Accidente aéreo

50 años de la tragedia de los Andes | “Hicimos un pacto: si alguno muere, nuestro cuerpo está a disposición del resto”

De las 45 personas que viajaban en la aeronave que se estrelló a más de 4.000 metros de altura, solo 16 sobrevivieron y fueron rescatados 72 días después del accidente

Tal día como hoy de hace 50 años tuvo lugar una de las catástrofes aéreas más dramáticas y, al tiempo, más conmovedores de la historia, recordada, entre otras cosas, porque los supervivientes, que estuvieron 72 días en la nieve esperando a ser rescatados, se tuvieron que alimentar de los cuerpos de sus compañeros fallecidos. El avión 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, que se estrelló cuando cruzaba los Andes el 13 de octubre de 1972, transportaba a los miembros del equipo de rugby amateur Old Christians Club de Montevideo (Uruguay), que se dirigía a jugar un partido contra el Old Boys Club, un equipo de rugby inglés, en Santiago de Chile.

El presidente del club, Daniel Juan, contrató un doble turbohélice de la Fuerza Aérea Uruguaya Fairchild FH-227D, con cuatro años de antigüedad, para llevar al equipo hasta la capital chilena. La aeronave transportaba a 40 pasajeros y 5 tripulantes. El coronel Julio César Ferradas era un experimentado piloto de la Fuerza Aérea, mientras que el copiloto era el teniente coronel Dante Héctor Lagurara. Había diez asientos adicionales y los miembros del equipo invitaron a algunos amigos y familiares a acompañarlos. Cuando alguien canceló en el último momento, Graziela Mariani compró el asiento para poder asistir a la boda de su hija mayor.

Imagen del avión de la Fuerza Aérea Uruguaya Fairchild FH-227D que se estrelló en los Andes
Imagen del avión de la Fuerza Aérea Uruguaya Fairchild FH-227D que se estrelló en los AndesLa Razón

La aeronave partió del Aeropuerto Internacional de Carrasco el 12 de octubre de 1972, pero un frente de tormenta sobre la cordillera de los Andes los obligó a detenerse durante la noche en Mendoza (Argentina). El clima del 13 de octubre también afectó el vuelo. Esa mañana, las condiciones sobre los Andes no habían mejorado, pero se esperaban cambios para las primeras horas de la tarde. El piloto esperó y despegó a las 2:18 p.m. el viernes 13 de octubre desde Mendoza.

Mientras volaban por los Andes, las nubes oscurecían las montañas, por lo que los pilotos volaban en condiciones meteorológicas instrumentales. “Vamos a bailar un rato”, dijo no de los pasajeros tras salir de la cabina del piloto y comprobar con sus propios ojos cómo la situación empeoraba por momentos. Sin embargo, nadie le hizo mucho casos y todos seguían divirtiéndose, sin prestar atención a lo que se les venía encima.

Nos volcamos contra un lado. ‘A ver si podemos mover el avión’, y nos volcamos todos contra un costado y todos contra el otro, tratando de hamacar el avión. La inconsciencia de los 19 años, el primer vuelo…”, asegura Roy Harley, uno de los pasajeros supervivientes.

 

Así, entraron en el frente de tormenta y la cosa se fue complicando, pero aun así aún había tiempo para bromas: “Por favor, átense los cinturones para que no se desparramen los cadáveres”, dijo uno de ellos al tomar el micrófono del avión.

A medida que la aeronave descendía, las turbulencias severas la hicieron subir y bajar. Nando Parrado, otro de los supervivientes, recordó haber golpeado una corriente descendente, lo que hizo que el avión cayera varios cientos de pies y saliera de las nubes. De repente los jugadores vieron que el avión estaba muy cerca de la montaña. Se cree que ese fue probablemente el momento en que los pilotos vieron que la cresta negra se elevaba frente a ellos.

Los relatos de testigos y las pruebas en el lugar indicaron que el avión chocó contra la montaña dos o tres veces. El piloto pudo llevar la nariz del avión sobre la cresta, pero a las 3:34 p.m., la parte inferior del cono de cola pudo haber golpeado la cresta a 4.200 metros. La siguiente colisión cortó el ala derecha. Cuando se separó el cono de cola, se llevó consigo la parte trasera del fuselaje, incluidas dos filas de asientos en la sección trasera de la cabina de pasajeros, la cocina, la bodega de equipaje, el estabilizador vertical y los estabilizadores horizontales, dejando un gran agujero en la parte trasera del fuselaje.

