Sección patrocinada por sección patrocinada

Historia

La primera victoria de Julio César sobre los galos

La batalla de Bibracte, que abre el último libro de Santiago Posteguillo, es un mito y el inicio de la guerra de las Galias, que dejaría entre esos pueblos cerca de un millón de muertos y encumbraría a un hombre al poder más alto de Roma. Así discurrió aquel enfrentamiento donde algunos disputan méritos a César

Vercingétorix arroja sus armas a los pies de Julio César en este óleo de 1899 de Lionel Noel Royer,que representa la lucha contra los galos
Vercingétorix arroja sus armas a los pies de Julio César en este óleo de 1899 de Lionel Noel Royer,que representa la lucha contra los galos Museo Crozatier

Bibracte, la otrora orgullosa “capital” de los eduos, uno de los pueblos más pujantes de la Galia, es hoy el yacimiento arqueológico de Mount Beuvray, en una boscosa colina del macizo del Morvan, en el corazón de la Borgoña. Desde 1984 se viene excavando un sitio que se ha convertido en señero para comprender la arqueología del mundo céltico, merced a la labor de su Centro Arqueológico Europeo.

Fue en Bibracte, a finales de junio del año 58 a.C., donde Gayo Julio Césarganó sus primeros laureles en la Galia. Fue allí también, donde seis años más tarde, una coalición de comunidades galas ratificó en asamblea el mando supremo a un aristócrata arverno, Vercingétorix, para tratar de expulsar al romano. Ahora sabemos que fue en vano, merced a que ese romano acabó en Bibracte, en el invierno del 51 a.C., de dar forma a los despachos que periódicamente enviaba al Senado en un texto que hoy titulamos los Comentarios a la Guerra de las Galias.

Conocemos la existencia de los helvecios desde el siglo IV a.C., merced a un grafito que reza "eluveitie" grabado sobre un plato etrusco de Mantua. Hay dudas sobre si ocupaban ya la meseta suiza, o si habían llegado allí en las últimas décadas del siglo II a.C. procedentes del sur de la actual Alemania, dentro de los movimientos de población que provocó el desplazamiento de cimbrios y teutones. En cualquier caso, en 61 a.C., los helvecios decidieron abandonar su territorio y desplazarse hacia el oeste, buscando asentarse en la costa atlántica. A la migración se sumaron sus vecinos tulingos, latobrigos y ráuracos, además de un grupo de boios, una comunidad céltica instalada en la zona de Bohemia y que venía moviéndose hacia occidente presionada por dacios y germanos.

Tres años duraron los preparativos. En la primavera de 58 a.C., una masa de hombres, mujeres y niños se puso en movimiento, con provisiones para tres meses cargadas en una larga caravana de carromatos. Los helvecios registraron en tabillas escritas en carácter griegos censos con los migrantes, que habrían ascendido a 368.000 almas, siendo una cuarta parte, 92.000, hombres capaces de portar armas. Unas cifras probablemente exageradas, hinchadas por César para engrandecer su victoria. Atrás quedaban las cenizas de sus granjas y sus ciudades, que los helvecios habrían quemado para evitar la tentación de regresar, como las naves incendiadas por Cortés en Veracruz. La arqueología, sin embargo, desmiente esto, puesto que no hemos encontrado estrato alguno de incendio en los yacimientos suizos de la época.

César pinta la migración en términos amenazantes, agitando en Roma los miedos que dos generaciones atrás habían provocado cimbrios y teutones, derrotados por su tío abuelo, el siete veces cónsul Gayo Mario, en Aquae Sextia y Vercellae, a las puertas de Italia. Los ecos de la toma de Roma por los galos en 387 a.C. seguían encogiendo el corazón romano. El procónsul tenía ya la justificación que quería para intervenir en la Galia. Y con ello, buscar una ansiada gloria militar que le pusiese a la altura de su rival —y empero yerno y coyuntural aliado Pompeyo. Una gloria que vendría acompañada de las riquezas proporcionadas por el botín y los esclavos, imprescindibles para impulsar su carrera política y resarcir a sus numerosos acreedores. No menos importante, César tendría así la oportunidad de crearse una clientela militar y dotarse de tropas leales: como decía su también rival y coyuntural aliado, Craso, solo podía considerarse rico aquel que podía pagarse su propio ejército.

La gran batalla

Los migrantes había acordado reunirse en a finales de marzo de 58 a.C. en la orilla oriental del Ródano a la altura de Ginebra, para vadear allí el río. Informado César, se desplazó a uña de caballo hasta allí, y ordenó demoler el puente que conectaba ambas riberas. También demoró la respuesta a una embajada helvecia que pedía permiso para atravesar pacíficamente la Provincia romana, aprovechando para que la legión que tenía a su disposición fortificase su orilla con un muro con torres y un foso. En la acción militar de César se cumple la máxima de que la dolabra, el pico multiusos del legionario, ganaba más batallas que el gladius, con su máxima expresión el asedio de Alesia. Los helvecios vieron su demanda rechazada, trataron inútilmente de forzar el cruce en balsas y almadías. Tendrían pues que buscar otra ruta.

