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LXXIV Premio Planeta

Escribir después de un premio literario

Los novelistas Luz Gabás, Javier Moro, Alfonso Goizueta, Rosario Raro y César Pérez Gellida reflexionan sobre los retos que supone enfrentarse a un proyecto tras la experiencia de recibir un galardón literario

Luz Gabás ganó el Premio Planeta 2022 con "Lejos de Luisiana".© Alberto R. Roldán Alberto R. RoldánPHOTOGRAPHERS

Un premio literario catapulta el nombre y la obra de un autor, pero conlleva una presión posterior, una mochila, por decirlo de una manera, que pesa sobre el autor y que le puede condicionar. Es un tópico conocido que los autores galardonados con el Nobel de Literatura atraviesan después un indeterminado tiempo sin escribir o con una tensa relación con la palabra escrita. ¿Qué supone ser premiado? ¿Cómo un autor encara su siguiente proyecto después de haberse convertido en un rostro popular de la escritura? ¿Qué miedos, nervios o temores atenazan a un creador? Un reconocimiento literario de envergadura supone la exposición de un libro en los escaparates y la primera línea de la mesa de novedades. Pero, ¿qué ocurre con el siguiente título, cuando uno ya no está respaldado por la promoción que supone un libro? La novelista Luz Gabás, ganadora del Premio Planeta en 2022 con «Lejos de Luisiana», una obra ambiciosa y de muchos retos, reconoce que este galardón «me dio mucha visibilidad, así que, por tanto, sentí un mayor riesgo de defraudar a los lectores. Por este motivo, tuve una sensación de una mayor responsabilidad. Tenía que hacerlo mejor». Lo más complejo para ella fue intentar «ser capaz de olvidarte del mundo y comenzar tu nueva novela como si fuera la primera», porque, como ella misma asegura, «ego, tengo poco, pero soy muy autoexigente. Me doy a mí misma todo el refuerzo positivo que puedo para superar los momentos de cansancio o soledad, que los hay». Uno de los aspectos que la han ayudado, sin embargo, son los lectores que, como explica, «son seres amables. Sus ánimos son esenciales en el proceso de escritura. Saber qué esperan tu próxima novela ayuda mucho. Más que presionar, en realidad, ayuda, sobre todo en la fase final. No los temo». Luz Gabás lo que nunca ha sentido es esa impresión de parón que puede arrastrarte a detener la escritura y los proyectos que uno tiene pensados. «Para mí no existe el bloqueo. Lo que me falta es disponer de tiempo para contar mis historias, que tengo muchas siempre circulando por la cabeza».

Nadie exagera si afirma que Alfonso Goizueta ha sido el nombre que más ha sorprendido en las últimas ediciones del Premio Planeta. Llegó cuando era un desconocido para la mayoría, pero no tardó en ganarse el favor de los lectores con «La sangre del padre», una narración de tono épico y prosa bien enhebrada y cosida que toma la figura de Alejandro Magno, y que hace unos días ha lanzado «El sueño de Troya» (Planeta), un lúcido relato sobre Heinrich Schliemann y el descubrimiento de los restos arqueológicos de la ciudad cantada por Homero. «No necesitamos que me echen responsabilidad. No tengo otra responsabilidad que conmigo mismo y cuando uno se enfrenta a una novela. Un autor tiene que dejar toda la carne en el asador con un libro, aunque luego no salga bien o aunque salga bien y la recepción no vaya bien. Con premio o sin él, la responsabilidad es con uno. Es una presión, pero no de agentes externos, sino que procede de ti mismo, se crea en la cabeza, al generar expectativas». El escritor, que se encuentra en medio de la promoción de su último libro, narra una anécdota de su propia autoexigencia: «La primera versión de “El sueño de Troya” la escribí a una buena velocidad. Encajaba dentro de los esquemas, más comercial, entretenida, pero al acabar la versión me di cuenta de que no era la historia que deseaba y que no estaba contento con ese libro».

Los riesgos existen

Goizueta pudo entonces tomar el camino menos complicado, entregar ese primer borrador, pero no lo hizo: «Me hubiera resultado muy sencillo mandarlo, pero borré el manuscrito y lo reescribí totalmente. Cuando tienes tanta presión, uno no puede quitarse la escritura de encima. El libro te tiene que gustar a ti, venda o no. No puedes sentarte a escribir pensando en vender. Con mi anterior libro jamás pensé en lectores o compromisos». El novelista, no obstante, reconoce con humor: «El día que lo borré, me costó. No soy tan duro (risas), pero ese borrado necesitaba ser destruido. Escribir es el arte de reescribir y, si estás apegado a un texto, a veces no puedes ver los errores. Pero fue necesario ese manuscrito para depurar ideas. La paciencia es un elemento de este oficio». Goizueta recuerda que siempre intenta afrontar «cada novela como si fuera la primera» porque «si no, el miedo puede resultar paralizante, si uno piensa en lo que puede ir mal, o que sacas una novela sin premio... Lo que más me preocupa es la sinceridad en la prosa, no perderla. Es un temor espectral. Pero no he sentido más miedo, aunque he tenido que hacer un ejercicio de templanza para evitar la hipertrofia del ego y tener cuidado y no dejarte llevar. Por eso me acuerdo siempre de mi yo cuando estaba fuera del foco, de mi yo en la oscuridad. Vuelvo a él cuando el movimiento del mundo es muy fuerte».

