Después de posponerse en 2020 por la pandemia, llega una de las óperas más esperadas de la temporada: «La pasajera». Basada en la experiencia de Zofia Posmysz, superviviente del campo de concentración de Auschwitz, y compuesta por Mieczysław Weinberg, que sufrió el antisemitismo y la represión soviética durante el estalinismo, está considerada una obra maestra del siglo XX
Jonathan Swift sostenía que cuando un genio aparece en el mundo es fácil reconocerlo porque siempre hay un signo que lo delata: todos los necios se conjuran contra él. Mieczysław Weinberg, uno de los compositores más sorprendentes del siglo XX y uno de los más desconocidos, admirado por Shostakóvich y olvidado por casi todos, pertenece a esa clase de individuos. Nació en Varsovia en 1919, en una acomodada familia judía, con un padre violinista que dirigía un teatro yidis y un talento que le permitió tocar el piano a los diez años como si en lugar de dedos hubiera nacido con teclas en las manos.
El pianista Józef Hofmann, considerado uno de los mejores de todos los tiempos, deslumbrado por el prodigioso don del muchacho, lo invitó a ir Estados Unidos para proseguir sus estudios en la optimista atmósfera que siempre suele respirarse en ese país. Pero este es el punto de inflexión donde todo lo que ha ido bien, comienza a ir mal y a ir mal con esa fatalidad que solo se conoce en las tragedias griegas y las páginas de la Biblia. Esos hombres y mujeres asesinados por el antisemitismo europeo, y de los que su familia formaría parte, dejaron de ser un eco lejano y comenzaron a cobrar sentido, pero no como algo proveniente del pasado, sino como un augurio de lo que aguardaba en el futuro.
El ascenso de Hitler rompió el anhelado sueño americano y le obligó a continuar su carrera musical en Rusia, un país también de reconocido antisemitismo durante la época de los zares. Un odio que durante el estalinismo recibiría el eufemístico nombre de «anticosmopolitismo. Pero la URSS habría de añadir al ambiente que había instaurado la revolución, donde el silencio era considerado un sinónimo de discreción, la tensión que imprime el miedo a la represión política. A partir de ahí, y a excepción de ciertos momentos felicidad, que más bien parecen una casualidad que una tónica en su biografía, Weinberg se convirtió a la vez en una víctima del nazismo y del comunismo. Arrestos, persecución, una salud mermada y el honorable ejercicio de la prudencia lo redujo a un genio de existencia gris. La realidad encorvó no solo su figura taciturna, también su alma que solo encontró consuelo en la composición. Lo que pocos conocían es que este hombre era uno de los grandes compositores que nos dejaba la centuria pasada.
Shostakóvich, un hombre que vivía con una maleta hecha al lado de la puerta para cuando el NKVD viniera a arrestarlo, salió en su defensa en más de una ocasión, lo que sin duda es toda una definición de lo que es la amistad. Pero también era un gran admirador que un día, al conocer «La pasajera», solo le quedó admitir que estaba compuesta «con la sangre del corazón. La música de Weinberg agita el alma en términos dramáticos, porque […] todo lo que cuenta es verdad y está expresado con pasión». Y es justo esta ópera, considerada por el propio Shostakóvich, una de las mejores del siglo XX, la que se representará a partir del próximo viernes en el Teatro Real. Después de aplazar su estreno en 2020 por la pandemia, ahora llega este esperado montaje, uno de los más esperados de la temporada por su relevancia musical, por la puesta en escena, a cargo de David Pountney, y por lo que supone ver por primera vez en España esta obra. Con dirección musical de Mirga Gražinytè-Tyla y un reparto encabezado por Daveda Karanas (Lisa) y Amanda Majeski (Marta), esta obra cuenta cómo una superviviente de Auschwitz, durante una travesía en un transatlántico a Brasil, se encuentra con su guardiana en el campo de concentración.
«Una vez que la has interpretado, esta historia ya no se va, permanece contigo»Amanda Majeski
La anécdota está basada en un hecho real, en la experiencia de Zofia Posmysz, arrestada por la Gestapo a los 19 años, internada en Auschwitz-Birkenau, donde paliaba la fiebre con el agua helada que resbalaba por la ventana de su barracón, y que evocó todo aquel sufrimiento cuando en la Place de la Concorde en París, en un momento totalmente proustiano, evocó todo aquel sufrimiento al escuchar una voz que le recordó la de la guardiana nazi que la supervisaba.