Tres pasajeros, el navegante y el auxiliar de vuelo fueron arrojados junto con la sección de cola al vacío hacia sus muertes.

El avión continuó hacia adelante y hacia arriba otros 200 metros durante unos segundos más cuando el ala izquierda chocó contra un afloramiento a 4.400 metros arrancando el ala. Una de las hélices atravesó el fuselaje cuando se cortó el ala a la que estaba unida. Dos pasajeros más cayeron por la parte trasera abierta del fuselaje. La parte delantera del fuselaje voló directamente por el aire antes de deslizarse por la pendiente empinada a 350 km/h como un tobogán de alta velocidad durante unos 725 metros antes de chocar con un banco de nieve, que aplastó la cabina y a los dos pilotos que estaban dentro, matando instantáneamente a Ferradas.

Hasta ahí, la tragedia de los fallecidos en el accidente. A partir de ahí, la que le esperaba a los supervivientes.

“Si el infierno existe, yo lo viví en la cordillera”

Ahora, medio siglo después, Roy Harley es rotundo: “Si el infierno existe, yo lo viví en la cordillera”, dice después del martirio a 4.500 metros de altura que lo dejó escuálido.

Una noche es larga cuando la medís minuto a minuto, segundo a segundo. Es terrible”, describe al recordar la primera de las que pasó en “el infierno” del fuselaje que durante 72 días fue en el único lugar de refugio para él y sus compañeros.

“Yo estaba de mangas de camisa y la única forma de sacarme el frío del cuerpo era abrazar a otra persona para darnos calor. En una noche que estaba con tormenta cerrada y no se veía nada porque era oscuro y (había) unos griteríos que se sentían”, detalla sobre las fatídicas primeras horas en que esperaban un rápido rescate.

“Pensás que sos el centro del mundo, que todo el mundo se debe de haber detenido y es increíble, porque uno piensa que se cayó un avión y el mundo debe de estar buscando. (Pero) El mundo sigue girando y viviendo”, reflexiona. Al cabo de los días, Roy depositó sus esperanzas en un sueño.

“Mi sueño era volver al Uruguay (...) trataba de que la cabeza saliera de ese infierno, de llevarla a cosas que pudiera algún día alcanzar”, rememora.

Recién iniciado en la carrera de ingeniería industrial, Harley se ganó en los Andes el apodo de “el ingeniero”, porque estudiaba con alguien que era “un enfermo de la música” y puso a prueba ese aprendizaje para aumentar la ganancia de la pequeña radio cuya réplica hoy exhibe en Montevideo el Museo Andes 1976 junto a los cables originales con los que él logró hacer una antena.

Roy Harley, sobreviviente de la tragedia de los Andes, muestra una foto tomada en la montaña durante una entrevista con Efe
Roy Harley, sobreviviente de la tragedia de los Andes, muestra una foto tomada en la montaña durante una entrevista con EfeAlejandro PrietoAgencia EFE

“Aprendimos que bien temprano en la mañana la interferencia era menor. Entonces, empezamos a salir a las siete o las ocho, cuanto más temprano, mejor. Se escuchaban emisoras chilenas, todas hablaban del accidente del avión uruguayo”, relata. La peor noticia les llegó el 23 de octubre, cuando oyeron que la búsqueda había sido suspendida.

“Gritamos, lloramos pataleamos. Yo seguí escuchando la radio y en un momento el locutor dice que se estimaba que para fines de enero o primeros días de febrero del año 73 ‘se podrá ir a buscar los restos’. ¡Nosotros éramos los restos! ¡Nos daban por muertos!”.

Uno de los estrategas del grupo, Adolfo Strauch, aprovechó láminas de aluminio desprendidas del fuselaje para derretir la nieve y así tener agua potable.

“Nos veníamos debilitando y nos dábamos cuenta. Yo todos los días ¡trac, trac! buscaba un punto nuevo del cinturón, porque se me caían los pantalones, caminaba con más debilidad”, describe Harley.

El hambre, recuerda, desesperó a los sobrevivientes. Comieron pasta de dientes y con los cigarrillos terminaron haciendo un “té de tabaco”, antes de llegar a la imposible decisión de usar el cuerpo de sus compañeros muertos.

