
Sección patrocinada por 

cultura
Barcelona hermética: remota y medieval
El acervo legendario de la Ciudad Condal se ha transmitido en un mapa hermético que se traza entre El Raval, la Plaza del Rey, las Ramblas y más allá

Pocas ciudades más misteriosas en la geografía mítica que Barcelona, la vieja Barcino de los romanos –con su leyenda fundacional púnica, relacionada con los Bárquidas–, capital de los visigodos, del primer cristianismo y la cábala medieval, donde se debatieron tradiciones sapienciales entre oriente y occidente, que fue meta secreta de los templarios y del esoterismo más diverso de las sociedades secretas, hogar de la magia blanca o negra, espeluznante guarida de brujos y asesinos de cuento. Su acervo legendario se ha transmitido en un mapa hermético que se traza entre El Raval, la Plaza del Rey, las Ramblas y más allá, en una cartografía es de enorme interés para nuestra mirada particular. El recorrido va desde la antigüedad romana, siguiendo los pasos de Hermes –más presente acaso que Zeus o Salomón en ese mapa imaginario y secreto–, hasta llegar al modernismo, con todos sus símbolos místicos y visionarios.
Me gustaría evocar aquí brevemente sólo algunos de estos sugerentes relatos, en los que la tradición popular se mezcla con la culta. Aparte de la presencia del dios Hermes, psicopompo en las rutas al más allá, los relatos mágicos de antigüedad eclosionan ya en las leyendas hagiográficas que aluden a ese atlas de lo misterioso. Ahí están leyendas aun vivas, como las 13 ocas de la catedral. En la época de las persecuciones a los cristianos una niña pastora de ocas, de nombre Eulalia, fue célebremente martirizada con 13 tormentos y crucificada a la postre. Ella sería la copatrona santa Eulalia, cuyas 13 ocas aún campan por el patio de la catedral en referencia también a la edad en que murió. También la Basílica de Justo y Pastor hace referencia a dos santos niños procedentes de Complutum, actual Alcalá, martirizados allí: había un pozo de los sacrificios en el lugar, donde se arrojaban los cuerpos de los cristianos ejecutados, y se dice que de noche aún se escuchan hoy sus lamentos.
La Barcelona capital visigótica de Ataúlfo, casado con Gala Placidia, hermana del emperador Honorio, da pie a otras cuantas historias del nuevo centro del poder. Podemos mencionar las intrigas y asesinatos por envenenamiento de los nobles godos en torno al trono, entre Ataulfo, Amalarico y Alarico II, y la leyenda de la mágica Mesa del rey Salomón, que, transmitida a los visigodos por Teodorico, habría estado en Barcelona antes de ir a Toledo a la muerte de Alarico II. El medievo centra un buen número de historias míticas en el «call» o barrio judío de Barcelona, uno de los grandes centros de la cábala –junto con Gerona–, donde aparecen personajes como Najmánides, Isaac el Ciego o Abraham Abulafia, grandes maestros de esta sabiduría en la Cataluña medieval, que combinaron la filosofía antigua con la sapiencia judía. El primero, llamado también Bonastruc o Rambam, es recordado especialmente por la disputa de Barcelona de 1263 entre las verdades del cristianismo y el judaísmo. Convocada por el rey Jaime I a instancias de su confesor, el santo dominico Raimundo de Peñafort, la disputa atrajo a la corte un debate de altos vuelos teológicos y filosóficos entre Pau Cristià (o Paulus Christianus) y el rabino Najmánides de Gerona.
El medievo barcelonés es rico en leyendas misteriosas que entroncan con los temas del cuento popular: una es la del Monasterio de Sant Pere de les Puel·les, del siglo X, que narra una historia de amor desdichada entre una joven noticia y su caballero Don Pere, que acabará despedazado por unos lobos enviados por el maligno cuando se habían citado para emprender la fuga. O también tenemos la leyenda de la Casa del Verdugo que, en ese mapa enigmático de la ciudad medieval, hallamos entre la Casa Padellás y la Capilla de Santa Ágata, no lejos de la citada Plaza del Rey, donde se celebraban las ejecuciones sumarísimas. El Consell de Cent, gobierno municipal del medievo institucionalizado por Jaime I, habría decidido que la morada de los verdugos estuviera situada, precisa y muy simbólicamente, dentro de las murallas de la ciudad: es decir, ni dentro ni fuera de ella, sino en una especie de tierra de frontera, en un limbo que albergaba a la cofradía o familia de los verdugos municipales, profesión de psicopompos herméticos y sombríos.
Verdugos y crímenes
Verdugos y crímenes también han alimentado la leyenda de una Barcelona negra, con historias medievales que han arraigado en la mentalidad popular. Una es la del hostal de la calle Flor del Lliri, en la baja edad media, donde se decía que se ofrecía a los viajeros una hospitalidad lujosa que atraía a los más pudientes. A medianoche, mientras dormían, un diabólico ingenio hacía que su lecho se plegara sobre sí mismo, atrapando al viajero y partiéndolo en dos. Luego se le robaban las pertenencias y era descuartizado y cocinado: al día siguiente se servía un riquísimo pero horripilante plato de albóndigas, que tenía mucha fama en la ciudad. Mito y folklore abundan en el asesinato de huéspedes, desde el lecho griego de Procusto a la barbería de Sweeny Todd, en el cuento londinense del XIX, con villanos espantosos y antropofagia que funden la crónica negra con la narrativa popular. En suma, el paseo esotérico por la vieja Barcelona, siempre llena de encanto y misterio, lleva del medievo al modernismo, de la calle D’Estruc hasta la Casa del Diablo, en el Gracia.
✕
Accede a tu cuenta para comentar