Segunda Guerra Mundial

Barro, nieve y frío: la terrible campaña aliada en la "soleada Italia"

Se cumplen 80 años de la batalla de Montecassino, donde los ejércitos aliados, en su camino hacia Roma, se enfrentaron a las tropas alemanas en unas durísimas condiciones muy alejadas del mito de bonanza climática del país mediterráneo

na pieza de artillería británica de 25 libras desplegada en medio de un mar de barro
na pieza de artillería británica de 25 libras desplegada en medio de un mar de barroDF

«Somos los escaqueados del Día D, aquí fuera, en Italia, siempre con vino, siempre de juerga. Los gandules del Octavo Ejército, con sus tanques vamos a la guerra encorbatados, como fanfarrones». Así empezaba la letra de una canción escrita en noviembre de 1944 por un soldado británico –que se cantaba con la melodía de Lili Marleen, un tema muy popular entre los combatientes de ambos bandos– para reivindicar el sufrimiento de los que estaban enfrentándose a los alemanes en Italia, que estaban siendo minusvalorados en comparación con quienes habían desembarcado en Normandía el Día D y estaban luchando en el oeste de Europa. «Ved las cruces esparcidas, algunas sin nombre. Idos la angustia, el esfuerzo y el sufrimiento, allá abajo, los muchachos siguen durmiendo. Son los escaqueados del Día D, que ya no abandonarán Italia», terminaban aquellos versos.

El origen de la expresión «D-Day dodger» («escaqueado del Día D») es incierto, pero responde a la creencia generalizada de que, a diferencia de los que se enfrentaron a los alemanes en el noroeste de Europa, los soldados aliados que desembarcaron y combatieron en la península italiana tuvieron una guerra fácil en un territorio cálido y soleado. «Para complicar más las cosas –escribió la reportera Margaret Bourke-White– nuestros muchachos recibían cartas de sus madres, esposas y novias [que decían]; “estamos contentas de que estés en un sitio bueno y seguro en Italia en vez de en el frente de Francia”». Aquellas mujeres se equivocaban completamente.

En el otoño-invierno de 1943-1944 los soldados, de ambos bandos, que combatían al sur de Roma, se enfrentaron a un auténtico infierno de ventiscas, nevadas, deshielos que convertían los arroyos en riadas mortales, lluvia, niebla y heladas. Una entrada de noviembre de 1943 del diario de guerra del 2.º Batallón de morteros indica que «no había refugio alguno salvo cuevas y trincheras estrechas, llovía y nevaba constantemente y el frío lo dominaba todo. Durante los tres meses siguientes el batallón tuvo una media de cien hombres enfermos en el hospital. El 10% de la fuerza quedó inoperativa a causa del clima y la mala calidad de la comida». El frío llegó a ser tan intenso que las bajas por congelación se dispararon. «Una vez capturadas las alturas –narraría Homer Ankrum, del 133.er Regimiento estadounidense–, de camino hacia estas [el capitán E. W. Ralf] se topó con una posición alemana. Allí pudo ver a varios soldados enemigos. Acercándose más, se dio cuenta de que estaban cubiertos de hielo y nieve, aun empuñando sus armas. No supo nunca si los había matado el fuego estadounidense o habían muerto congelados».

También los alemanes, muchos de ellos apostados en lo alto de las montañas, sufrieron las inclemencias del mal tiempo. «Los uniformes eran bultos empapados de barro y suciedad–escribió el general Frido von Senger und Etterlin, al mando de las defensas de la línea Gustav–. Las barbas de varios días. No eran los días de combate intenso lo que más los preocupaba [a sus hombres]; si no la lluvia, aún más horrible, y la falta de ropa caliente y comida». Incluso la 5.ª División de Montaña del general Ringel acusó la dificultad. «Resultó una desagradable sorpresa apreciar que el clima del ‘soleado sur’ con sus tormentas de nieve, su lluvia incesante y sus gélidas noches de invierno, podía ser tan desagradable como el frente del este».

Operaciones a la intemperie

Allá arriba murieron a miles, y muchos más fueron heridos, lo que suponía un nuevo desafío. Los médicos se vieron obligados a operar a la intemperie a hombres que era imposible que sobrevivieran el largo descenso hasta retaguardia. «Teníamos una cadena de camilleros de alrededor de un millar de hombres (indios, británicos, italianos y cualquier otro que pudiéramos encontrar) que cruzaba tres crestas. Estaban distribuidos en equipos de cuatro por camilla, a distancias variables en virtud de la dificultad del terreno. [...] La cadena se mantenía activa hasta bien entrada la noche, bajo una lluvia intensa e incluso con nieve y hielo en los puntos más altos». En estas condiciones espantosas, los ejércitos anglosajones tuvieron que renunciar a sus medios motorizados y volver al pasado. «Sin mulas, nuestra campaña de invierno en Italia habría sido imposible. En las llanuras, los vehículos a motor podían atravesar el barro; en las peores pendientes, sólo los hombres, subiendo unos centímetros cada vez con una caja de raciones o un bidón de agua en sus mochilas, podían ascender. Entre estos dos extremos había kilómetros de senderos en los que la mula se convertía en una necesidad exasperante».

El 5 de junio de 1944, tras un invierno terrible, los escaqueados del Día D consiguieron, por fin, conquistar Roma y la fama. El desembarco de Normandía, que tuvo lugar al día siguiente, los relegó de nuevo al olvido.

Portada del número 62 de "Desperta Ferro Contemporánea"
Portada del número 62 de "Desperta Ferro Contemporánea"DF

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