sobrepasarse en el plató y guiones repletos de escenas de cama sin más justificación que servir como cebo en taquilla habríamos desembocado en la era de las actrices conscientes de sus derechos y dispuestas a hacerse respetar en los tribunales.

La cara B de todo esto es que cala la idea de que las víctimas no habrían acudido a los tribunales para salvaguardar sus exitosas carreras, que algunas de ellas preferían mantener relaciones que en ocasiones duraron años con monstruos tipo Harvey Weinstein antes que poner en peligro la posibilidad de acumular mansiones, cochazos y Oscar. Edward Helmore, en «The Guardian», apunta otra razón: las actrices más cotizadas obtienen pingües beneficios de sus contratos con marcas de ropa y perfumes, que «requieren de una cuidadosa preparación y mantenimiento de la imagen. Tener tu última escena de sexo diseminada por todo Internet» –por mucho que se trate de una ficción– «no parece reforzar la imagen de la sofisticación». Finalmente, como apunta Helmore, Hollywood ya no divide su producción entre multimillonarios «blockbusters» para adolescentes y dramas de tamaño medio para un público adulto.

Todas las obras deben de llegar a todo el mundo, de 0 a 90, mujeres y hombres, progresistas, conservadores, homosexuales, heteros, activistas o no, cultivados o analfabetos, etc. Introducir escenas de contenido erótico garantiza una calificación restrictiva. Limita el número de potenciales clientes. Asunto distinto es preguntarse por las razones que llevan a considerar como inapropiadas las escenas de amor al tiempo que la industria y la sociedad aprueban con absoluta naturalidad que los menores disfruten con escenas ricas en decapitaciones, tiroteos, apuñalamientos, explosiones y etc. En la pugna eros v. tanatos el primero circula por las catacumbas y el segundo manda en el «prime time».