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Jerónimo «Jero» García: «Me preocupa la deshumanización de los chavales»

Debuta en la literatura con «Cola de largatija», la historia de un niño de barrio dibujado con rasgos autobiográficos

Jerónimo «Jero» García
Jerónimo «Jero» Garcíalarazon

Este es un libro escrito con el compás de la vida. Escrito con la tinta autobiográfica que da el calendario y que dejan las experiencias. Y, también, esa respiración profunda que dan los adarves urbanos. Jerónimo «Jero» García, porque ese es su nombre completo, la suma del que recibió en el bautismo y el que le ha impuesto el día a día, ha sacado un personaje amasado con los correajes y alambres de los momentos por los que se ha discurrido. Un chaval, atado a su memoria, fraguado con los verbos de las rúas y el recuerdo de esos amigos pasajeros que regala la existencia y roba el destino. Un niño, Cola, con más boxeo en los brazos que años en las triangulaciones de su corta edad, que ha aprendido a reconocer muy pronto el sabor de las caídas, pero también el valor que conlleva para levantarse y caminar sin miedo.

¿Cuánto hay de autobiográfico en este libro?

Hay una parte de mí, bastante de los boxeadores que han pasado por mí a lo largo de tantos años y, todavía mucho más, del barrio en el que he crecido. El libro discurre en la periferia de la capital de Madrid. Cola, mi protagonista, comienza a caminar en la década de los años ochenta, en esos barrios bravos.

¿Qué da vivir en ese ambiente?

Más que personalidad, te da identidad. Seré de Carabanchel toda la vida. Vivir en un lugar es ya matrícula que se queda para siempre. Lo que sucede es que en la infancia te emocionan muchas cosas, porque somos libros abiertos. Nos dejamos impresionar por todo lo que vemos. Pero lo que emociona mucho es lo que se siente en esa vida de barrio: la ira, la felicidad, el miedo... Eso queda. Es el germen de tu personalidad.

Es la biografía de un barrio.

Me gusta relatar los hechos como fueron, escribirlos de una manera inusual. De fotograma en fotograma, como se dice en el cine. No me pierdo en descripciones. Los hechos que relato describen el barrio, pero, sobre todo, lo que se describen son emociones.

¿Ahora tiene menos emociones?

(Risas). Al contrario, tengo bastantes más. De pequeño empecé a levantar murallas. Luego, la interpretación me ayudó a derribarlas. Ahora me emociono, lloro como una Magdalena. Incluso releyendo pasajes de mi propio libro por... no sé... Es una historia que me emociona. Este libro es una terapia.

«Mi salvajismo ha hecho daño, lo reconozco»

Jerónimo «Jero» García

Lo escribió en un bar.

Justo donde estoy sentado ahora mismo. Es un local de la zona. Aquí están las típicas casas de barrio de los sesenta. La banda sonora de este bar es el rumor de la gente: cómo limpian la cubertería, el cristal de los vasos al entrechocar, los gritos de la gente obrera... Puedo escribir perfectamente en medio del ruido. Me puedo concentrar. Ponía «post-it» de la estructura aquí (señala una pared). Posiblemente haya vendido más libros en este bar que en la FNAC. El barrio ha vivido cómo lo he escrito. Aquí soy muy conocido.

Y lo redactó en un móvil.

Sí, luego lo corrijo en Word. Me he acostumbrado a hacerlo en el teléfono. Tengo esa facilidad. Pero lo bueno de este lugar es que la gente y yo hablamos el mismo idioma. Al irme a casa me voy impregnado de este acento. En casa se me escapan algunos palabrotes y tengo que tener cuidado por los pequeños (risas).

¿Algo de lo que se arrepienta de la infancia?

Me hubiera gustado no hacer daño a mucha gente. Mi salvajismo ha hecho daño, lo reconozco. Pero también es cierto que, si no hubiera pasado por todo esto, ahora no podría ayudar a tanta gente. Cuando te das cuenta de eso te preguntas si quizá a lo mejor no había que cambiar nada. Pero lo reconozco. Cambiaría eso de mi vida: no hacer el daño que he hecho. Eso ahora me ayuda a entender qué pasa por determinadas cabezas y me sirve para ayudar a chicos polémicos y luchar contra el acoso escolar.

¿Se ha encontrado con algún Jero a lo largo de todos estos años?

Soy un agente de cambio para muchos. Lo digo con modestia: he ayudado a algunos. Pero también he tenido fracasos. Considero a los educadores sociales unos verdaderos héroes, porque la educación social es fundamental. Y hay que tener en cuenta que solo uno de cada diez chavales sale hacia adelante. En medio hay muchos fracasos. Pero si ese porcentaje sale... merece la pena. Hay que seguir.

¿Le preocupa el aumento de la violencia del lenguaje verbal?

Lo que más me preocupa es la desnaturalización. La deshumanización de los chavales. En nuestra época, a lo mejor quitábamos a alguno el bocadillo o le dabas collejas. Pero cuando los veías sufrir, parabas. Ahora no paran. La violencia se ha incrementado tanto en cantidad como en crueldad por esa deshumanización, que en gran medida parte de las redes. Ahí no hay muros. No hay puertas cerradas. Y no empatizas. No se sabe lo que está sufriendo el otro. Los dejan jugar a juegos violentos y, al final, la sangre, la muerte que se ve... eso provoca deshumanización. Lo que hace eso es incrementar la crueldad. Es complicado. La invisibilidad de los demás supone para muchos el vacío. Es no pertenecer a nada. Sentirte un cero a la izquierda. Eso puede provocar intentos de suicidio. Es peligrosísimo. Esta es la violencia más difícil de detectar. Hay que estar atento. Es el mensaje del libro. A los niños no se les puede dejar solos. Un niño solo puede ser peligroso para él y para los demás. Todos los niños necesitan que los cuiden.