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Encantada de haberte conocido, maldito Falcó

Encantada de haberte conocido, maldito Falcó
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Quiso dar vida a un perfecto hijo de puta y lo logró. Más canalla, si cabe, que en las dos anteriores entregas, con la que cierra la trilogía. Le creó fascista de tinta para una masa lectora cada vez más pastoril, dual y llena de bienpensantes y «flojos de pantalón». Su antihéroe es un bastardo que se sale de toda norma y regla, en tanto que es patriota de su propia causa, mercenario de sí mismo y sin más ideal que su propio bolsillo y su mismísima pretina. Matar, violar, degollar o torturar son para él hacer poco más que tejer calceta, pero eso sí: satisfecho de su propia astucia, prefiere vivir equivocado a subsistir engañado, porque el instinto de supervivencia en él es más fuerte que el de cuantos le rodean. Bien lo sabe el autor, que ha estado allí donde nacen todos los «falcós», y sabe cómo está tallada su negra alma.

Su espía, asesino a sueldo del SNIO, los servicios fascistas durante la Guerra Civil española, tiene esta vez varias misiones en el efervescente París de Hemingway, Fitzgerald, Lee Miller y Picasso. La primera es «reventar» el Guernica que el genio malagueño está pintando para la II República e impedirle contribuir con su arte a la propaganda republicana. La otra trama apunta a un aviador combatiente en España y al mismo tiempo practicante del turismo de guerra intelectual que se parece, sospechosamente, a Malraux... aunque el autor le haya cambiado el nombre, como a otros personajes, para permitirse licencias ficticias.

Espionaje internacional

Así, asistimos a una sofisticada trama de espionaje internacional donde los combatientes beben combinados, juegan al bacarrá y viven aventuras y negligencias mundanas dignas de Scott Fitzgerald. A la Guerra Civil de guante blanco, de trajes de satén y smoking; de agentes dobles, mensajes cifrados y siluetas con una beretta en el bolsillo. Todo muy cool pero con mucha sangre, no poco sexo y demasiada conspiración. Así es el terrible lenguaje de los hechos. Los que fueron –y quizá lo sean– retratados con una gramática visual que solo un narrador que ha conocido una treintena de contiendas sabe contar con un enorme caudal de dignidad literaria y una honestidad narrativa implacable. Pérez-Reverte es un maestro de las estampas emocionales a medio camino entre el dolor, el glamur y la supervivencia desprovista de épica. Todo es posible cuando se fabrica un personaje que no «vive de oído» y que abunda en la naturalidad del horror, mientras su padre de tinta es capaz de hacernos cuestionar si Picasso pintó el Guernica por patriotismo o por dinero... Un genial pintor, que, dicho sea de paso, ilustró el drama de una guerra que jamás vivió.

Afortunadamente, la redención existe en la literatura de Graham Greene, y Pérez-Reverte, una de las mejores plumas de nuestra época con vocación de clásico, sin duda- es un ateo y filokafkiano vital, por ese exacto orden... Porque escribir es ir forjando situaciones y frases que hay que ir arrancando al veneno del idioma, y en su forcejeo feroz con el lenguaje sale victorioso.