Las confirmaciones de Rana y Gimeno
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Hace ya un par de años, meses antes de la pandemia, hubo dos recitales pianísticos en cierto modo reveladores. De un lado nos sentimos defraudados con la muy vendida Buniatishvili y de otro con la gratísima y hasta entonces solo conocida por alguna grabación Beatrice Rana. Lo que entonces nos asombró que, como lo calificó en estas páginas Mario Muñoz Carrasco, fue su capacidad expresiva y ausencia de artificio, ha podido ser de nuevo constatado. Su interpretación de la «Rapsodia para piano sobre un tema de Paganini Op.43» de Rachmaninoff tuvo la virtud del equilibrio entre la técnica y la expresividad, como si se reuniesen las virtudes de un joven Pollini y las de un Zimerman. Visión no exenta de matices personales y a la vez clásica, con profundidad, con un estupendo manejo de las dinámicas, contrastando unos fortes apabullantes con unos pianos sutilísimos, por cierto muy bien acompañada por Gustavo Gimeno, permitiendo que se la escuchase en todo momento, aunque laguna vez los trombones sonaron en exceso. Una pianista italiana que dará que hablar y que estamos deseando volver a escuchar. El concierto se abrió con los cinco intrascendentes minutos de «Subito con sforza» de la coreana Unsuk Chin, estrenados por la Orquesta del Concertgebouw en 2020. Una búsqueda de colores a la que le falta argamasa para unirlos.
Estamos en el bicentenario de Cesar Frank (1822-1890). La historia no ha sido afortunada con él, siendo relativamente poco conocidas sus obras para órgano, el instrumento con el que empezó, su música de cámara con la capital «Sonata en la mayor para violín y piano» o el poema sinfónico «El cazador maldito». La «Sinfonía en re menor» es su obra más programada, aunque en la larga historia de Ibermúsica solo se haya tocado en cinco ocasiones, y quizá, lo mejor sea su oratorio «Las bienaventuranzas». La sinfonía no es un género en la que los franceses hayan deslumbrado. Frank compuso la suya poco antes de fallecer, en solo tres movimientos, iniciándose con una variante del famoso tema «Muss es sein?» de Beethoven, lo que le otorga a la partitura una profundidad externa, que se añade a la hondura interna, al que sigue un segundo tema casi pentatónico y bastante pegadizo. El movimiento intermedio aúna lento y scherzo. Wagner asoma por momentos. El final, como había de ser en un autor admirador de las formas cíclicas, reincide en temas previos. Una obra así precisa de una interpretación muy cuidada. Gustavo Gimeno se ha presentado ya con la Filarmónica de Luxemburgo en Ibermúsica, de la que es titular, en 1916 y 1918 y muchos recordamos cuando Abbado nos lo presentó como sorpresa en 2013 dentro del mismo ciclo. Ahora es ya una figura consolidada, sobre todo tras su debut con la Filarmónica de Berlín. Esta temporada dirigirá «El Angel de fuego» de Prokofiev en el Teatro Real. Lectura sólida, con algunos planos no suficientemente diferenciados, que convenció sin llegar al entusiasmo y es que para eso se necesita una agrupación más deslumbrante. Luxemburgo es un buen conjunto, pero no equiparable a las grandes orquestas europeas. Faltó originalidad en la elección de la propina, una danza húngara de Brahms, que poco tiene que ver con Luxemburgo o España.