Perreo, feminismo, santería y Frente Atlético

La improbable historia de una sala de conciertos

Un libro se adentra en las turbulencias de la sala Caracol, cerrada tras la pandemia y 30 años de actividad

CONCIERTO DE VETUSTA MORLA EN LA SALA CARACOL
Concierto de Vetusta Morla en la Sala CaracolSANTI CARNERI La Razón

A través de su historia se puede contar cómo ha cambiado Madrid y la escena musical española. «Se puede ver el renacimiento de la escena indie, el surgimiento de la urbana... Cómo la tecnología irrumpió en los conciertos. Cómo se enfadaban los músicos al principio por los teléfonos grabando o haciendo fotos... Es decir, que en la historia de la sala Caracol se cuenta la evolución de la industria, la escena y el circuito musical», dice Nacho Serrano, periodista de «Abc» y autor del libro «La sala Caracol. La historia nunca contada», un volumen que recoge decenas de testimonios y recorre, con la voz del fundador de la sala, 30 años de música y pesadilla burocrática.

José Manuel Alonso tenía el sueño de abrir una sala de conciertos que sirviera para dar cabida a la diversidad musical. Se fijó en las instalaciones de un viejo tablao flamenco de techo de uralita que acumulaba quejas vecinales y bautizado en honor a Manolo Caracol por indicación de Lola Flores, una de sus asiduas. Firmó el alquiler con la propiedad –dos hermanas de Esperanza Aguirre– y llegó a un acuerdo para derribar la estructura del edificio y elevarlo a 10 metros de altura, el doble que la anterior. Ninguna sala en Madrid tendría mejor acústica.

Pero el primer día de funcionamiento empezaron los problemas, cuando un enjambre de coches patrulla impidieron la apertura de la sala. Ese sería el signo de su destino, un camino tortuoso plagado de pleitos con la administración. «Fue toda una carrera de obstáculos... –dice Alonso al teléfono–. Nos cerraron la sala hasta 12 veces. Aparecimos nosotros, unos quijotes que se gastan un pastonazo en hacer algo así y, bueno, ellos no entendían cómo nos enfrentábamos a ellos».

Nacho Serrano ilustra: «Cuando tenía problemas con las licencias, daba mucha guerra con concentraciones y protestas. Una vez hasta aparecieron hasta los del Frente Atlético con sus tambores para apoyarle porque había acogido eventos suyos. Hacía mucho ruido y eso te trae problemas. Él piensa que algunas de las actividades que acogía –desde asociaciones feministas a partidos de izquierda– no eran del agrado de las autoridades y le cogieron tirria».

Fachada de la Sala Caracol.
Fachada de la Sala Caracol.LR

Sin embargo, durante esos 30 años, siempre que pudo la Caracol escribió la historia de la música en España. «Es la sala más ecléctica de Madrid. Vetusta Morla abrió una noche fundacional en 2007, cuando tocan allí y con la recaudación graban “Un día en el mundo”. Ya sabemos qué pasó después de aquello. Pero también actuó allí J Balvin, o C Tangana, que en 2016 actuó tres noches seguidas y también fue un momento que marcó el nacimiento de la nueva escena urbana. Pero hubo mucha música brasileña, africana, de los Balcanes...», resume Serrano. Y hardcore, metal, punk, siniestros... Una noche, el DJ era buenísimo y nadie sabía su nombre. Llevaba calada la gorra hasta las cejas. Hasta que alguien descubrió que era Manu Chao, que se había presentado allí sin anunciar. Allí actuaron Radiohead, The Damned, Leño o Placebo.

«La única limitación que poníamos era la calidad. No poníamos cortapisas, pero alguna vez me sugirieron desde la administración que no se veían bien determinados grupos, que les parecía una aberración, no sé, que fueran siniestros o vascos, yo qué sé. Nos lo decían de “estrangis”, pero si no hacíamos caso, nos ponían una inspección al día siguiente», cuenta el dueño de la sala que, en una ocasión, recurrió a la santería atormentado por sus problemas con la licencia. «Fue una locura. Yo no creía en eso, pero fui por ver qué pasaba y terminé colocando una lengua de vaca de 80 centímetros en la vía del tren... Son cosas que haces a la desesperada», ríe José Caracol: «Terminaría antes si te dijese las cosas que no hice para mantener la sala abierta. Me dejé la vida y nunca cedí», dice este imprudente que ya busca ubicación para la Caracol resucitada.