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Libros

Los libros de la semana: del egocentrismo de Conget al nuevo thriller de Muñoz Villén

Entre las novedades editoriales de esta semana, también destacan «La mentirosa», de Sophie Stava, o «Passeggiate. De viaje por Italia», de Gregor von Rezzori

José María Conget debutó en 1981 LA RAZÓN

José María Conget, entre la vanidad literaria y Elia Kazan

«Egocentrismos», de José María Conget

Es esta una reunión de textos en los que el magistral autor nacido en Zaragoza recuerda varios episodios autobiográficos

Por Toni MONTESINOS

En cada último libro de José María Conget están todos los libros de José María Conget. Por muy diversos que puedan parecer, en el terreno de la novela, el cuento o el ensayo narrativo, hay dos cosas que se respiran cuando se lee al autor zaragozano: primero, su estilo de calidad inigualable, de ritmo, intensidad y precisión lingüística tan admirables, que va acompañado siempre de tramas atractivas desde la primera frase, haciendo del cuento un camino en espiral, un cuerpo textual compacto de principio a fin; y, segundo, los temas que el autor va explorando sucesivamente y que son sus señas de identidad: la vida provinciana española y en el extranjero, el amor por los libros y el cine, la España de la Transición y la autobiografía convertida en tema literario.

Desde que debutara en la literatura en 1981 ningún escritor español puede acercarse a un Conget, siempre brillante y corrosivo, que es demasiado bueno para recibir los galardones nacionales o internacionales que acaban por darles a los mediocres de siempre.

Hasta la infancia

Ahora, el escritor de obras maestras como las novelas «La bella cubana» o «El mirlo burlón» se inserta es un espacio algo diferente, por más que en el terreno de la experiencia personal llevada a la escritura haya dado genialidades como «Pont de l’Alma» o «Cincuenta y tres y octava»; publica «Egocentrismos», un conjunto de quince textos que, por un lado, nos llevan a su infancia, como en «Las chicas del taller», donde evoca el taller de costura que tenían su abuela y su tía; «Fundador», alrededor del colegio de jesuitas en el que estudió; y también «El que fue a la guerra», en torno a un pariente alférez en la Guerra Civil Española.

Son asuntos estos que interesarán sobre todo a los incondicionales de Conget, al tiempo que otra serie de escritos llamarán la atención de aquellos que gusten de conocer la vida social de los escritores. Así, el escritor recuerda a viejos amigos como Carlos Edmundo de Ory, Ana M.ª Navales o Félix Romeo, a lo que se añaden páginas dedicadas a la vanidad literaria y a figuras cinematográficas como John Wayne y Elia Kazan.

  • Lo mejor: El estilo brillante del autor, que tan bien incursiona en la psicología humana
  • Lo peor: Se necesita un lector que desee profundizar en su vida y gustos culturales

Von Rezzori: ojo con el turismo masificado

«Passeggiate. De viaje por Italia», de Gregor von Rezzori

El autor presenta en este libro diez textos a mitad de camino entre el periodismo, la memoria y una escritura que refleja un presente fugitivo

Por Diego GÁNDARA

Si hay algo que puede decirse de Gregor von Rezzori es que es un hombre, un escritor, o que fue un hombre, un escritor, sin patria. O un apátrida. O un nómade. A veces por coyunturas históricas y, otras, por decisiones personales. Aunque, más allá de todo se esconde, como de costumbre, lo inefable, ese encuentro fugaz, lleno de epifanía, entre el pasado y el presente, y que otorga a los lugares, las cosas, los países, las fronteras, a la vida misma un sentido distinto. Único.

Y es que Gregor von Rezzori, descendiente de una familia proveniente de la aristocracia de Sicilia pero asentada en Viena desde el siglo XVIII, vivió una vida en la que el concepto de patria fue cambiando según los vaivenes de la Historia. Fue ciudadano del Imperio Austrohúngaro pero también de Rumania, de la Unión Soviética y, finalmente, de Italia, país al que se fue a vivir en 1960 y donde encontró un lugar, sino propio, al menos suyo.

«Passeggiate. De viaje por Italia», este libro hermosamente editado y traducido por José Aníbal Campos y publicado por Temporal, traza el paisaje en el que vivió Von Rezzori durante aquello años en Italia, más precisamente, en la Toscana. A través de diez textos a mitad de camino entre el periodismo, la memoria y una escritura que refleja un presente constante pero fugitivo, el autor ofrece el testimonio vivaz, colorido, de una vida real y presente pero que, matizada por el recuerdo, muestra aquello que no puede decirse en realidad.

Mirada crítica

Los textos de esta antología, escritos entre 1967 y 1996 y encontrados en archivos, hemerotecas y entre papeles que Von Rezzori conservó en su casa de la Toscana, muestran también el compromiso con un país que sintió como propio: aquí aparecen, en ese sentido, sus opiniones contundentes que, ya sea desde Cerdeña, Roma, Venecia o Milán, vertía contra fenómenos como la masificación del turismo, la especulación inmobiliaria, la pérdida del valor del arte o la americanización de Europa.

Bajo la mirada crítica, y en su prosa envolvente, lo más destacado del libro es la manera en que ensambla el presente continuo, en Italia, con los vestigios de su pasado nómade, apátrida.

