Jet set

El lujo silencioso:¿quién se esconde en el valle de Arán?

La estación de esquí de Baqueira Beret se ha convertido en el destino donde las familias más adineradas pueden dejarse ver o solo ver sin miedo a ser visto

El rey Felipe VI en la estación de esquí de Baqueira-Beret, en el pirineo catalán, durante una jornada de esquí
El rey Felipe VI en la estación de esquí de Baqueira-Beret, en el pirineo catalán, durante una jornada de esquí Javier CebolladaAgencia EFE

Piense en un apellido célebre, distinguido, lustroso o Grande, pero con mayúscula, como el de los nobles españoles de mayor rango. Piense en esos grandes patrimonios, pero a lo grande, de esos que encabezan, millón arriba, millón abajo, cualquier ranking de personas ricas. Ahora sitúelas en algún destino esta Navidad. Si le indicamos el color, blanco, seguro que lo tiene claro: el Vallé de Arán, en los Pirineos, la joya de la corona de las grandes fortunas para relajarse durante las fiestas. ¿Es la influencia de la conformidad o qué tiene que lo hace tan especial?

Los duques de Lugo, La infanta Elena y su esposo, Jaime de Marichalar, junto a sus hijos, Victoria Federica (izda), y Felipe Juan Froilán (2 dcha), en la estación de esquí de Baqueira Beret
Los duques de Lugo, La infanta Elena y su esposo, Jaime de Marichalar, junto a sus hijos, Victoria Federica (izda), y Felipe Juan Froilán (2 dcha), en la estación de esquí de Baqueira BeretLAURENT DOMINIQUEAgencia EFE

En este crisol, helado buena parte del año, confluyen varias peculiaridades que hacen de Arán una cita obligada. Secularmente estuvo más comunicado con Francia que con España. Hasta la construcción del túnel de Viella, en el Pirineo central, promovida por el régimen de Franco en 1948 y perfeccionada por el nuevo inaugurado en 2007. Por otra parte, Arán es catalán, pero las aguas que nacen en las montañas que lo han convertido en mito mueren en el Atlántico francés. Los araneses hablan una lengua de controvertido origen, no catalana, con algo de gascón, un poquito de piamontés, mucho de occitano y aquitano, y de vasco quizás, atemperados todos por la convivencia pacífica con el castellano, el catalán y el francés.

Arán también goza de un clima pirenaico, sí, pero asomado al océano galo, garantía de precipitaciones, verdor y nieve, tornándose un Shangri-La paisajístico, arquitectónico, lúdico y gastronómico. Con su inconfundible aroma místico, sus propias instituciones y su extraño magnetismo de lugar diferente.

Por discreto, fue el enclave elegido tradicionalmente por lo más florido de la burguesía catalana (y del sur de Francia) para aprender a esquiar. Nuestro Nobel Camilo José Cela elevó a Arán a la categoría de lugar universal, coincidiendo con la inauguración de la estación de Baqueira Beret, en la que poco después asentarían sus reales Don Juan Carlos, Doña Sofía, sus hijos y otros miembros de la Familia Real Española.

Una cabaña para los Reyes

Después de dificilísimas negociaciones, el primer remonte se inauguró en 1964, gracias a su primer director, Luis Arias, y a su primer presidente, Jorge Jordana. Poco después, se le cedió a la Familia Real un coqueto y tradicional chalet en el exclusivo paraje de La Pleta (Lleida), que le dio a esta tierra un valor añadido multiplicado casi hasta el infinito.

Era más que previsible que comenzase el desembarco. Alrededor de la Familia Real fueron asentándose tanto parientes directos como políticos, cortesanos de una inexistente corte, amigos, empresarios, financieros, famosos y gente de la farándula. Y todo el mundo se benefició. Favoreció, en primer lugar, a lo más granado de la heráldica catalana de toda la vida: Oriol, Serra, Raventós, Godó, Samaranch. Además de ser viejos conocidos y amigos de la Familia Real, tenían intereses en la zona y estaban profundamente agradecidos por el decisivo empujón que la Zarzuela dio a la zona. A ellos se fue uniendo todo el que pudo. Baqueira Beret, aunque se iba convirtiendo en un sitio exclusivo y, por tanto, excluyente, era y es el lugar donde ver, verse, dejarse ver, hacerse ver e incluso invisibilizarse. En eso, como en otras cosas, Baqueira no defrauda.

El presidente del Gobierno, José María Aznar y su esposa, Ana Botella, en las pistas de la estación de esquí de Baqueira Beret
El presidente del Gobierno, José María Aznar y su esposa, Ana Botella, en las pistas de la estación de esquí de Baqueira BeretLAURENT AISAgencia EFE

Es un paraje cómodo y ordenado. Tranquilo, burgués, soberano y dueño de sí mismo con una economía fraguada en los cada vez más sofisticados negocios hosteleros de gente de todas las finanzas y todas las latitudes, pero sin borrar a los payeses de recia y sobria cultura agropastoril milenaria que han visto cómo sus propiedades se revalorizaban hasta lo inimaginable.

