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Un Megalodón para pescar en las aguas revueltas de la huelga de Hollywood

Jason Statham regresa en «Megalodón 2: la fosa» para pescar en las aguas taquilleras que le permitan «Barbie» y «Oppenheimer» con vistas a establecer una trilogía escuálida
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

Madrid Creada:

Última actualización:

Hay que bucear un poquito en los datos, pero el hallazgo merece la inmersión. Si revisamos las 25 películas más taquilleras de 2018, antes de que el virus hiciera flaco cualquier éxito, podremos apreciar que solo tres filmes no son una secuela, un «remake» o una expansión de un universo ya presentado. Fue el caso de «Locamente millonarios» ("Crazy Rich Asians", apoyada por la comunidad asiática en EE UU), «Un lugar tranquilo» (terror de prestigio con grandes estrellas en el reparto) y «Megalodón» (una película sobre un tiburón muy, muy grande).
Aunque la excusa dramática pareciera efímera –incluso ridícula–, la cinta dirigida por Jon Turteltaub («La búsqueda») estaba basada en un exitoso libro de Steve Alten y encontró en Jason Statham no solo a un héroe perfecto por el que pasar a «Tiburón» por el filtro de «Fast and Furious», sino que además pegó un bocado de más de 530 millones de dólares en la recaudación mundial.
Con Hollywood abonado a la pesca de arrastre, era de esperar que más pronto que tarde llegara la secuela. Una en la que repite Statham y en la que el nexo que abrieron los devorados de la primera entrega entre el mundo prehistórico y la calma de nuestros mares cobra más importancia que nunca. Así, «Megalodón 2: la fosa» pretende aprovechar las aguas revueltas que están devolviendo a los espectadores a los cines, «Barbie» y «Oppenheimer» mediante, con una incursión marina de Ben Wheatley, director de la última adaptación de «Rebeca» (2020) o la muy reivindicable «Free Fire» (2016), ambas cintas «canceladas» hoy en día por el protagonismo del controvertido Armie Hammer.
Con la promesa de cumplir con las expectativas y no volver a hacer la misma película, pero esta vez más grande, la secuela de «Megalodón» vuelve a confiar en el coqueteo con el mercado chino que tan bien funcionó en su primera entrega. Además de las asociaciones en términos industriales, Bingbing Li y Shuya Sophia Cai repiten protagonismo, ahora flanqueadas por Jing Wu, Cliff Curtis y nuestro Sergio Peris-Mencheta en una nueva incursión en el cine estadounidense. Junto a ellos, un Statham más en forma (y más calvo) que nunca y una nueva preocupación: tras permitir el paso de varios tiburones gigantes desde la profundidad de los mares, el nuevo equipo tendrá que lidiar con una empresa minera dispuesta a poner en peligro la vida de todos para llegar hasta las vetas de los minerales prehistóricos.
Las fauces del "blockbuster"Si hoy en día podemos hablar de taquillazos de verano, o «blockbusters», es por películas como «Tiburón», que inventó el concepto allá por 1975. Reducido hasta la parodia en nuestro tiempo gracias a películas tan entregadas a lo absurdo como «Sharknado», el concepto de «Megalodón» bien podría ser un heredero directo de otro filme de peces carnívoros, la «Deep Blue Sea» de 1999 en la que todos recordamos la horrible «muerte» de Samuel L. Jackson.
Pero es que sin apenas promoción con sus intérpretes y responsables por la imposibilidad y los términos en los que se está desarrollando la huelga de guionistas y actores en Hollywood, el estreno de un entretenimiento tan puro como el de «Megalodón 2: la fosa» es mucho más importante de lo que parece. Salvo decisión de última hora, la nueva película de los tiburones gigantes, junto a la «Gran turismo» de Sony, son los últimos «blockbusters» que se estrenarán sin retraso sine die. De hecho, y en una decisión extraña, la matriz japonesa antes mencionada ha puesto ya en vídeo bajo demanda su reciente «Insidious: la puerta roja» ante la imposibilidad de competir en la taquilla con la muñeca de Mattel o la bomba atómica. De nuevo, como en los primeros coletazos del coronavirus, los grandes estudios se muestran timoratos de lanzarse a la aventura de la experiencia en sala, poniendo de paso en jaque toda la temporada otoñal de festivales. Mojarse, más que una cuestión de valentía frente a los escuálidos, se ha convertido en una especie de decisión moral del estudio, totalmente entregado a la mordida del simpático pez carnívoro.