Se busca vivo o muerto: la persecución del rey Decébalo por los bosques dacios
El verano del año 106 contempló una singular cacería en los densos bosques de Dacia, actual Rumanía. Por orden de Trajano, primer emperador hispano, la caballería romana persiguió a Decébalo, último soberano del Estado dacio, hasta un trágico final
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Situado, grosso modo, en lo que hoy día es Rumanía, el reino dacio y sus aliados habían emprendido en el año 85 un dilatado pulso contra el Imperio romano por la supremacía en el Danubio, el mar Negro y los Balcanes, que a punto estuvo de desplazar a Roma de la región. El emperador Domiciano (81-96) logró impedir el desastre, pero fue mérito de Trajano (98-117) lanzar las campañas necesarias para solventar definitivamente la problemática mediante la conquista del Estado dacio y la destrucción de la entente de aliados que lo respaldaba durante dos breves pero intensísimas contiendas (101-102 y 105-106) que conocieron grandes enfrentamientos campales, operaciones anfibias y alpinas, contraofensivas devastadoras, pavorosos asedios y hasta batallas navales.
Tras la caída de Sarmizegetusa Regia, capital y corazón del Estado dacio, durante la fase final de la Segunda Guerra Dácica de Trajano (105-106), Decébalo trató de organizar una última resistencia... en balde: sus fuerzas fueron nuevamente desbaratadas y el rey hubo de emprender la huida hacia los Cárpatos. Mas Trajano no estaba dispuesto a dejarle escapar y envió tras él a uno de sus mejores cazadores: Tiberio Claudio Máximo, veterano «explorator» del «Ala II Pannoniorum», una bregada unidad de caballería auxiliar del Ejército romano. Puesto al frente de esta verdadera operación de comando, sus instrucciones y las de los curtidos jinetes a su mando eran sencillas: capturar al soberano dacio o, en su defecto, traer su cabeza y mano diestra al emperador como pública prueba de la eliminación del que, por aquel entonces, era el enemigo público número uno del poder romano.
Como una resuelta y astuta jauría de lobos, Máximo y sus hombres se desplegaron en varios destacamentos, eliminando toda tentativa de oposición mientras progresaban en su singular juego del «gato y el ratón», cerrando poco a poco el cerco en torno a Decébalo y su séquito. Al fin, en un innominado y boscoso rincón y tras sobrepasar a su reducida escolta, lograron darle alcance. Viéndose acorralado y perdido, el último rey de Dacia optó por la muerte antes que por un humillante cautiverio: tomó su «sica» –una afiladísima daga en forma de hoz– y se cortó el cuello con ella sin que ninguno de los jinetes romanos próximos pudiera hacer nada por impedirlo. Acto seguido, Máximo descendió de su montura y procedió a decapitar y cortar la mano diestra del soberano. Así nos lo cuentan las escenas CXLII-CXLV de la columna historiada que –todavía en pie– Trajano mandara erigir en Roma, en el foro que lleva su nombre, así como la estela funeraria que el propio Máximo legó para la posteridad (AE 1969-70, 583), consignando el hecho como el mayor de los logros de su trayectoria militar.
Los despojos le fueron entregados al emperador en las proximidades de Ranistoro, proeza por la que el «explorator» y sus jinetes fueron condecorados. Exultante, Trajano presentó la regia testa y mano derecha de Decébalo al ejército congregado en la localidad. Aunque las operaciones militares se prolongarían algunos meses más en el seno de lo que pronto sería la provincia romana de Dacia, la muerte del rey dacio suponía, a todas luces, el final de la Segunda Guerra Dácica de Trajano y, con ella, del prolongado conflicto sostenido entre Roma y Dacia por la supremacía en Europa oriental desde hacía ya más de veinte años. La cabeza de Decébalo fue luego remitida a Roma, presentada ante el Senado y, finalmente, arrojada a las escaleras Gemonias.
Hoy en día, sin embargo, el colosal rostro barbado del último soberano dacio contempla, con expresión severa, a cualquiera que transite por las orillas del Danubio en su discurrir a través del montañoso paraje conocido como las Puertas de Hierro. Su mirada de piedra, esculpida entre los años 1994 y 2004, constituye uno de los últimos ecos de una contienda que marcó para siempre el destino histórico de la Europa del Este. Casi dos mil años después, Decébalo, los dacios y la epopeya de su lucha contra Roma durante las Guerras Dácicas permanecen bastante vivos en la memoria de una cultura, la rumana, que debe a la conquista romana de Dacia el ser una isla latina en un mar eslavo y que, por ese mismo motivo, también aclama al hispano Trajano entre sus héroes nacionales.