
Guerra de Ucrania
Hay un coronel Kurtz en el Valle de Arán
Juanma Arizmendi dirige «Mercenario», un extraordinario documental sobre una de estas figuras en Ucrania

Hay más coroneles Kurtz en la cola de los supermercados de los que imaginamos. Lo que pretende «Mercenario», espléndido documental de Juanma Arizmendi que hoy se estrena en Movistar Plus +, es abrir las páginas del diario íntimo de uno de esos Kurtz anónimos, soldados a sueldo adictos a ese instinto de supervivencia que despierta toda contienda bélica, y que las leamos con él, escuchando su voz, atentos a su angustia y a sus contradicciones. Su guerra es la de Ucrania, y de paso entendemos cuál es el papel de los mercenarios en un conflicto que no apela a su patriotismo sino a un estilo de vida nómada, rentable y que adora el peligro. Podría haber sido deportista de élite, monitor de esquí, ganadero o dueño de un bar en Valle de Arán, pero Joan Estévez «Espinosa» decidió reinventarse, crearse una nueva identidad en unidades de élite del ejército español y en la legión extranjera francesa para huir de sus propios miedos, un pozo del que solamente parecía posible escapar a la carrera y con una granada en la mano. El mejor destino para desaparecer del mapa y ganarse la vida parecía Ucrania.
La fotoperiodista Anna Surin-yach, amiga de la infancia de Estévez, le animó a grabarse durante sus meses en el frente. De ahí, nos cuenta Juanma Arizmendi, surgieron ocho horas de audios que el mercenario envió al mundo como mensajes en una botella, y muchas más de vídeo que documentaban las guardias y los tiempos de espera, pero también las emboscadas, los tiroteos, el duelo por los compañeros abatidos en la batalla. Es entonces, a su vuelta de Ucrania, cuando Estévez está intentando readaptarse a una realidad que no entiende y que en el documental empieza a tomar forma. En ese sentido, «Mercenario», que lleva por subtítulo un significativo «en las trincheras del siglo XXI», resulta atractivo al menos por tres razones. En primer lugar, por ofrecernos la oportunidad de vivir desde dentro una guerra que, con la llegada de Trump al poder, parece haber retomado un papel central en las estrategias geopolíticas de las relaciones entre Europa, Rusia y los Estados Unidos.
En segundo lugar, por colocar en el mapa a la desconocida figura del mercenario, ponerle cara y ojos a una leyenda urbana, mostrarnos que existen y están entre nosotros, dar a conocer cómo trabajan. En tercer lugar, por regalarnos un implacable autorretrato de un hombre al borde del abismo. «No hay películas que describan esto. Las películas se quedan cortas», espeta Estévez en una de sus confesiones a cámara. Si en su expedición a Ucrania, la cinta explota su estructura de videoblog, también potencia la dimensión inmersiva de los formatos videolúdicos. La guerra es un «shooter» en el que el jugador acaba pisando cadáveres, pero también es un campo minado de oportunidades de negocio. «Ucrania es como el Barcelona Mobile de los mercenarios», exclama Estévez. Esa afirmación tan gráfica ayuda a entender la cara apátrida de un oficio adrenalínico, que busca el anclaje emocional en un sentido de la camaradería que muchas veces supera la fuerza de lazos familiares o amorosos.
Desconcierto y ansiedad
Estamos acostumbrados a ver películas bélicas en las que los soldados regresan a casa y no saben readaptarse a la vida cotidiana. Títulos tan representativos del género como «The Hurt Locker» o «El francotirador» han mostrado cómo el veterano de guerra es incapaz de descifrar la realidad como lo hacía antes, como lo hace la gente corriente. A veces ese cambio radical de códigos a la hora de percibir lo que nos rodea está asociado de un impulso irrefrenable por volver a la escena del crimen, una adicción a habitar un escenario de violencia extraordinaria que solo pueden colmar militando en otra guerra, escuchando los cantos de sirena del dinero que ganarán. No es una adicción abstracta: un hallazgo del documental es haberse abrazado al relato en primera persona –con puntuales excursiones a la visión externa de los padres del protagonista– para ser completamente honestos con el punto de vista de Joan Estévez, con el que compartimos la ansiedad y el desconcierto de no saber qué camino tomar en su vuelta al hogar.
De las imágenes grabadas en el Valle de Arán, cuando Estévez duda en si retomar su trabajo como mercenario o sentar la cabeza, se confirman las palabras de Juanma Arizmendi cuando confiesa lo difícil que fue gestionar a veces a Joan. Tanto, suponemos, como a él le resulta sobrellevar las consecuencias del estrés postraumático de una guerra que se ha cobrado ya miles de muertos, sin esperanzas de ver la luz al final del túnel. Acuérdense del coronel Kurtz, que emergía del corazón de las tinieblas como un dios maldito. No había redención para él, como tal vez no la haya para todos los que entienden la guerra como una solución, no como un problema.
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