Música

Bessie Smith, el blues que paró al Ku Klux Klan

Su vida trágica fue también la de muchas mujeres pioneras del blues y poco reconocidas por la historia de la música pero de una fuerza descomunal: pusieron las bases de un estilo contra todos y contra todo. Bessie Smith no halló descanso ni después de muerta

Bessie Smith fue una de las primeras artistas de blues en grabar un disco y en actuar, con gran éxito, para blancos
Bessie Smith fue una de las primeras artistas de blues en grabar un disco y en actuar, con gran éxito, para blancosLibrary of Congress

La historia del blues se ha contado muchas veces, pero siempre se menciona a los mismos apóstoles del género, hombres auténticos, pendencieros o espirituales y rara vez se hace justicia a las mujeres. Y estaban allí tanto y tan intensamente como ellos. Ese fue el caso de Ma Rainey, la «Madre del blues» y mentora de Ida Cox, Memphis Minnie, Victoria Spivey y muchas otras mujeres, poderosas descendientes directas del vudú y también de la «saga» de las Smith, sin parentesco entre sí aunque cargaban con el apellido que es herencia del esclavismo: Bessie Smith, Mamie Smith, Clara Smith y Laura Smith. Mujeres glamurosas, altaneras, que fueron empresarias y expertas de la improvisación. La biografía de Bessie Smith que traza Jackie Kay (Alpha Decay) rinde homenaje a una de las grandes damas del género y, por extensión, a toda una generación de mujeres pioneras. Eso sí, ninguna de ellas cargó con la desdicha de la emperatriz del blues, una desgracia tan legendaria que la persiguió después de muerta.

En el principio estaba Ma Rainey, la matriarca del blues primigenio. Todas las cantantes recibieron su influencia y se ubicaron en algún lugar en relación con ella. Cuenta la leyenda que ella misma se plantó un día en Chatanooga para seducir y llevarse consigo a Bessie Smith, una joven que se había criado en una chabola y que cantaba en la esquina de la calle por unas monedas. Llamaba la atención a cualquiera con una voz que no parecía de este mundo. Los peatones se quedaban boquiabiertos y pronto la pequeña Bessie ganaba más dinero que su hermana mayor lavando ropa. Se iba a convertir en el sostén de la familia y no dejaría de serlo nunca: para los negros, actuar era la única alternativa a trabajar en el campo. Tenía 17 años cuando se sumó al Moses Stokes Travelling Show con el que recorrió el país con una troupe de vodevil y de minstrels (un tipo de espectáculo algo denigrante para los afroamericanos) girando bajo carpas por aldeas, pueblecitos, plantaciones y algunas grandes ciudades. Allí aprendió de los “asesinos del blues”, Ma y Pa Rainey, quienes no enseñaron a cantar a Bessie (ella ya sabía) pero sí a interpretar sobre un escenario y a vivir la vida de una forma que la alumna llevó hasta sus últimas consecuencias.

Las carpas se llenaban en los pueblos mineros o agrícolas, por supuesto, distribuyendo al público por separado. Negros y blancos asistían en 1911 al nacimiento del blues de la garganta de estas mujeres. Ma Rainey hacía brillar sus dientes de oro, se contoneaba y provocaba con un vocabulario lleno de dobles sentidos escandalosos. Con ella, Bessie se convirtió en el animal de escena perfecto: cantaba como nadie y dominaba las tablas como una leona su territorio. Aprendió los códigos del blues, los llevó a otro nivel. Estaba la melancolía del mal de amores, claro, pero también los sentimientos de venganza asesina sobre los hombres, en quienes no se podía confiar. Canciones que contaban las cosas “tal y como son” y que ponían en su logar a los tipos que las defraudaban y decepcionaban constantemente. Hombres vagos, infieles, viles, inútiles. Y también cantaban sin tapujos sobre sus propias relaciones sexuales, su deseo y sus impulsos (quienes los tenían, como era el caso de Bessie) homosexuales. Bessie se casó dos veces, pero devoró a toda criatura que deseó. Y, por supuesto, cantó a la muerte, la enfermedad y la desgracia de ser un paria en ese pedazo de tierra pantanosa. Actuó en clubes, se sumó a diversas “troupes” y diez años después consideraba el blues como su territorio personal, de Atlantic City a Nueva Orleans. Eran sus dominios incontestables. Nadie se atrevía a discutirlo porque el público caía subyugado ante su poderío vocal y el control de la cadencia. Cuando hace una pausa de medio segundo, el mundo contiene la respiración.

