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El humor judío: cómo reírse para sobrevivir

El escritor Jeremy Dauber ahonda en la cultura de la risa judía y sus raíces: la lucha en un mundo hostil y sobreponerse al antisemitismo
Woody Allen encarna el humor judío que trata con desenfado la figura de Dios y el pasado de su cultura en el cine
Woody Allen encarna el humor judío que trata con desenfado la figura de Dios y el pasado de su cultura en el cineEvening StandardGetty Images

Madrid Creada:

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Creo que era en un viejo capítulo de la serie televisiva «Seinfeld» en el que el protagonista hablaba de un tipo que se había convertido al judaísmo para poder hacer chistes sobre judíos. Hacerlo uno mismo desde esta religión podría ser más presentable, podría deducirse. De ese modo, el personaje chaquetero no cesaba de bromear con respecto a la condición judía bajo el amparo de ser uno de sus miembros, lo que le daba inmunidad. Pues bien, hoy en día, con la dictadura de la cultura woke, ¿sería posible un argumento ficticio como ese del famoso cómico norteamericano, Jerry Seinfeld, el cual lleva décadas en el mundo del humor sacando a colación a la comunidad judía, la suya propia?
Otra cosa diferente es abordar tal cosa desde el prisma histórico, que está a salvaguarda de críticas en este ambiente de rendir cuentas de todo de forma políticamente correcta. Lo hizo en 2017 Jeremy Dauber (Belleville, Nueva Jersey, 1973), profesor de Lengua, Literatura y Cultura Yiddish en la Universidad de Columbia, en un libro que ha traducido José Manuel Álvarez-Flórez. En «El humor judío», que tiene un subtítulo demasiado tópico, aludiendo a que el humor es una cosa muy seria, el autor advierte al comienzo el problema de «cómo definir y describir el humor judío tal como se presenta en sus vastas y diversas formas desde la Antigüedad hasta ayer mismo». Más en concreto, y bajo un prisma más contemporáneo, cabe advertir que realmente la historia de la comicidad judía es la de la cultura popular estadounidense.
Tal cosa se percibe de continuo, dentro del terreno editorial. Por ejemplo, hace escasas fechas se editó la autobiografía de Mel Brooks, «¡Todo sobre mí!» (Libros del Kultrum), en que el humor judío neoyorquino se asomaba por medio de numerosas anécdotas (en su caso, el judaísmo se justificaba porque sus ascendentes familiares eran polaco-alemanes y también ucranianos que sobrevivieron a la miseria y a los pogromos zaristas). Brooks entendió desde niño que el humor era una herramienta para no dejarse traumatizar por el acoso escolar o por las secuelas que significaron los campos de exterminio de los nacionalsocialistas. «Solo hay una manera de estar en paz y es ridiculizarlo. Ese ha sido mi objetivo: conseguir que todo el mundo se ría de Adolf Hitler», apuntaba, siempre aprovechando cualquier actuación desde joven para parodiarlo: «La comedia es un medio de desmitificarlo», añadía.
Dauber dice que el humor judío tiene que ser creación de judíos, de modo que haría buena la acción del personaje de «Seinfeld», y que muchas veces se manifiesta, de forma muy característica, por un «gusto por los juegos de palabras que tanto tiene que ver con las cambiantes circunstancias lingüísticas (a menudo multilingües) en que han vivido los judíos». Para el autor, ciertamente, el humor judío es una respuesta a la persecución y el antisemitismo; una mirada satírica a las normas sociales y comunitarias judías; un juego ingenioso y libresco; vulgar, grosero y obsesionado con el cuerpo; mordaz, irónico y metafísico; centrado en el judío de a pie. Estos son los rasgos principales que encuentra y que lo llevarán en el libro a hablar de innumerables personalidades, como el inevitable Woody Allen.