“Tuvimos que tomar esa decisión y la tomamos; fue aceptada muy rápidamente por todo el grupo (...) hicimos un pacto; si alguno se muere, nuestro cuerpo está a disposición del grupo”, dice al recordar la parte más dura de la historia que hoy cumple medio siglo.

Ya jubilado, su amigo y compañero de odisea Carlos Páez le animó a contar su versión de la historia en charlas motivacionales como las que él impartía desde hace años por todo el mundo. Contar lo que vivieron tiene un efecto “brutal” sobre las personas que le escuchan. La gente recibe la “ayuda” de sus palabras y le devuelve abrazos y cariño.

En la intimidad, en tanto, Roy Harley atesora algunos recuerdos de la tragedia que nunca vieron la luz, porque además de ingeniero fue el “fotógrafo” de la Tragedia de los Andes. Llevaba una pequeña cámara Olympus y siete rollos fotográficos que ahora se muestran en el museo de Montevideo dedicado al accidente aéreo.

Dos de sus fotos se exhiben en ese lugar. Las otras las guarda para él en su rincón privado, en el salón de la memoria de un “infierno” ya superado que ahora cumple medio siglo.

 

16 supervivientes de 45 pasajeros

De las 45 personas que viajaban en la aeronave, tres pasajeros y dos tripulantes en la sección de cola murieron al romperse esta: el teniente Ramón Saúl Martínez, Orvido Ramírez (auxiliar de vuelo), Gastón Costemalle, Alejo Hounié y Guido Magri. Unos segundos después, Daniel Shaw y Carlos Valeta cayeron del fuselaje trasero. Valeta sobrevivió a su caída, pero tropezó por el glaciar cubierto de nieve, cayó en nieve profunda y se asfixió. Su cuerpo fue encontrado por otros pasajeros el 14 de diciembre.

Al menos otros cuatro murieron por el impacto del fuselaje al chocar contra el banco de nieve, que arrancó los asientos restantes de sus anclas y los arrojó a la parte delantera del avión: el médico del equipo Francisco Nicola y su esposa Esther Nicola; Eugenia Parrado y Fernando Vázquez (estudiante de medicina). El piloto Ferradas murió instantáneamente cuando la nariz del avión se desplazó hacia atrás con la fuerza del golpe y comprimió el panel de instrumentos contra su pecho, forzando su cabeza a salir por la ventana; el copiloto Lagurara resultó gravemente herido y atrapado en la cabina aplastada. Le pidió a uno de los pasajeros que buscara su pistola y le disparara, pero el pasajero se negó.

Carlos Páez, uno de los supervivientes en una imagen de este verano
Carlos Páez, uno de los supervivientes en una imagen de este veranoLa RazónAFP

33 permanecieron con vida tras el accidente, aunque muchos resultaron gravemente heridos. Roberto Canessa y Gustavo Zerbino, ambos estudiantes de segundo año de Medicina, actuaron rápidamente para evaluar la gravedad de las heridas de las personas y tratar a quienes más podían ayudar. Nando Parrado tuvo una fractura de cráneo y permaneció en coma durante tres días. Enrique Platero tenía un trozo de metal clavado en su abdomen que al ser removido trajo consigo unos centímetros de intestino, pero inmediatamente comenzó a ayudar a otros. Ninguno de los pasajeros con fracturas compuestas sobrevivió.

Otros pasajeros fueron muriendo durante los 72 días que duró la tragedia. Así, el 29 de octubre una avalancha mató a otras ocho personas y, aún, otros tres supervivientes murieron en los días posteriores.

Finalmente, el 12 de diciembre, 61 días después del accidente, Nando Parrado, Roberto Canessa y Antonio José “Tintín” Vizintin Brandi salieron en busca de ayuda. El 15 de ese mes Vizintín regresa al fuselaje y el 20 de diciembre Parrado y Canessa se encuentran con Sergio Catalán, un arriero chileno, al que mandaron una nota. Al día siguiente, el 21 de diciembre, fueron rescatados. El 22 de diciembre se produjo el rescate de seis supervivientes y al día siguiente, el 23, un día antes de Navidad, a los ocho restantes.

