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Teatro

Barcelona

La revolución bolchevique de Sorozábal

LA RAZÓN asiste antes del estreno a un ensayo de «Katiuska», la pieza que abre la temporada de la Zarzuela 37 años después de su puesta de largo en el coliseo y con Ainhoa Arteta a la cabeza de las voces.

Ainhoa Arteta, Carlos Álvarez y Jorge de León encabezan un reparto de voces brillantes
Ainhoa Arteta, Carlos Álvarez y Jorge de León encabezan un reparto de voces brillanteslarazon

LA RAZÓN asiste antes del estreno a un ensayo de «Katiuska», la pieza que abre la temporada de la Zarzuela 37 años después de su puesta de largo en el coliseo y con Ainhoa Arteta a la cabeza de las voces.

Seis menos veinte de la tarde del viernes. Enfilamos la calle de los Madrazo. Los músicos con sus instrumentos a la espalda van llegando al ensayo. Pantalones cortos y manga corta porque la tarde lo pide. En el número 14 se abre la puerta de artistas de la Zarzuela. Pronto nos topamos con el maestro García-Calvo y con Carlos Álvarez, satisfecho de volver a la que es una de sus casas. «Ya verás cómo te va a gustar», sonríe. Viste de oscuro y solo le falta ponerse la guerrera larga para meterse en la piel de un comisario del Soviet. Nos alejamos y le oímos cantar antes del ensayo. Los asientos del patio de butacas estás cubiertos por una tela roja. Emilio Sagi está sentado en las primeras filas. Se le nota satisfecho. Vitalísimo (será esa turmalina que no le abandona nunca) y con su móvil en la mano. Se levanta y toma una foto aquí. Después otra allá. Mide la luz. Habla con Daniel Bianco, director del coliseo, que toma asiento a su lado una fila detrás. Se apagan las luces y «Katiuska» (subtitulada «La mujer rusa») se hace carne. Con esta opereta inaugura este jueves el teatro su nueva temporada. No es una apertura cualquiera, lo sabemos. Después de un año movido, «pensamos, como siempre, que debemos dar lo mejor», asegura Bianco.

El maestro Sorozábal, nacido en el País Vasco, concibió esta pieza, su primera incursión en la lírica, como una opereta en dos actos, con libreto de Emilio González del Castillo y Manuel Martí Alonso. Se pasa tan rápido que no nos importa que volviera a empezar de nuevo. A una posada en Ucrania, regentada por una divertida pareja, Olga y Boni, sobre todo ella, una mujer que se deja querer, llega el comisario del soviet Pedro Stakov. «¿Quién es?», pregunta el mesero. «Uno», responde el militar con ese vozarrón que le presta Álvarez. El escenario está dominado por un marco, «de oro, de lujo, como si se hubiera descolgado de una enorme pared. Y dentro de él es donde sucede toda la acción. Después está el protagonismo de esos muebles viejos, gastados, sillas, armarios, banquetas, un piano..., que hablan del esplendor de un tiempo que ya no es y que representan los escombros del imperio zarista», explica Bianco. Idea que ha materializado Sagi en un solo decorado en el que los paneles del fondo, que se abren y cierran, juegan un papel muy importante (en un momento del ensayo el regista llama la atención de los actores: «Cerrad las puertas, que no estamos en un teatro alemán»).

