Pintura

El maestro del Dabadabadá

La Razón
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Hubo una época en que formaron una pareja de triunfadores. Ella era una de las más atractivas presentadoras de Televisión Española y él, el compositor de docenas de bandas sonoras y canciones de moda. Pero todo comenzó a torcerse cuando Marisa Medina se enganchó al juego y ambos flirtearon con la coca y los excesos, como gran parte de la generación que se inició en las drogas durante la psicodelia, con sus estados alterados de conciencia y sus promesas de creatividad.

Mientras Marisa Medina se deslizaba por la ludopatía como quien hace surf sobre la suave cresta de una ola, –llegó a perder 150 millones de pesetas–, Alfonso Santisteban escribía bandas sonoras en la onda del dabadabadá de la bossa nova, que tan adecuada sonaba en las películas del destape, las suecas en bikini y los machos ibéricos tan reprimidos como urgidos por la necesidad. Fueron años felices para ambos. Las complicaciones comenzaron a finales de los años 70, cuando Marisa Medina se enganchó al póquer. Se divorciaron en 1983.

Alfonso Santisteban fue un buen música de jazz, con tendencia a la bossa nova y los toques psicodélicos. Junto a Antón García Abril compuso numerosas bandas sonoras con el ritmo burbujeante que puso de moda Francis Lai en «Un hombre y una mujer» (1965), y que convirtió en un estilo erótico «Emmanuelle» (1974). Los años 70 fueron los de mayor popularidad del compositor y arreglista. En filmes tan representativos del celtibera show como «Doctor, me gustan las mujeres, ¿es grave?» (1974) y «De profesión: polígamo» (1975) puede apreciarse el estilo dabadabadá, hoy muy apreciado por los amantes de la «lounge music», y escasamente reconocido en su época. Pero sería en la televisión donde compondría dos de sus mejores partituras, las series «Cañas y barro» (1978), «La barraca» (1979), «Las sonatas de primavera y de estío» (1982) y sintonías tan populares como la de «Aplauso».