  • Lo mejor: Es capaz de captar, con inefables palabras, un presente que se escapa
  • Lo peor: Se trata de una obra preciosa sin nada negativo; su autor fue una voz única

Una obra que se lee con el pulso acelerado

«Las alas del caído», de Javier Muñoz Villén

El nuevo thriller de Muñoz Villén trasciende el suspense al entretejer elementos arqueológicos, simbología antigua y conspiración política

Por Ángeles LÓPEZ

«Las alas del caído» es mucho más que una novela negra. Es un thriller literario de ritmo pausado pero inquietante que se adentra en las grietas del poder, en los pasadizos del alma humana y en las ruinas de una historia que se niega a morir. Desde sus primeras páginas, la obra sugiere una atmósfera densa, cargada de presagios y silencios, donde lo policial convive con lo esotérico y la investigación criminal se convierte en una forma de revelación. El protagonista, el inspector Ismael Yeguas, es una figura trágica y ambigua, un hombre que busca la verdad entre escombros, archivos mutilados y cadáveres simbólicos. Herido por una pérdida íntima, su búsqueda tiene algo de descenso órfico: una travesía al subsuelo moral de una sociedad corrupta y, a la vez, un viaje hacia lo ancestral, hacia un conocimiento oculto. Yeguas es a un tiempo policía y médium, lector de signos olvidados y figura sacrificada. Su perfil recuerda al Carvalho más sombrío de Vázquez Montalbán, al Allie Fox de Paul Theroux o incluso al Teniente Somerset de «Seven», aunque su dolor es más contenido, más telúrico.

Uno de los logros más llamativos de la novela es la manera en que entreteje elementos arqueológicos, simbología antigua y conspiración política sin caer en lo caricaturesco. Las referencias al pasado no son simple documentación: son grietas por donde se cuela lo no dicho. El autor demuestra aquí una gran sensibilidad para el detalle: una inscripción enterrada, un símbolo alado, un eco precristiano funcionan como claves que remiten a algo que ya no está, pero que sigue operando desde la sombra.

Descenso a los infiernos

En este sentido, la obra podría dialogar con «El nombre de la rosa», o «El péndulo» de Foucault, pero sin concesiones comerciales: aquí hay un pulso literario más serio. Formalmente, la prosa es sobria, eficaz y, en ocasiones, poética. Las descripciones logran construir una atmósfera envolvente, casi ritual, sin perder precisión narrativa. No hay exceso, pero sí densidad. En resumen, es esta una novela profunda y turbadora que eleva el noir a un plano simbólico. Una obra que se lee con el pulso acelerado. Un descenso a los infiernos que, paradójicamente, nos ilumina.

  • Lo mejor: Su atmósfera simbólica, oscura, y la fusión entre thriller y arqueología
  • Lo peor: Que puede exigir demasiado a quienes solo busquen el entretenimiento

Cuando la mentirosa compulsiva no es la única embustera

«La mentirosa», de Sophie Stava

En el libro de Sophie Stava una joven de clase media y poca autoestima consigue trabaja para un matrimonio idealizado

Por Lluís FERNÁNDEZ

La intrusa, ya sea niñera o institutriz, es un personaje clásico de la intriga psicológica familiar. En «La mentirosa», el eje central es el matrimonio formado por una esposa perfecta de clase alta, un marido ideal, el galán alfa, y una niña. Habitan en una casa neoyorquina espectacular y el halo de fascinación social oculta una realidad oscura que se pondrá en evidencia con la contratación de una niñera mentirosa compulsiva.

Los tres puntos focales de la intriga ocultan algo siniestro. En el relato gótico «Otra vuelta de tuerca», de Henry James, la institutriz que ve fantasma es el heraldo de lo turbio. Y en «Rebeca», de Daphne Du Maurier, la joven protagonista, con baja autoestima, se casa con un maduro aristocrático que vive bajo la sombra de su difunta mujer. Aquí el ama de llaves, la señora Danvers, la mansión, Manderley, y el culto a la difunta Rebeca forman el triángulo de lo siniestro.

Estilo fresco

La baja autoestima es un rasgo esencial de las protagonistas de las novelas románticas de intriga psicológica, como la oculta venganza. En «La mentirosa», para no destripar el argumento, podría decirse que una joven de clase media con baja autoestima miente de forma compulsiva para acceder a ese matrimonio idealizado. Un ejemplo reciente de este tipo de intriga doméstica sería «La mujer en el agua», de Robyn Harding. Aunque el modelo perfecto es «Perdida» (2013). La cita de la novela de Gillian Flynn no es ociosa. «La mentirosa» tiene similar estructura narrativa y sus personajes, un parecido desequilibrio emocional. Pero las diferencia el estilo narrativo, muy fresco y divertido. Y el personaje de la mentirosa está muy bien delineado.

El doble y el intercambio de roles resulta original en estos dramas domésticos de venganza. Así, es famosa «Una vida robada» (1948), con Bette Davis suplantando a su gemela. Poco más debe decirse. Pues es intrigante y está tan bien escrita que merece la pena leerse por los sorprendentes giros argumentales de la montaña rusa final. Advertencia: si el lector padece del corazón léala con el desfibrilador a mano. Los giros finales son casi previsibles pero de infarto asegurado.

  • Lo mejor: La elegancia con que se burla de las convenciones de la novela romanticona
  • Lo peor: Escribe muy bien, pero se gusta tanto haciéndolo que cansan tantos circunloquios