El vagón de tren amarillo

Su primer marido, del que apenas se sabe nada, murió apenas un año después de casarse. Después conoció a Jack Gee y contrajeron matrimonio. Nunca adoptó el apellido de sus maridos. Gee era un hombre sin ningún talento, corpulento y controlador. No soportaba la vida desaforada de la artista, que bebía cantidades de alcohol increíbles y apuraba las noches hasta el amanecer. Eso sacaba de quicio a Gee, que la golpeaba y amenazaba constantemente. Ella no le era fiel, pero estaba obsesionada con él, con complacerle. Eran adictos y nocivos el uno para el otro. Todavía no había grabado ninguna canción pero ya era conocida en la mitad del país porque llegaba de ciudad en ciudad en su propio vagón de tren dormitorio, pintado de amarillo y sumido en la fiesta constante, un método para viajar mucho más seguro que la carretera cuando nadie en tu compañía va sobrio. El dinero entraba en grandes cantidades y era lo único que apaciguaba a Gee. Por suerte y por desgracia, esa relación tóxica impulsó muchas de las canciones que harían a Bessie más famosa y, a la vez, más desdichada.

En “Downhearted Blues”, Bessie canta unos versos que se hicieron famosos: “tengo el mundo en una botella, tengo el tapón en la mano”. Todo el mundo se identificaba con esas líneas y para muchos era la metáfora de su relación. Nadie sabe por qué siguió aguantando el control y las malas formas de su marido. Y no sería la primera vez que las canciones que la hicieron famosa tuvieran una cualidad profética: tiempo después le sucedería con “Nobody Knows You When You’re Down And Out”, compuesta por Jimmy Cox, y que bien podría haber sido su epitafio.

Aunque hubo hombres, fueron las mujeres las que llevaron el blues de los callejones a los escenarios. Fueron ellas las primeras estrellas de la historia del género. Fueron las primeras en grabar. Sin embargo, mientras los varones han pasado como los genuinos, las mujeres quedaron como el disfraz de las plumas y penachos de avestruz. Bessie Smith grabó los primeros “discos raciales” y cuando la industria discográfica vio el negocio. Dio muchos conciertos en teatros “de blancos” y se negó a moderar su “negritud”. Estaba también en los albores de la era del jazz: reclutó a un joven desconocido llamado Louis Armstrong. Columbia recelaba del blues porque las cantantes tenían muy mala fama. No podían sospechar, a comienzos de los años 20, el gran éxito en el que se iba a convertir. Pero los negros del norte compraban los discos de Bessie porque les hacía sentir en casa. Y los blancos empezaron a descubrir esa voz triste sin autocompasión. “Downhearted blues”, la canción sobre su marido maltratador, vendió 750.000 copias en tres meses. Columbia se dio cuenta de lo que tenían entre manos. La compañía ganó mucho dinero con sus discos sin pagar unos derechos de autor que todavía no se habían inventado. Grabó una canción tras otra hasta 160 durante ocho años y de ellas compuso 37 blues.

Sin descanso

Sin embargo, el éxito no duraría. En noviembre de 1931, Columbia prescindió de Bessie Smith. Había llegado la gran depresión y los discos apenas se vendían. Tampoco las entradas a los cabarets. El cine era la nueva sensación y además mucho más barato. Así que la compañía de discos a la que ella sola había contribuido a hacer grande durante nueve años, le dio la patada. Bessie se transformó en una sombra de lo que había sido. Cayó en desgracia y nadie pareció acordarse de ella, ni siquiera su familia a la que había mantenido durante años. “Nadie te conoce cuando no tienes dónde caerte muerto”, decía la canción. El 26 de septiembre de 1937, un accidente de tráfico le costó la vida. Conducía el que era su novio en la fase final de su vida, un contrabandista de Chicago que la mantenía en las vacas flacas. A su funeral, oficiado en Filadelfia, lejos del Sur que era su casa, se acercaron 10.000 personas. No acudieron las estrellas del blues, sino gente normal. La que comía manitas de cerdo. Pero la desgraciada vida de Bessie no encontró consuelo ni con la muerte. Jack Gee, que en los siguientes años disfrutaría del cobro de los derechos de autor una vez que se implantaron, no compró ni siquiera una lápida a su tumba, que permaneció anónima hasta 1970. En 1948, un concierto celebrado en Nueva York trató de financiar una lápida y recaudó el dinero para ello. Jack Gee se presentó allí amenazando con que, o le entregaban el cheque o detendría el recital. Por supuesto que no destinó los fondos a honrar a la que había sido su mujer. Su tumba permaneció anónima, como las de los esclavos, condenada al olvido como buena parte de la tradición afroamericana durante todo el siglo pasado.

Sin embargo, la historia de la tumba de Bessie Smith merece un relato. En 1970, Columbia reeditó todas las grabaciones de la artista en cinco álbumes dobles que ganaron dos Grammys, el aplauso de la crítica y la pasión de los fans. Pero el enterramiento de la Emperatriz seguía siendo el de una indigente. Una campaña trató de devolverle dignidad y dos donantes salieron al paso para financiarla. Fueron dos mujeres. Una, de nombre Juanita Green, había trabajado en casa de Bessie cuando solo era una niña y había llegado a ser la presidenta de la Asociación nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP). La otra podría considerarse un alma gemela de la cantante: Janis Joplin llevaba dentro la voz, las letras y el destino de su admirada Bessie. La lápida por fin se colocó en el año 1970. Joplin falleció el 4 de octubre de ese mismo año.