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La Cruz de Caravaca: una historia de templarios y caballería cristiana

Pocos otros lugares del mundo pueden presentar un "pedigree" de 12 o 14 culturas de primer orden que hayan pasado por sus tierras, como Caravaca y otras villas murcianas
Los dos brazos horizontales de la Cruz de Caravaca se han convertido en un icono de devoción universal
Los dos brazos horizontales de la Cruz de Caravaca se han convertido en un icono de devoción universalITREM

Madrid Creada:

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Pocos lugares hay como la región de Murcia en la geografía mítica hispana. Se trata de un cruce de caminos privilegiado entre el Mediterráneo y el Meridión en plena «autopista cultural» que unió desde siempre la España interior con la costera, desde el estrecho y el Levante hacia el interior: entre el neandertal y el sapiens, entre iberos, griegos o fenicios, entre «moros y cristianos» su emplazamiento señala un lugar privilegiado de paso, intercambio y poder. En la Edad Media y la Moderna, ya entre los reinos de Granada y Murcia, se manifiesta especialmente su historia mítica y simbólica. Se atestigua en su emplazamiento presencia humana desde el paleolítico y hasta el calcolítico se ve la presencia de importantes culturas en piezas encontradas en el Camino del Molino o en las cuevas de la Encarnación, hasta el bronce medio: en diversos estratos temporales aparecen ahí el mundo argárico y el ibérico, dos grandes culturas de la antigüedad hispana. También los romanos ocuparon el lugar en el llamado Cerro de las Fuentes, con un sistema defensivo que data de la época de las guerras civiles, y restos diversos de termas y puentes. Como el resto de Murcia, es lugar solo para iniciados. Murcia es una de las grandes aun desconocidas para una gran mayoría. Sin embargo, recoge grandes joyas histórico-culturales de nuestra geografía mitológica. Pocos otros lugares del mundo pueden presentar un «pedigree» de 12 o 14 culturas de primer orden que hayan pasado por sus tierras, como Caravaca y otras villas murcianas, como las también estupendas Jumilla, Yecla y Mula.
En el plano legendario y simbólico Caravaca es la Ciudad de la Cruz. Está presidida por un imponente Alcázar que alberga el Santuario de esta Vera Cruz, cuyo milagro de aparición ha hecho verter ríos de tinta desde la antigua hagiografía hasta el moderno esoterismo. Cuenta la leyenda que el sacerdote Ginés Pérez Chirinos, atrapado en la ciudad por el rey musulmán Abu Zeid, el 3 de mayo del año 1231, fue urgido a celebrar una misa de cuyo éxito acaso podría seguirse su salvación o tal vez el triunfo de su fe. Él arguyó que le faltaba el elemento principal para la misa, que era la cruz, e imitó su forma con gestos: de repente esta apareció ante los ojos del rey portada por dos ángeles. En su famosa forma de dos brazos horizontales se ha convertido en un icono de devoción universal en el orbe católico y de una especial trascendencia por su leyenda. No podía faltar en este mito, con parte de fe, devoción popular e historia legendaria, la aparición de los caballeros templarios, una de las órdenes militares que engrandecieron esta zona de la península y la convirtieron en un centro mitopoético de primer orden. La morfología urbana, de un corte arquitectónico único, se arracima en torno a su castillo, que alberga esa reliquia, producto del intercambio entre Islam y Cristianismo. El alcázar pasó a ser templario en época de Alfonso X el Sabio.
Se suma a esta leyenda a otra también reflejada en el rito, como la historia de los Caballos del Vino. La festividad, que se celebra a principios de mayo en las fiestas en honor a la Vera Cruz, rememora el sitio del castillo templario por los musulmanes del reino de Granada. Los sitiados no tenían agua y no la hallaron en el Campillo de los Caballeros por estar corrompida, por lo que cargaron vino en pellejos y lo subieron al castillo para que los defensores resistieran. El Vino quedó bendecido por la Vera Cruz y milagrosamente adquirió propiedades curativas que sanaron a todos los heridos y enfermos en la fortaleza. Y es que este vino salvífico a caballo, junto a la Vera Cruz, representan mucho en el siglo XIII, era eucarística inaugurada por el IV Concilio Lateranense de 1215. Si Julio Caro Baroja estudió la simbología del toro telúrico y primordial en las fiestas extremeñas del Toro de San Marcos, en las que el toro enjaezado «iba a misa», el simbólico vino cristiano y el muy adornado caballo de Caravaca recuerdan también a esa antigua zoología mítica de España: muchos son los animales de poder que acompañan esas fiestas, que atraviesan épocas y religiones diversas, en forma de toro, ciervo o caballo. En este caso, la transubstanciación del Vino salvador remite no sólo a la explosión eucarística de este siglo XIII en la teología –cuando evoluciona el dogma, el sacramento y la obligatoriedad– sino también al desarrollo de la narrativa mítica en un siglo fantástico para la divulgación del Ciclo del Santo Grial, desde la obra de Chrétien de Troyes a la de Wolfram von Eschenbach, divulgada por los caballeros de las diversas órdenes militares, y especialmente la del Temple. En el trasfondo está el motivo de la perfecta caballería cristiana, con la búsqueda del Grial, entre poética y mística, que hace evolucionar el viejo mito celta de Arturo y la tierra baldía –la lanza y el caldero–, en pos de una nueva literatura que inspirará la caballería cristiana en la era de las cruzadas y aún más allá. Por eso, y por muchas otras cosas, es tan importante el centro neurálgico de la Cruz y el Vino en estas tierras murcianas, que recogen en la geografía, el rito y el culto un mito clave de la literatura y la cultura medievales cristianas.