Los cachorros de la neo jet set, como los Aznar o los Bono, habituales en el chiringuito Moët, encontraron aquí su refugio. Ese país mágico y misterioso se fue individualizando, convirtiéndose en un maravilloso espectro visible entre la niebla del atardecer, cuando la vida languidece en las urbanizaciones de la alta montaña y entra en ebullición en los pueblos del valle.

Su exclusvidad es contagiosa

Ya no es Baqueira Beret, ni Baqueira, ni siquiera el Valle de Arán. Ahora es el Valle. Ese valle único por antonomasia, por excelencia. Que contagia su exclusivismo a todo aquel que se quiera diferenciar de la masa turística amorfa y pueda permitírselo económicamente. Eso si antes es aceptado en este complicado paraíso de poderosos en el que aún pesa más el apellido que la hacienda o el caudal monetario.

Belén Rueda y su hija Belén Écija esquiando
Belén Rueda y su hija Belén Écija esquiandoInstagram

En el Valle se esquía, claro, se practica senderismo (menos). Se amplía el círculo de amistades, se liga, se conciertan matrimonios y orquestan bodas. Se distancia uno de su pareja (si era el momento de ello), se hace negocio, se rompen viejas amistades y sociedades y se sellan otras nuevas. Es un «walhalla» (templo) donde relajarse, evadirse o encontrarse con uno mismo, desnudo y sin tapujos, en una galaxia hostelera razonablemente asequible. Hasta la gastronomía milenaria de este Pirineo alpino asomado al vendaval húmedo del Atlántico ha sabido adaptarse a este rompeolas geográfico, étnico, cultural y culinario.

Aunque hace ya tiempo que Don Juan Carlos no lo visita, su hijo, Felipe VI, ha tomado el testigo y se deja ver en Baqueira, mostrándose a menudo cálido y cercano. El chalet de montaña de La Pleta sigue a disposición de la Familia Real. Incluso ha sido utilizado por Iñaki Urdangarin y su novia, Ainhoa Armentia.

El nuevo desembarco de la Zarzuela ha supuesto un revulsivo para el Valle. No fallan los clásicos, como Beltrán Gómez Acebo, Alfonso de Borbón y Eugenia Silva, Mar Raventós, los Oriol, Luis Medina, el duque de Albuquerque y Blanca Suelves, Valls Taberner y su hija Cristina, los Vilá Sagnier, los Entrecanales, los Serra Farré. Sin olvidar a la familia Ybarra, representante de esa alta burguesía vasca que siempre ha sentido devoción por el Valle.

Si tomamos estos nombres como los astros de este privilegiado universo blanco, habría que decir que a ellos se han ido sumando algunas estrellas que emiten diferente luz, pero de gran intensidad. No es inusual ver esquiando, por ejemplo, a Iván Espinosa de los Monteros, que disfruta de casa familiar en Viella. O a Esteban Rivas, Belén Rueda, Alejandra Prat o José Manuel Alcaraz.

Nada que envidiar a Gstaad

El Valle no es Gstaad, ya lo sabemos, pero casi. Y en su campo magnético no dejan de gravitar nuevos astros, estrellas, satélites y asteroides de renombre internacional. Todavía se recuerda con una media sonrisa la visita de Victoria Beckham, Shakira o Paulina Rubio.

Mucho le debe el Valle a las impresionantes terrazas a más de 1.500 metros de altitud, como Moët Winter Lounge, con vistas de otro mundo y ambiente exclusivo. Ahí se han dejado ver Tamara Falcó, Mar Flores o Diego Osorio.

Con este plantel, se va haciendo tarde para ir pidiendo cita si deseamos vivir, aunque sea por una vez, como viven los ricos y para comer como comen ellos, probando, por ejemplo, la fabulosa comida aranesa de Casa Rufus, en Gessaa. Sin pensar, para no desmoronarnos, que la lista de espera exige recomendación a nivel de Pentágono.

Si la cosa no sale bien, siempre se puede probar suerte en Casa Benito, en Casarilh, donde nos servirán unas apetecibles judías verdes de su propio huerto con foie. Incluso, poniéndonos místicos, nos reservarán mesa en Rock and Cris, en Aubert, donde la cocina aranesa extiende sus brazos al exotismo asiático. En Salardú encontraremos Casa Mestres, una casona acogedora y elegantona donde Arcadi nos recibirá con un caldo calentito servido en vajilla de Limoges. Sin ser empalagosa, la oferta es insuperable. No en vano, Baqueira se ha ganado el honor de ser la meca en España del lujo silencioso.