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Natos y Waor, enaltecimiento de la calle en Mad Cool

El dúo de rap madrileño derrocha actitud punk y conciencia de clase en una fiesta final con otras dos grandes actuaciones: Nathy Peluso, la diva del futuro, y Jack White, la leyenda del pantano
Kiko HuescaEFE

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El césped del Mad Cool lucía los estragos de cuatro días de festival, los achaques de la edad. Sobre su superficie llena de calvas, en cambio, las sensaciones eran opuestas. Una ola de juventud se apoderó del festival bajando la media de edad... casi dos décadas sin miedo a exagerar. Mad Cool se convirtió en su última jornada, con 25.000 espectadores (frente a los 70.000 de las primeras cuatro noches), en la prolongación de los parques y las plazas de los barrios de nuestra ciudad con dos espectáculos rabiosamente vivos, los de Nathy Peluso y especialmente Natos y Waor, dos superestrellas de la música urbana a los que sólo les frena el poder adquisitivo de sus seguidores. Si el enaltecimiento de la calle es un delito, se sentarán en la Audiencia Nacional. El evento cerró con un éxito organizativo salvo en lo tocante al transporte, y también con su edición más multitudinaria hasta la fecha, con un total de 305.000 espectadores.
Peor que nunca le iba a ir al maltrecho césped del festival, porque Nathy Peluso y su batidora latina provocaron mil veces más calvas en el verde que Kings of Leon tocando allí una semana entera. Peluso es ya una superestrella y volverá al festival como tal a no mucho tardar. La hispanoargentina, que apareció como una especie de Terminator con gafas oscuras y ceñido atuendo negro habla un dialecto propio (a veces en sentido literal) que tanto puede amanecer por boleros como por el rap y la electrónica. Poseída en el escenario, Peluso boxeó, salto a la comba, hizo abdominales y saltó hasta la extenuación. Ofreció una primera parte de homenaje a la tradición y una segunda de fiesta y combate. Y para los descreídos, los del “eso no es música” porque nunca se han acercado a escuchar, además llevaba una banda (con metales y teclado incluidos) que sonó descomunal.
“Esta es la ciudad que siento más mía, la única en la que no necesito mirar ningún mapa, la única en la que puedo caminar sin perderme. Te quiero, Madrid”, dijo antes de despedirse con “Vivir así es morir de amor” y dos universos colisionaron en una especie de big bang espaciotemporal. Imposible no quitarse el sombrero ante esta especie de MIA latina de poderío atávico. Y en la prórroga de Mad Cool llegó uno de los mejores momentos de un festival que, al menos sobre la bocina, siembra para recoger en el futuro.
Menos exuberante y más crudos que el sushi llegaron Natos & Waor, el dúo rapero madrileño que asaltaron el escenario principal y, aunque quedase algo grande para la jornada, hay que aplaudir al festival por ello. Porque también están llamados, si nada se tuerce, a convertirse en grupo generacional. “Nosotros, como muchos de ustedes, venimos de la generación perdida”, proclamaron con su voz cazallera de más noches de bares de abuelos que de reservados de discoteca. Air Max, bañador a rayas y cadenas, Natos. Gorra negra y camiseta sin mangas de “sharpero”, Waor. Gonzalo y Fer, por cierto. Y ambos, cantando rap, lo más punk que se ha visto este año en Mad Cool. Quinquis del siglo veintiuno, orgullo de periferia de Madriz con zeta y, sobre todo, damas y caballeros, conciencia de clase. Nada remotamente parecido a esa actitud política hemos visto este año sobre los escenarios del festival y tenían que ser chicos de 30 años quienes echaran alcohol en las heridas. Debe querer significar algo, pero que cada uno saque sus conclusiones.
“Ya no soy delincuente, soy cantante; en chándal, pero elegante”, proclama el dúo acerca de las coordenadas de su paisaje, entre Aluche y “Caraban”, que son éstas: el kamasutra y el psiquiatra, el after y el parque, las familias en paro y las apuestas, la puntas de keta y los billetes enrollados. “Nos vendieron un futuro pero por aquí no lo hay, no”, dijeron. Y desde luego que en su caso no lo había, pero con todas las estadísticas en contra (lo llaman igualdad de oportunidades), estos chicos suburbiales “hicieron lo necesario cuando el mercado laboral les cerró las puertas”. Hoy son los mayores abanderados del “underground”, radicalmente independientes y con la casa pagada a tocateja. “La calle y los barrios están de nuestro lao”, anuncian, porque lo saben.
Y ellos mismos lo advierten cuando cantan de lo suyo: “Esta vida no es perfecta, y tampoco ejemplar, pero es la nuestra”. ¿Qué vida? Pues la de los muchachos que tienen un pantalón para los juicios y le mienten al abogado de oficio. Los que se ponen como el sol, todos los días, y acaban más colocados que las faltas de Beckham. Los que viven en un eterno septiembre en esos bloques de ladrillo y hormigón armado. ¿Su problema? Que salen mal en todas las fotos. Pero, de nuevo, a su lado, estaban ayer en Mad Cool todos los trabajadores veinteañeros, con sus camisetas de operarios y sus walkie talkies encendidos, en primera fila. Quizá no haya más gloria que esa para un artista: que vayan a verte los trabajadores de un festival. Será porque se identifican con su apodo, “Hijos de la ruina”, nombre del disco que han grabado junto a Recicled J, que apareció junto a ellos y que anoche también tuvo su propio show sobre el escenario Amazon Music, que ha apostado por el talento emergente. En septiembre aparecerá su nuevo disco, tras el magnífico “Cicatrices”, y mucho se espera de ellos. Sobre el Mad Cool anunciaron de qué son capaces.
Como la pandemia nos ha enseñado qué son las burbujas de separación era más fácil entender el concierto de Jack White en este contexto. Y en contra de lo que pudiera parecer, quedaban rockeros para ver a un músico ya legendario, con sorprendente aspecto, con el pelo corto y teñido de azul que presentaba las canciones de su nuevo y pesadillesco álbum, “Fear Of The Dawn”. Con un arrollador sonido y un ritmo frenético al servicio de un espectáculo de rock asilvestrado, White abrió las compuertas de los pantanos y las acequias del Missisipi que se conectan con el garage de su Detroit natal (ambos polos de estados Unidos), pero, ante todo, presentó a los suyos como “una banda del Sur de América”. Y se movió por aguas lodosas cargadas de corrientes eléctricas, con historias sobre licores de murciélagos, venganzas y vudú, el resto de la hora y pico siguiente. Nada de mirarse al ombligo de guitarrista, sino todo lo contrario, una fiesta de rock & roll que pasó por “Steady as she goes” y culminó en, no me digas, “Seven Nation Army”. Cuando el público corea un riff de guitarra es que has llegado arriba del todo. Y se hizo tan corto que algunas calvas del césped ya no parecían tan importantes y todo estaba preparado de nuevo para el año que viene.