Lo más interesante, empero, es que al hacer una exploración histórico-cronológica de su tema de estudio, el lector puede ver un humor que hoy no parecería en absoluto algo cómico; y es que «entender la historia del humor judío no significa simplemente celebrarlo o disfrutarlo, sino tomar las cosas como eran, no como nos parecen ahora. Simplificando: el humor es cultural y depende del contexto, y el humor judío no es una excepción». De hecho, muchos chistes tremendamente racistas eran antaño algo común entre las familias judías, así como otros que se burlaban de la gente obesa. Podemos decir, en este sentido, que el humor también es un reflejo de cómo la transgresión y la libertad de expresión se abren camino o caen en redes censoras a lo largo del tiempo.
En todo caso, en el libro se verán demostraciones de chistes que ahora se calificarían sin dudarlo de misóginos, homofóbicos o xenofóbicos. Las páginas abarcan desde el Antiguo Testamento hasta la actualidad, y en muchas ocasiones se desarrolla en torno a la diáspora o el antisemitismo. En el primer capítulo, ya se dice que un rabino llamado Hermann Adler, a finales del siglo XIX, advirtió que los judíos, lejos de mostrarse melancólicos, «poseían en realidad una capacidad para decir cosas chistosas e ingeniosas», lo que podría despertar la idea de que el Hacedor les dio tal habilidad para, decía de modo literal dicho rabino, «sobrevivir en la feroz lucha por la existencia». De ahí que tradicionalmente, apunta Dauber, se haya asociado al judaísmo el humor como estrategia de supervivencia y resistencia frente a circunstancias trágicas.Sin embargo, esta perspectiva seguiría abundando en el hecho de considerar al judío como víctima pasiva, además de convertir su humor en algo de estilo negro e irónico. Comoquiera, en el «Libro de Ester», ya se describe el antisemitismo «como una adversidad que resulta vencida para gozo y alivio de los judíos». En la Edad Media, una época llena de expulsiones, el humor judío se reflejó en las fábulas morales al modo de Esopo: así, el zorro, en la diáspora, simboliza la astucia del judío que tiene que recurrir a su ingenio con tal de salir adelante. Junto a esto, en ese mismo periodo proliferaron los cuentos de acertijos en los que personajes judíos se veían en situaciones en verdad insuperables. Ejemplo de ello es un texto en que un gobernante le pide a un hombre que acuda a su presencia ni vestido ni desnudo.
El protagonista aguzará su inteligencia y se presentará ante él como su madre lo trajo al mundo, pero envuelto en una red de pesca. Por supuesto, en un libro que aborda tantas épocas y contiene tantísimas referencias, tanto literarias, como Isaac Babel o Franz Kafka, como del mundo del espectáculo, como los hermanos Marx o Larry David, tendrá una importancia capital todo lo concerniente al nazismo y el intento de exterminio de los judíos. Dauber habla de ello por medio de autores, algunos desconocidos y otros con gran carrera artística, que pudieron vivir para contarlo, en el entorno de guetos o campos de trabajo. En el de concentración de Sachsenhausen, ubicado en Brandeburgo, que los alemanes construyeron en 1936 para confinar o asesinar a opositores políticos, gitanos, homosexuales y, desde luego, judíos –perecieron allí unos treinta mil prisioneros–, corría una canción sobre las palizas que la gente recibía cada día: «Con una patada empieza la función, / luego un tortazo, no vayas a gritar, / la otra patada ya es pura diversión, / pero mejor otra más para rematar», decía su primera estrofa.
Se ha estudiado cómo la persona que mejor podía aguantar semejante infierno no era la más dotada físicamente, sino la que tenía una fortaleza mental e intelectual más potente. Viktor Frankl, el famoso superviviente de Auschwitz, habló de que se contaban chistes satíricos en y sobre los campos, y decía: «Todo ello no tenía otra finalidad que la de ayudarnos a olvidar, y lo conseguía». Tal es el poder infinito de tomarse la vida, incluso frente al horror máximo, con sentido del humor.
▲ Lo mejor
Logra presentar un aspecto de la historia y la cultura judías bajo una luz distinta
▼ Lo peor
El prólogo es extenso habida cuenta de que dice cosas que podía haber sintetizado mejor