Ellas tocan los botones

El título no es la cosa –que diría un maestro zen–, pero, en este caso, se le acerca... ¡y mucho! El enunciado revela de forma excepcional el contenido de esta rara avis literaria, lícito híbrido entre relato, investigación, reflexión, filosofía, autobiografía, biografías anónimas, que no en vano le han servido a su autora para alzarse con el V Premio Málaga de Ensayo. Asistimos a un collage sorprendente que, con las nuevas tecnologías y la historia de la mujer como horizonte final, se aborda desde el pensamiento a través de citas, las reiteraciones voluntarias, los cambios de tipografía, la meditaciones, las preguntas, las ilustraciones o palabras clandestinas.... Uno de esos vocablos que nombran lo que no existía o lo que no era nombrado figura en el propio subtítulo y sobre él pivota buena parte del libro: «Prosumo», término importado del inglés y presumiblemente acrónimo formado por los conceptos «producir» y «consumir». Llega, incluso, a invitar al lector a la interactividad, pidiéndole que sume al texto páginas personales como el hecho de realizar una tabla con una columna para las tareas cotidianas, seguida de otra con el tiempo empleado y por último la tecnología de la que se ha servido. Ése es el nudo gordiano del libro: las ciencias aplicadas a lo tecnológico, las formas de domesticación o emancipación en nuestra cotidianeidad, su poder invisible en la apropiación de nuestro tiempo, espacio y horizonte.

Arranca, ya, anunciándolo todo con un juego de palabras: «(h)adas» que deja entrever con esa «h» entre paréntesis el homenaje a Ada (Lovelace) Byron –primera programadora–, pero donde también conoceremos a mujeres anónimas. De la máquina de Singer al iPhone, los aparatos se teclean, se percuten, se encienden y apagan; te facilitan la vida o la esclavizan. ¿Hay máquinas que pueden ser transformadas y máquinas que nos transforman? Sobre ello versa este libro lleno de (h)adas que no son creaciones sino creadoras.