Esta nueva ruta atravesó los montes Jura por el territorio sécuano, para cruzar el rio Saona y penetrar en el territorio eduo, aliados de Roma desde mediados del siglo II a.C. Los líderes eduos estaban divididos entre partidarios de mantener dicha alianza, como Diviciaco -el único druida histórico que conocemos-, o alinearse con los helvecios, temiendo la injerencia de la insaciable loba, como su hermano Dumnórix. Entretanto, César regreso a la Cisalpina para reunirse con las cinco legiones que allí les esperaban, y regresó a marchas forzadas, para aproximarse, ya a finales de junio, a los helvecios que cruzaban el Saona. Casi todos los migrantes habían pasado ya el cauce, salvo uno de los cantones helvecios, los tigurinos, masacrados por los romanos mientras trataban de cruzar el río. César vengaba así la humillación que los tigurinos habían infligido medio siglo atrás a los romanos, en 107 a.C., cuando derrotaron a Casio Longino y obligaron a los supervivientes a pasar bajo el yugo. Casi un asunto de familia para César, porque allí cayo Calpurnio Pisón, bisabuelo de su esposa.

Una duda

Tenemos una sombra de duda sobre esta "victoria”: en Apiano y Plutarco es su lugarteniente, Tito Labieno, quien vence a los tigurinos. Estos autores consultaron fuentes alternativas a los "Comentarios", acaso la obra perdida de Asino Polión, que consideraba que este había faltado a menudo a la verdad. Rambaud habló del “arte de la deformación histórica” de César, y por ello cuando leemos los "Comentarios" hay que separar el grano de la paja y bucear detrás del autoensalzamiento y de la propaganda, tarea difícil al prácticamente ser la única fuente que tenemos para estos eventos, amén de los datos ingentes que nos da la arqueología y que nos ayudan, cada vez más, a conocerlos.

El ejército romano construyó un puente y cruzó el Saona, y un nuevo intento de negociación de los helvecios cayó en oídos sordos. César no iba a soltar a su presa. Podemos imaginar la angustia de una columna llena de mujeres, niños y ancianos, su marcha hostigada por los jinetes galos auxiliares de César. Solo combatiendo podrían seguir adelante. Por ello, cuando las legiones se desviaron hacia Bibracte para avituallarse, los helvecios les siguieron. Sería allí, bajo los muros del oppidum eduo, acaso en lo que hoy es el llano de Arroux, donde combatirían.

Vista de la llanura de Arroux, donde probablemente tuvo lugar la batalla contra kos Helvecios, desde el oppidum de Bibracte
Vista de la llanura de Arroux, donde probablemente tuvo lugar la batalla contra kos Helvecios, desde el oppidum de Bibracte© Bibracte, Antoine Maillier/n° 67424

César, siguiendo la costumbre romana, fortificó su campamento sobre una colina, dejó allí a dos legiones bisoñas -las XI y XII- y formó con las cuatro veteranas -las VII, VIII, IX y X- el triplex acies. Era esta la típica formación de los ejércitos republicanos, disponiéndose cuatro cohortes en la primera línea, tres en la segunda y tres en la tercera, una reminiscencia de aquellas formaciones de hastati, príncipes y triarii. A cierta distancia, los helvecios dispusieron su laager de carromatos como defensa para los no combatientes, y formaron en apretada falange, hombro contra hombro, para a continuación cargar contra el enemigo colina arriba. Una lluvia de pila, la mortífera jabalina romana, atravesó escudos y frenó en seco a los celtas, y la furiosa carga de los legionarios con sus espadas desenvainadas los hizo retroceder.

Los helvecios se retiraron para reorganizarse en una pequeña elevación, perseguidos de cerca por los romanos. Con lo que estos no contaban es que una reserva de 15.000 boios y tulingos esperaba en el laager helvecio para de improviso cargar contra su retaguardia. Podría haber sido un desastre para la loba, pero la flexibilidad de la disposición romana, tantas veces probada, permitió que las cohortes de retaguardia se dieran la vuelta y rechazaran su embate. El combate siguió durante largas horas en los dos frentes, aunque finalmente los helvecios, exhaustos y con enormes pérdidas, retrocedieron a sus carromatos, que fueron asaltados por los romanos, ya con la oscuridad sobre el campo de batalla. Muchos fueron muertos y capturados, pero otros miles huyeron al amparo de la noche. La lucha había sido tan trababa que solo al cabo de tres días pudo César emprender su persecución.

La primera batalla de las Guerra de las Galias había acabado, pero comenzaban otros siete años de campaña que acabaron con un millón de galos muertos y otros tantos esclavizados. Un balance desolador, pero acaso magro precio para colmar las ambiciones de su perpetrador, un hombre que se quería descendiente de Venus: César.