Crítica de clásica

Zubin Mehta, mi última crítica

El tiempo pasa para todos y así lo pudimos comprobar en el Auditorio Nacional, donde Ibermúsica volvió a traer al director de orquesta

Mehta durante el concierto PALAU DE LA MÚSICA CATALANA - BC 28/01/2024
Mehta durante el conciertoPALAU DE LA MÚSICA CATALANA - BCEuropa Press

Obras de Brahms. Piano: Yefim Bronfman. Orquesta Filarmónica de Múnich. Director: Zubin Mehta. Ibermúsica. Auditorio Nacional, Madrid, 31-I-2024.

El tiempo pasa para todos y así lo pudimos comprobar en el Auditorio Nacional, donde Ibermúsica volvió a traer a Zubin Mehta dentro de una gira por varias ciudades españolas. Pasa para él, para el pianista Yefim Bronfman, para la Filarmónica de Múnich, para la Reina Sofía y su hermana la princesa Irene y para quien escribe estas líneas. Ninguno somos lo que fuimos.

Es imposible no recordar aquel joven, alto y fortachón, que vino a dirigir a la OCNE hace más de cincuenta años. Aquel director emergente que no dudó en decirle a uno de los músicos en un ensayo «baje aquí y repita el insulto que me ha dirigido, si es que se atreve». Con su buen oído había escuchado el comentario que le había sido dedicado. Durante estos años ha dirigido más de cien conciertos para Ibermúsica con diversas orquestas. Los años y una reciente enfermedad han hecho mella en sus fuerzas. Ha de apoyarse en un bastón y aun así le cuesta andar. Sin embargo, hace realidad aquello de «quien tuvo, retuvo...». En sendos conciertos abordó los dos de piano de Brahms y sus sinfonías 2 y 4. Me referiré aquí a la segunda cita.

Hemos admirado al pianista ruso Yefim Bronfman (Taskent, 1958) por su técnica, su fraseo y, especialmente, por su poderío sonoro. Todo ello sigue ahí, pero con menor intensidad. El primer concierto de Brahms fue escrito entre los años de 1854 y 1858, publicado en 1861 y estrenado en Hannover en 1859 con el propio compositor al piano. Desde el potente inicio de ese concierto, que casi es una sinfonía, se apreció una cierta falta de vehemencia. Los dobles trinos en octavas no eran ya tan limpios. El carácter heroico no quedaba tan subrayado. Marcó el tono general de la versión en la que también orquesta y director parecieron algo alicaídos. Fue muy aplaudido y tocó como propina la «Arabeske» de Schumann.

Pero llegó la «Cuarta sinfonía», estrenada por la Orquesta de la Corte, en Meiningen, bajo la dirección del propio Brahms en 1885 con un éxito enor­me, que se repitió merecidamente en el Auditorio Nacional. Tras el correcto primer movimiento se expusieron con expresividad los temas desde los compases melancólicos de la entrada del «Andante moderato», con las trompas y las maderas, luego la cuerda en pizzícati en nostálgico diálogo con aquellas... así hasta terminar el movimiento con los cellos en el mismo tono melancólico. Valió por todo el concierto. Era el Zubin Mehta de siempre. Luego el festivo scherzo para llegar al culmen final de exaltación apasionada, con esas ocho notas y ocho com­pases que hacen alusión a la Cantata N. 150 de Bach «Meine Tage in den Leiden». Hermann Kretzschmar dijo que Brahms con este movimiento «nos adentra en los dominios donde todo lo humano dobla su rodilla ante lo eterno». Fue una preciosa despedida para Zubin Mehta que uno no quiso, previendo que lamentablemente será su última crítica al gran Zubin Mehta, ver enturbiada por las propinas. Un concierto para el recuerdo.