Los retos del Teatro Real
El espacio madrileño ha de ser consciente de su situación y sus problemas
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No tenía desperdicio el primer párrafo de la crítica de mi colega y amigo Alberto González Lapuente en «Abc» al inicio de la temporada del Teatro Real con «La Cenerentola». Escribía que «El Teatro Real estrenó anoche su temporada número cien, a la que no duda en calificar como la mejor de toda su historia. Además de autosuficiente, la afirmación es peligrosa pues desdeña los caprichos de la divinidad. El Real debería ser cauteloso y tomar como ejemplo sus propias enseñanzas...». Estaría sordo y ciego si pensase que es su mejor temporada. Pero ha empezado igual que terminó la anterior, con una comunicación formidable: premio al «mejor teatro», incorporación de Paloma O’Shea y otras personalidades a su patronato, nombramiento de Teresa Berganza como patrona de honor tras dedicársele las funciones rossinianas... Pero, lo cierto, es que el Real tiene muchos retos por delante que no se solucionarán sólo con comunicación.
Los mejores teatros del mundo no andan diciendo que lo son, simplemente lo son. Ni el Met, ni la ROH, ni la Bayerische Staatsoper, etc. afirman ser el mejor teatro. De entrada, a ninguno de estos teatros se les ocurriría abrir temporada con una producción de un tercero. De hecho, hace unos quince años se aprobó en patronato la apertura anual con una producción/coproducción nueva. Se hace algo verdad el refrán «Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces». El Real ha de ser consciente de su situación, sus problemas y sus retos.
La gran fortaleza actual respecto a su pasado es justamente su mayor debilidad. En un patronato en 2004 expuse «Me gustaría solicitar a este Patronato, y muy especialmente a su Presidencia, que el Teatro Real funcione como en los teatros pertenecientes a democracias maduras, con independencia del poder político de turno». Marañón lo ha logrado y, salvo su solicitada continuidad cada vez que cambia el ministro de cultura, puede funcionar sin interferencias. Ya ni siquiera de un patronato tan numeroso que se hacen inviables las intervenciones y, por tanto, sólo sirve para el lucimiento. No se me olvidará la fuerte discusión que tuvimos Miguel Muñiz y yo en uno de hace años, que terminó con el director general abandonando la sesión y Carmen Calvo, entonces presidenta del patronato, dándome la razón. Eran otros tiempos sin duda. Esa independencia citada se ha conseguido a base de reducir las subvenciones públicas y sustituirla en buena parte por el patrocinio y la taquilla. De ahí que los precios de las entradas sean un disparate, costando más que en los teatros citados y sin sus repartos. La entrada más cara en el pasado festival de Múnich para «Tristan» con Petrenko, Kaufmann y Harteros apenas superaba los 200 euros y los niveles de vida en Alemania y España no son comparables. Algo se tendrá que hacer y, a mí, no me cae duda de el qué.
Pero, hablando de precios, no es lógico que las entradas para algunos segundos o terceros repartos cuesten lo mismo que para el primero. Como sí sería lógico que en los estrenos se hiciese lo mismo que en la Scala: quien quiera asistir que pague un sobreprecio elevado. Son bastantes los retos pendientes y esperemos que el estupendo equipo que forman Marañón, García-Belenguer y Matabosch reaccione.