Ese momento dio pie a un libro y ese libro, al libreto de Alexander Medvedev y ese libreto, a esta ópera. «Una novela o una película puede caer en la trampa de aprovechar estos hechos. En este caso no es así, porque tanto Zofia como Weinberg son protagonistas de esta historia y tienen el derecho a explotarla. En sus manos siempre será auténtica y de hecho es auténtica», asegura David Pountney.
Lo que tenemos aquí es una obra sobre el Holocausto escrita por dos supervivientes del antisemitismo y los totalitarismos. «Una vez que la has interpretado, esta historia ya no se va, permanece contigo», explica Amanda Majeski, que encarna a Marta y que participó en este montaje hace ya nueve años. «Mi personaje es una mujer valiente, de gran carácter, de liderazgo, de amor y de esperanza a pesar de haber estado privada de todo durante su estancia en un campo de concentración. No expresa odio ni amargura. Cuando la vemos como una mujer madura habla perdonando, y cuando se dirige al público asegura que si dejamos que se apaguen las voces de estos seres humanos, esta historia se repetirá».
Su compañera de reparto, Daveda Karanas, da voz a la guardiana nazi. Ella misma reconoce la dificultad de su interpretación: «No es un rol nada fácil de encarnar. He tratado de darle una perspectiva natural. Lisa crece bajo el régimen de Hitler, que tiene claro de qué lado está la supremacía. Entra en Auschwitz para que su familia esté orgullosa de ella, pero también por convicción. No ve que haya hecho las cosas mal hasta el final. El espectador tendrá que sacar conclusiones». Su personaje se encontrará además en la tesitura de la crisis de su matrimonio cuando su marido, embajador en Brasil, descubra el pasado nazi que ella le ha ocultado. «Ella trata de engatusar a Marta. En otras circunstancias habrían podido ser amigas, pero descubre a una Marta con convicciones, con ideas. Este es un papel muy duro, que cuesta, pero que merece la pena para revivir esta historia», dice la cantante, aunque no es la única historia que hay.
En esta ópera se junta la historia que se relata, la historia de dos supervivientes del antisemitismo, y, por otra parte, la que a su vez acompaña la partitura, que tuvo su propio devenir. Weinberg jamás logró estrenar su obra. No es que se la censuraran, como asegura David Pountney, es que «se impidió que se representara. Weinberg era compositor del Bolshói, pero no pudo estrenar allí. Y se volvió a impedir cuando se intentó en Praga. En la URSS no tenían en consideración a los judíos que habían fallecido en esta tragedia. Se evitaba cualquier alusión al holocausto». Y, de hecho, se consiguió. La obra permaneció silenciada durante décadas. Se estrenó por primera vez en 2006, en Moscú, en una versión semiescenificada.
¿QUÉ APORTA LA MÚSICA AL HOLOCAUSTO?
Primero vimos las imágenes de los campos de concentración; después leímos los testimonios de los hombres, mujeres y niños que sobrevivieron y luego vimos películas basadas en el genocidio. Paul Celan afirmaba: «Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie». Pero, ¿qué aporta una ópera al exterminio de judíos? Con Weinberg, la música se enfrenta a la narración del Holocausto. «Él es un embajador de las tragedias del siglo XX, de lo que se vivió a partir de los años veinte y treinta», asegura Mirga Gražinytė-Tyla. La música es uno de los mayores exponentes de expresión y también una forma de alcanzar los sentimientos de la gente. Quizá, por eso, ella misma trata de ir más allá: «Es importante también ver la composición que hay detrás de manera independiente del tema. Apreciar el esfuerzo creativo, las polifonías, el dominio de la instrumentación, que, al final, termina reflejando el dolor del ser humano en esta cuestión. Pero también está el mensaje que Weinberg incluye: la bondad y la esperanza, que se impondrán a todo eso. Cuando escribe la sinfonía número 21, para él lo importante era subrayar la persistencia del hombre por encima de la brutalidad. Y eso es lo que expresan estas partituras».