Al final, apenas 16 sobrevivieron: Pedro Algorta; Roberto Jorge Canessa Urta; Alfredo Daniel «Pancho» Delgado Salaberri; Daniel Fernández Strauch; Roberto Fernando Jorge «Bobby» François Álvarez; Roy Alex Harley Sánchez; José Luis Nicolás «Coche» Inciarte Vázquez; Álvaro Mangino Schmid; Javier Alfredo Methol Abal; Carlos Páez Rodríguez; Fernando Seler «Nando» Parrado Dolgay; Ramón Mario «Moncho» Sabella Barreiro; Adolfo Luis «Fito» Strauch Urioste; Eduardo José Strauch Urioste: Antonio José «Tintín» Vizintín Brandi y Gustavo Zerbino Stajano.

El relato de Roberto Canessa

Fotografía de archivo de Roberto Canessa, el médico uruguayo superviviente del accidente aéreo de los Andes en 1972
Fotografía de archivo de Roberto Canessa, el médico uruguayo superviviente del accidente aéreo de los Andes en 1972R. GARCIA R. GARCIAAgencia EFE

Hoy, desde el aplomo de sus casi 70 años y con la paz que le da el hibisco del jardín que tanto echó en falta en la montaña, Roberto Canessa relata sereno que sus amigos fallecidos les “trasplantaron la vida”.

“Nosotros no hicimos nada para arrepentirnos de llevar a nuestros amigos en el cuerpo y en el alma, que es el honor que yo hubiera sentido si me hubiera muerto y me hubieran usado para vivir”, dice Canessa desde Uruguay en una entrevista por videollamada con corresponsales de medios extranjeros en Argentina, entre ellos EFE.

El médico especializado en cirugía pediátrica, dice que se siente “un privilegiado” por estar vivo, señala que él y sus compañeros fueron “unos adelantados” entonces, “porque no existían trasplantes cardíacos, ni de riñón, ni de hígado, ni de nada” y alimentarse de los restos de los demás pasajeros les permitió salir adelante.

“Siento que ellos nos trasplantaron la vida”, medita con calma.

En el libro “La sociedad de la nieve” (Penguin, 2007), que inspiró al director Juan Antonio Bayona para su próxima película con motivo del cincuentenario del accidente, Canessa compara lo vivido con el experimento de “algún científico loco y maldito” que, en lugar de cobayas, hubiera usado a humanos.

A este respecto, opina que, medio siglo después, “el experimento humano cada vez tiene más fuerza, los sentimientos se van cicatrizando y las penas no tienen la misma fuerza que tenían en aquel momento” y que, en su caso, eso le permite “blindarse”.

"Mirá, esto es lo que hice en la montaña, no sé si está bien o está mal. Estos son los hechos, no tenés que poner nada subjetivo, solo contar cómo se sucedieron los acontecimientos", detalla.

Experimento humano

En aquel “experimento humano”, del que no se cansa de hablar en entrevistas y en charlas motivacionales que, como varios de sus compañeros, ha impartido por el mundo, la solidaridad de aquella “sociedad de la nieve”, como se autodenominaron, sobresale en medio del dolor, el agotamiento y la desesperanza.

Canessa y Fernando Parrado fueron los dos exploradores que caminaron en busca de ayuda durante varios días hasta toparse con un arriero chileno, Sergio Catalán, que dio el aviso al mundo de que aquellos uruguayos accidentados en la montaña no estaban muertos.

Cuando se le consulta quién los eligió, el médico sonríe y recuerda que esas son cosas “de los ejecutivos de la sociedad del llano”, pero que allá arriba se resolvió por el estado físico: ‘Nando’ era el “candidato firme” por su “determinación” y él se unió tras escuchar a su compañero Arturo Nogueira anhelando “piernas sanas” para “caminar” y no sentirse “un parásito”.

“Eso me dio una inyección de heroísmo y esperanza, en vez de morirnos en el fuselaje, que ya nos estábamos destruyendo, me da esa oportunidad de morir caminando con la posibilidad de llegar”, explica.

Tras toparse con el arriero, este les ofreció volver al día siguiente en lo que, para Canessa, "fue el 'mañana' más maravilloso" de su vida.

Con ese sentimiento, recuerda que lo que más extrañó aquellos 72 días fue “la ausencia de vida, porque en esos lugares es todo nieve, hielo, no hay moscas, no hay nada”.

Los supervivientes de aquel accidente se reunirán como cada diciembre desde 1973 para recordar la fecha en que fueron rescatados y regresaron a la vida que, como dice Canessa, les "trasplantaron" sus amigos.

Raúl Martínez, Alejandro Prieto y Concepción M. Moreno, de Efe

Ángel Luis de Santos