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Fiestas
Por qué se ponen bolas rojas en el árbol de Navidad: esta es la curiosa historia detrás de esta tradición
Aunque puede parecer una decisión meramente estética, el origen de este adorno se remonta a varios siglos atrás, cuando la religión marcaba la hoja de ruta de las festividades

Durante siglos, el árbol de Navidad ha sido el gran protagonista de las fiestas invernales, pero pocos se detienen a pensar por qué las clásicas bolas que lo decoran suelen ser rojas. Ese color intenso, que hoy parece una elección estética, hunde sus raíces en tradiciones ancestrales donde lo simbólico tenía más peso que lo ornamental.
Las culturas antiguas ya otorgaban un valor especial a los árboles de hoja perenne durante el invierno. Para romanos y celtas, el abeto o las ramas verdes simbolizaban la vida que resistía al frío y la oscuridad. Con la llegada de la Edad Media cristiana, esa herencia se mezcló con nuevas tradiciones: los pueblos empezaron a exhibir árboles en las iglesias y plazas, decorados con frutos y pequeños objetos que representaban relatos bíblicos.
Un símbolo que atraviesa siglos
Entre esos elementos, las manzanas rojas adquirieron un papel central. No era solo cuestión de contraste sobre el verde del árbol: evocaban el fruto del Edén utilizado en las representaciones teatrales medievales sobre Adán y Eva, que se escenificaban cada 24 de diciembre. De ese "árbol del Paraíso", cargado de manzanas rojas, nació la costumbre de colgar frutos en los árboles navideños domésticos. Con el tiempo, la imagen del árbol decorado con rojo y verde se asentó en la memoria colectiva.
La tradición se mantuvo viva en casi toda Europa, adaptándose a cada región. En Polonia, las ramas se llenaban de frutas y nueces; en el norte de Italia, las manzanas se lacaban o caramelizaban; en Gales aparecieron decoraciones como el Calennig, una manzana pinchada con clavos aromáticos. Todas estas prácticas reforzaron la relación entre el fruto rojo y los deseos de abundancia, luz y renacimiento propios del invierno.
Del fruto natural al adorno eterno
El gran giro llegó en el invierno de 1858, cuando una fuerte helada arruinó la cosecha de manzanas en los Vosgos del Norte, en la región francesa de Lorena. Ante la escasez, un artesano del pueblo de Goetzenbruck tuvo una idea que cambiaría la historia de la Navidad: soplar pequeñas esferas de vidrio para sustituir a las manzanas que ya no podían colgarse en los árboles. Aquellas piezas brillantes, nacidas casi por necesidad, se convirtieron en un éxito inmediato.
En pocos años, los talleres de la zona comenzaron a exportar sus delicadas bolas de vidrio por toda Europa. El rojo siguió siendo el color estrella por tradición, pero pronto aparecieron versiones plateadas, doradas y posteriormente decoradas mediante nuevas técnicas de glaseado. Aunque la producción artesanal decayó a mediados del siglo XX con la llegada del plástico, la imagen de la esfera roja persiste como un icono universal.
Hoy, cada vez que una familia cuelga una bola brillante en su árbol, revive sin saberlo una historia que empezó con rituales paganos, se transformó en teatro medieval y encontró su forma definitiva entre los hornos ardientes de los vidrieros loreneses. Una historia en la que una simple manzana roja acabó convertida en uno de los símbolos más reconocibles de la Navidad.
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