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historia
Austerlitz, la mayor victoria de Napoleón
El 2 de diciembre de 1805 la Grande Armée de Bonaparte aplastó en Moravia a las fuerzas de Austria y Rusia, cambiando la faz de Europa y las formas de hacer la guerra para siempre

Austerlitz fue mucho más que una batalla. Fue el choque entre dos formas de hacer la guerra y dos estilos de gobierno; entre lo nuevo y lo viejo. Conocida también como la batalla de los tres emperadores –Napoleón, Alejandro I de Rusia y Francisco II del Sacro Imperio Romano Germánico–, fue la piedra de toque del sistema militar napoleónico. La férrea disciplina y la agilidad de movimiento de los bien organizados y engrasados cuerpos de ejército de la Grande Armée, fundadas en dos años de constante adiestramiento, se impuso rápidamente sobre la forma tradicional del Antiguo Régimen de mover y dirigir tropas sobre el terreno, más imprecisa y vulnerable a los avatares del caos que acompaña a toda gran batalla. Tras unas horas de intensos combates, el ejército de Napoleón derrotó por completo a una fuerza superior en número y de moral elevada. Al día siguiente, Austria pedía la paz y se rompía la Tercera Coalición contra Francia. La flamante victoria afianzó el incipiente régimen bonapartista y dio la puntilla al viejo orden que encarnaba el Sacro Imperio, que se diluiría poco después para dar paso a una Confederación del Rin bajo la égida francesa que abrió Alemania a las reformas napoleónicas.
Esa fría y brumosa mañana del 2 diciembre de 1805, sin embargo, nada estaba claro para las decenas de miles de hombres que se aprestaban a la batalla. Napoleón observaba el campo desde lo alto de la colina de Zuran, en cuyas lomas los hombres del IV Cuerpo del mariscal Soult aguardaban la orden del emperador para tomar los altos de Pratzen, la posición clave. Entonces, como escribió Philippe-Paul de Ségur, agregado al Estado Mayor imperial: “no eran todavía las ocho y el silencio y la oscuridad reinaban aún en el resto de la línea, cuando, empezando por las alturas, el sol, abriéndose paso de repente a través de esta espesa niebla, reveló a nuestra vista la meseta de Pratzen, que se estaba vaciando de tropas por la marcha de flanco de las columnas enemigas”.
El célebre “sol de Austerlitz” descubrió a ojos de los soldados de la Grande Armée el enemigo formidable al que se disponían a enfrentarse. La visión debió de ser parecida a la que describe el conde de Comeau cuando el ejército aliado ocupó los altos de Pratzen el día anterior: “la línea enemiga ofrecía un aspecto imponente. Inmóviles, coronaban las alturas; los rusos ocupaban el centro; los restos de varios ejércitos austriacos formaban los flancos. Nunca se habían visto tan bellas líneas de hombres dispuestos para el combate. Su frente estaba cubierto por cazadores, húsares y artillería ligera; más de 2000 cañones estaban a punto de tronar. Sus masas de excelente caballería aparecían en la segunda línea”. Pronto aquellas masas de hombres chocarían entre sí en una batalla en la que estaba en juego el futuro de Europa.
Raudo fue el avance las divisiones del IV Cuerpo, que coronaron los altos de Pratzen y barrieron a las tropas rusas y austriacas que los ocupaban; vanos los intentos aliados de expulsar a los franceses y extremadamente cruento y disputado el choque decisivo, que enfrentó a las guardias imperiales de Napoleón y Alejandro, y que dejó las lomas tintas en sangre. Cuando ya la victoria era segura y faltaba solo coronarle con la persecución, el general Rapp acudió a informar a Napoleón. En palabras de Ségur: “¡Pronto Raap reapareció ante el emperador, anunciándole la derrota total de la Guardia Rusa a manos de la Guardia Francesa! Regresó solo, al galope, con la cabeza en alto, los ojos ardientes, el sable y la frente cubiertos de sangre, tal como lo representa un famoso cuadro; pero con la diferencia de que allí, cerca de Napoleón, no había restos de la batalla, ni cañones rotos, ni muertos, ni aquel numeroso Estado Mayor con que el pintor lo rodeó. El terreno, azotado por el paso de los combatientes, estaba desnudo. En esta cumbre, el emperador estaba dos o tres pasos delante de nosotros; Berthier a su lado, y detrás de él solo Caulaincourt, Lebrun, Thiard y yo. La Infantería de la Guardia, el propio escuadrón de servicio, estaba bastante lejos, detrás, a la derecha. Los demás oficiales del emperador, Duroc, Junot, Mouton, Macon, Lemarrois, estaban dispersos a lo largo y ancho de toda la línea”. Bonaparte escuchó a Rapp impasible. Sabía que el mundo acababa de cambiar.
Austerlitz
Desperta Ferro Historia Moderna n.º 73
68 pp. 7,50 €
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