De Ucrania a París

La obra se estrenó en 1931 y vuelve al coliseo de Jovellanos casi 40 años después de su última representación. «Cuando se vio en Barcelona el primer acto transcurría en un pueblo de Ucrania y el segundo en París. Imagínate, en París. Se grabó con el ‘‘Canto de la tierra’’. Pero mira qué curioso que en 1958, cuando lo cantaron Pilar Lorengar y Alfredo Kraus, de esa versión se suprime este fragmento, ya no existe», explica Bianco. ¿Quizá fuera obra de la censura? «No hay constancia». Luego hubo otras dos nuevas grabaciones, en 1967 y en 1980. El director de la Zarzuela explica que antes de morir el maestro Sorozábal vuelve a corregir «Katiuska»: «Se peinaba a sí mismo», explica de manera muy gráfica, y dejó por escrito que había que retormar el «Canto de la tierra». El nieto del compositor envió una carta a Bianco pidiendo la recuperación de ese fragmento para que se pudiera escuchar en la Zarzuela, voluntad que se ha cumplido. «Como ves tiene una larga historia», añade el director, quien apunta que el padre de Emilio Sagi, el director de escena, la cantó en Barcelona y después de cada función la gente acababa pegándose entre los partidarios de los zaristas y los proletarios que cantaban a la Rusia de los trabajadores. «Es una obra muy intensa que posee, además, una parte divertida y delirante y que acongoja musicalmente, pues reúne una marcha militar, un fox-trot, romanzas bellísimas y unas melodías de enorme altura».

Y esa parte tan bizarra como surrealista y delirante, que la tiene y que aligera el dramatismo de la obra, con amores encontrados, conflictos sociales e incluso un intento de violación a Katiuska, llega de la mano de la pareja de posaderos, de Bruno Brunovich, que requiebra sin parar a Olga, mientras ella se dejar querer, y de un personaje al que Sorozábal seguro que no intuyó (o quizá sí y por eso le dio cancha suficiente) el juego que podía dar: un vendedor de medias natural de Tarrasa, Amadeo Pich, que trabaja para la tienda La corona imperial (atención al nombre en plena caída zarista) y que lo único que pretende en mitad del conflicto desatado es cobrar una deuda de 72 pares de medias. Las frases son ingeniosas, y el humor rápido: ese «beso detrás del Kremlin» que acaba con «un pellizco en la Rotonda» es insuperable, lo mismo que la escena del baile con las botas rojas de goma o el fox-trot «A París me voy» que cuenta con un «lucimiento extra».

El reparto es también excepcional: «Yo tenía claro que quería hacer la obra, pero contar con estas voces no era condición. Yo diría que es un placer. No hago distinciones entre un reparto y otro, ha de haber varios cantantes dada al cantidad de funciones que se van a ver, catorce entre el jueves y el 21 de octubre. El primero que dijo que sí fue Carlos (Álvarez), el segundo Jorge (De León) y porque Ainhoa (Arteta) estuviera luché mucho. Los tres apoyan la zarzuela allá donde van, siempre han estado con la música española», señala Bianco de los principales cantantes. Junto a ellos, Maite Alberola, Rocío Ignacio, Ángel Ódena, Alejandro del Cerro, Antonio Torres, Milagros Martín, Emilio Sánchez, Enrique Baquerizo y Amelia Font. Una manera más para celebrar, apunta el director, los 162 años de este coliseo: «Tenemos que tomar conciencia de que no es un género recién llegado, sino que posee una enorme tradición y forma parte de nuestro patrimonio».

Durante el ensayo detiene la representación un par de veces. Rocío Ignacio, una estupenda Katiuska que recuerda a esas actrices de principios del sonoro, elegantísima, repite mientras canta sentada en un piano desvencijado. Jorge de León, también muy elegante, viste traje y abrigo. Tras cada intervención llega la recompensa del aplauso.

«Saludamos y nos vamos todos a casa», dice Sagi adelantando que el final está cercano. Apenas hora y media con un par de interrupciones para corregir luces. Los miembros del coro son los primeros en salir, con su director, Antonio Fauró, a la cabeza. Después lo harán los cantantes, uno a uno, con los recordatorios oportunos de dónde deben colocarse: en dirección a los Madrazo o a la calle Zorrilla. El ensayo ha acabado. Ahora toca aplaudir. Y recoger. En la calle vuelve el calor y los trajes del escenario se tornan bermudas y hay que reponer fuerzas en Los Pinchitos, en el número 7 de la calle. Un bar de los de toda la vida.