Entrevista con escritores del Grupo Planeta. En la imagen, Alfonso Goizueta y César Pérez Gellida © Alberto R.Alberto R. RoldánFotógrafos

Desde unos parámetros distintos, partió Javier Moro. Recibió el Premio Planeta por «El imperio eres tú», pero, al contrario de Alfonso Goizueta, él ya era un autor consolidado por los éxitos y las ventas. Con su habitual humor y sin desprenderse de una sonrisa, comenta: «El Planeta me afianzó y recibirlo, quieras que no, recibir este galardón es como ser alguien en España, pero yo ya tenía una base de lectores importante. Luego escribí «A flor de piel», que tuvo una carrera muy buena, y la pandemia resucitó. Quedó como un libro icónico sobre la historia de España y la campaña de vacunación que relataba. Estoy muy agradecido al Planeta, he podido hacer largas giras por Latinoamérica, me ha abierto mercados allí y me han cuidado mucho y me han dado muy bien de comer, lo que es importante». Javier Moro, con un tono guasón, sí admite todos los riesgos que existen: «Lo más difícil es ser fiel a ti mismo, no creerte que eres capaz de escribir todo, no dejarte que te influyan demasiado. El éxito procura demasiado ruido. Hay cosas buenas: te da dinero y te ayuda a proseguir con tu carrera, unas cosas que son fundamentales. Pero eso va también acompañado de bastante ruido y te despista. Existen escritores a los que el éxito los ha malogrado, porque los ha desorientado y les ha llenado la cabeza de pájaros. Puede pasar. Nunca conviene que uno se tome demasiado en serio. Es la verdad. Es la única solución. En serio. Si no, estás perdido». Él mismo apunta que «después de un éxito, asusta publicar. Es lógico, porque has levantado expectativas y no quieres defraudar a nadie. Eso existe. Con un premio o sin él, existe ese vértigo. ¿A ver qué hago ahora para no decepcionar? Bueno, lo que hay que hacer es ser fiel a ti mismo, escribir lo que te gusta escribir. La receta para el fracaso es escribir para los demás. Si quieres complacer al público, te la pegas. Tienes que seguir con aquello que te hace vibrar. El éxito te empuja al precipicio y por eso no se puede ser esclavo del éxito, porque entonces no haces nada».

Rosario Raro, Premio Azorín con «La novia de la paz», reconoce que los años dan sosiego y que la edad hace bastante para no creerte espejismos ni ilusiones. La escritora, como todos sus compañeros, proviene del revuelo en que se ha convertido la estación de Sans y el aeropuerto por los parones convocados. Algo que no le ha restado tranquilidad. «Después de un éxito, la clave es ser genuino, porque para escribir un relato, el relato debe ser auténtico, pero con una novela tiene que haber detrás una obsesión». Y suma un tema importante: «La necesidad de contar una historia borra muchas circunstancias de las que se pueden estar pendientes. Aunque no sé si esto es valentía o mera insensatez». La novelista revela que, como Italo Calvino, tiene carpetas con «muchos argumentos o historias en distinto grado de desarrollo», y admite que escribe una página al día, lo que da, como cuenta, 365 páginas al año, una suma que, en realidad, es un libro. «Una novela, como cualquier otro producto cultural, es un acto de comunicación. Yo solo tengo que pensar en los lectores y todo lo demás son interferencias. Lo esencial es no dejarte llevar por cantos de sirena y escribir cada día, centrar la cabeza en la historia, su trama, los personajes, aislarte y entrar en esa experiencia inmersiva que es la literatura y viajar a otra época».

Entrevista con escritores del Grupo Planeta. En la imagen, Javier Moro y Rosario Raro. © Alberto R. RoldánAlberto R. RoldánFotógrafos

El escritor César Pérez Gellida afirma que «ganar un Premio como fue el Nadal en mi caso, te abre muchas puertas en el mundo editorial, llegas a muchos lectores, y es como una ventaja competitiva para afrontar el siguiente proyecto. Cuando escribo nunca pienso en los lectores ni en la repercusión de la novela, y trato de disfrutar del proceso». El novelista comenta que cuando sacó su siguiente novela «ya sabía que no iba a tener la repercusión del Nadal, pero yo iba con más seguridad y nunca tuve presión por haber ganado el premio. Yo tenía un bagaje anterior». El autor comenzó a publicar en 2013 y la gestión del ego y la autoestima ya la hizo entonces: «Rudyard Kipling decía que al éxito y al fracaso hay que tratarlos con igual indiferencia. Ese consejo me ha funcionado de maravilla. He tenido éxito a nivel editorial, pero el éxito nunca ha sido una carga ni un lastre. Solo me ha hecho creer más en mí, tratar de mejorar en todas las facetas que conlleva este oficio y siempre desde un punto de vista positivo. El éxito nunca ha sido una carga».