Sección patrocinada por sección patrocinada

Seminci

"Que nadie duerma": Malena Alterio soltera busca...

Antonio Méndez Esparza presentó en Valladolid su nueva película, un cruce entre el thriller y la comedia negra, basada en un libro de Juan José Millás

Malena Alterio en "Que nadie duerma", nueva película de Antonio Méndez Esparza
Malena Alterio en "Que nadie duerma", nueva película de Antonio Méndez EsparzaAQUÍ Y ALLÍ FILMS

Existen varias maneras de explicar el cóctel explosivo que resulta ser «Que nadie duerma», la nueva película de Antonio Méndez Esparza. La más cinéfila nos lleva a hablar de un cruce entre «Una noche en la tierra» (Jim Jarmusch, 1991) y «Mujer blanca soltera busca...» (Barbet Schroeder, 1992), con algo quizá de «Un día de furia» (Joel Schumacher, 1993). La más práctica, nos explica que se trata de una adaptación de la novela homónima yéxito de ventas de Juan José Millás sobre una informática despedida que se mete a taxista, con erótico resultado. Y la más filosófica, quizá también la más divertida, nos lleva a hablar de una obra de madurez y de medios para un director que, por fin, ha podido florecer y profetizar en su propia tierra, entregándose a un tono distendido y a una película que se mueve con soltura entre la comedia negra, el drama psicológico y el thriller.

Y es que la carrera del director de «Aquí y allá» (2012) o «La vida y nada más» (2017), casi siempre unida a un gran reconocimiento en Estados Unidos y a oídos sordos en España, encuentra aquí un volantazo tan metafílmico como el de la propia película, protagonizada por una extraordinaria Malena Alterio. La liberación de Méndez Esparza, aquí hasta cómodo de más, se traduce por ejemplo en la manera de rodar los cuerpos, los afectos y los sexos, referido a lo genital y al propio acto en sí, entregándose a lo sinuoso sin resultar explícito, regalándose en lo sensorial sin coquetear con el espíritu de lo «voyeur». El sexo y el deseo (en este caso femenino) en el centro, sin discusión y sin ambages, en una entrega casi primitiva.

En "Que nadie duerma", Malena Alterio es una informática recién despedida que se mete a taxista
En "Que nadie duerma", Malena Alterio es una informática recién despedida que se mete a taxistaAQUÍ Y ALLÍ FILMS

.

Pero más allá de lo explícito, rodado con una sutileza violenta que habla de la propia dualidad del filme, «Que nadie duerma» bien podría ser una declaración de intenciones de la nueva Seminci, ya bajo el mando de José Luis Cienfuegos: el cine tiene que tener una intencionalidad, hay que buscar a ese espectador que ya no se siente interpelado. Y eso es exactamente lo que hace la película de Méndez Esparza, cambiando de espacios de manera continua y dibujando un camino hacia el desequilibrio mental que enamora o disgusta, pero es incapaz de dejar indiferente a ningún tipo de espectador. Buena parte de la responsabilidad de que el invento funcione recae sobre Alterio, aquí en un ejercicio de equilibrismo aberrante del que no solo sale indemne, si no que por momentos salva con brillantez. La habilidad para no derrapar en su escapada esquizofrénica no va tanto de la mano del proceso como de la construcción previa: desde el primer minuto sabemos que algo va mal, desde el primer minuto sabemos que algo, en efecto, va a pasar.

Como tríptico sobre la desesperación, con actos que van desgranándose gracias a un reparto de secundarios muy bien escogidos (Aitana Sánchez-Gijón, Rodrigo Poisón, José Luis Torrijos), la película es en todo momento consciente de sí misma. Eso se traduce incluso hasta en el trabajo de fotografía, responsabilidad de Barbu Balasoiu, y que alterna tomas en celuloide y otras en digital, como dando pie a la propia confusión de la protagonista. Todo lo real parece un trabajo de ficción y la ficción, que también llega a estar presente dentro de la matrioska, bebe directamente de lo real. «Que nadie duerma» es, en definitiva, una película atrevida que se está mirando todo el tiempo en el espejo.

Jugando a la alienación en todo momento, Méndez Esparza convierte su nuevo filme en un brillante circo de pistas. De escena en escena, y de espectáculo en espectáculo, el director nos va preparando para un final que está cocinado a fuego lento pero del que nos deja intuir la gama de olores desde el primer minuto de metraje. Esa organicidad, esa viveza y ese diálogo directo con el espectador (en singular, pero no en genérico) se construye gracias a la destreza técnica del montaje y, sobre todo, de la banda sonora de Zeltia Montes. En el que es, desde ya, uno de los mejores trabajos del año en el medio, la compositora sabe desarreglar al personaje de Alterio, subirse a él en su descenso a los infiernos y acompañarle en su alocada teoría de cuerdas, inquietando y hasta molestando por momentos, atreviéndose a demandar atención por encima de las imágenes. No, «Que nadie duerma» no es una película para todos los públicos, pero sus ganas de transgredir y de contar una historia totalmente plausible hasta que decide dejar de serlo, bien merece una reflexión sobre la ausencia de este tipo de películas no ya en el panorama español, si no en el global.