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Vidas Extraordinarias

Rosalind Franklin: la mujer que iluminó la doble hélice del ADN

Las técnicas creadas por la científica en los 50 fueron esenciales para comprender el alfabeto secreto que escribe la vida y para el diseño actual de vacunas

Rosalind Franklin: la mujer que iluminó la doble hélice del ADN
Rosalind Franklin: la mujer que iluminó la doble hélice del ADN .

En 2020, el mundo se detuvo ante un enemigo invisible. En cuestión de semanas, los científicos lograron descifrar la secuencia genética del coronavirus y, pocos meses después, los primeros voluntarios recibían vacunas de emergencia basadas en ARN mensajero. Aquello que solía requerir más de una década se logró en un abrir y cerrar de ojos, salvando millones de vidas. Detrás de esa hazaña se encuentra una cadena de descubrimientos que se remonta a más de medio siglo. En esa historia, entre los nombres de hombres premiados y celebrados, brilla –tarde y, además, se habla bastante poco– el de Rosalind Franklin.

Las técnicas de obtención de imágenes moleculares que ella desarrolló en los años 50 fueron esenciales para comprender la estructura del ADN (el alfabeto secreto que escribe la vida), y hoy resultan también indispensables en el diseño de vacunas modernas, incluidas las del COVID-19 o la gripe.

Rosalind Elsie Franklin nació el 25 de julio de 1920, en Notting Hill, cuando ese barrio londinense aún conservaba un aire sereno y burgués. Hija de una familia judía acomodada y progresista, creció entre conversaciones que mezclaban política, justicia social y educación. Su tía, Helen Bentwich, fue sufragista y diputada; su tío, Herbert Samuel, el primer ministro judío en un gabinete británico.

Inclinación por el saber

Desde niña, mostró una inclinación natural por el conocimiento preciso y el análisis riguroso. Estudió en la escuela St. Paul’s, una de las pocas que enseñaban física y química a las mujeres, se destacó con una brillantez poco común. Se graduó en 1938 con los máximos honores, lo que permitía una beca completa. Donó su beca a una estudiante refugiada que huía de la persecución nazi. Su padre, hombre de fe, la acusó en alguna ocasión de haber convertido la ciencia en su religión. Ella respondió con diciendo que «la ciencia y la vida cotidiana no pueden ni deben separarse».

En Cambridge, en el Newnham College, Franklin siguió estudiando y obtuvo el doctorado con una tesis sobre la microestructura del carbón y el carbono. Su inteligencia era tan rigurosa como inquieta, y aunque se mostraba concentrada hasta la obstinación, no era ajena al humor ni a la ironía. Su colaborador Aaron Klug recordaba que, en medio de largas jornadas en el laboratorio, solía decir: «¿De qué sirve tanto trabajo si no podemos divertirnos un poco?».

En 1950, una beca la llevó al King’s College de Londres. Era la única experta en difracción de rayos X, una técnica que permitía mirar el corazón invisible de las moléculas. Allí fue asignada al estudio del ADN, aún un misterio. Su llegada provocó tensiones porque el director del laboratorio, John Randall, decidió que Franklin dirigiera el proyecto, quitando recursos a otro investigador, Maurice Wilkins, con quien mantendría una relación profesional tan fría como compleja. Sin embargo, el trabajo avanzó con brillantez. En 1952, junto a su estudiante Raymond Gosling, Franklin capturó la célebre Fotografía 51. En ella, las sombras y líneas se entrelazaban en una forma espiral que revelaba, sin palabras, la forma del ADN. En su cuaderno escribió: «Evidencia de estructura helicoidal».

Poco después, dedujo que el ADN estaba compuesto por dos cadenas entrelazadas, una doble hélice perfecta. Mientras ella afinaba sus mediciones, dos jóvenes científicos de Cambridge, James Watson y Francis Crick, utilizaron sus datos –¡sin su consentimiento!– para formular el modelo que les otorgaría la gloria. En 1953, la revista «Nature» publicó los artículos de Watson y Crick, pero el de Wilkins y el de Franklin aparecieron como piezas complementarias. En 1962, los tres hombres (Watson, Crick y Wilkins) recibirían el Nobel. Franklin había muerto hacía cuatro años por un cáncer de ovario, con solo 37 años.

Durante mucho tiempo se creyó que su trabajo había sido accesorio, hasta que Aaron Klug (miembro de su equipo que obtuvo el Premio Nobel de Químicas en 1982) revisó sus cuadernos y descubrió que ella había anticipado correctamente la estructura del ADN de manera independiente, sin los avances teóricos que llevaron a la publicación de sus colegas masculinos.

En 1975, su amiga Anne Sayre publicó «Rosalind Franklin y el ADN», resaltando sus hallazgos científicos. Desde entonces, los científicos hablan del «efecto Rosalind Franklin» para describir los casos en que el mérito de una mujer termina atribuido a hombres de su entorno.

¿Por qué no se reconoció su trabajo? Algunos criticaron su personalidad: metódica, directa, exigente consigo misma y con los demás; cualidades que en un hombre se habrían llamado liderazgo, pero que en una mujer se consideraban desventajas. En el caso de Franklin, ese escepticismo era precisamente lo que la convertía en una experimentadora excepcional.

Rosalind Franklin no buscaba fama ni reconocimiento. Solo la verdad. Fue, sin duda, una mujer que iluminó el misterio más profundo del universo: el de nuestra propia existencia.