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Ray Loriga: «Vivo con un demonio malo que siempre me dice que deje la escritura»

El novelista se aparta de su registro en «TIM», donde reflexiona sobre quiénes somos. «La literatura es mi identidad, solo soy mientras escribo», sostiene

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Ray Loriga disfruta con el delicado vértigo de los equilibristas. Dice que la literatura es un fino alambre de acero y que cada libro implica plantearse: ¿podrá cruzarlo también esta vez? ¿Podrá ir de un extremo a otro sin estrellarse? «¿Qué es lo que me impulsa a hacerlo? Pues nada heroico, la verdad (risas), pero es cierto que necesito ese vértigo. Hay escritores que funcionan con un territorio acotado, pero yo soy incapaz. No me puedo meter en algo donde ya he estado. Se me cae encima». «TIM» (Alfaguara), su nuevo trabajo, forma parte de esas geografías aún inexploradas y responde como un guante a esa «obligación autoimpuesta de intentar abordar siempre cosas nuevas. Aunque, al final, uno es el que es». Un hombre despierta en una habitación que no sabe si es suya o no, y, a partir de ahí, con esos mimbres kafkianos, Ray Loriga inicia una original indagación del yo, de la memoria y los recuerdos.

¿De dónde viene esta historia?

De reflexionar sobre quiénes somos, la identidad, pero, sobre todo, proviene de la escritura misma. Los libros que escribo vienen sugeridos por un tono. Elijo una voz, empiezo a escribir y luego digo si me gusta o no, si tengo que afilarla o si me interesa como escritura. Luego llega el tema, por así decirlo. Pero el alma de mis libros sería la escritura. Ese es el objeto a tratar. Si me preguntas sobre el asunto, sin duda te respondería qué es y no es la identidad. Es interesante porque a veces son los otros los que la perfilan. Nace de la relación con el grupo, no solo con la sociedad, sino con la familia, los grupos que formamos. ¿Quién somos cuando estamos delante de otros?

¿Y qué ha extraído?

Me ha hecho ver lo quebradiza que es una identidad en ese vínculo con los otros. Digamos que estás aceptando una opa hostil en tu propia empresa, que, digamos, eres un accionista minoritario en ella. Los hay que tienen fuertes personalidades, pero, si las examinas, también son un poco creadas y están apuntaladas con andamios que, a poco que investigues, también son frágiles. ¿Es posible una identidad? Esa es mi duda.

¿La escritura le ha ayudado a forjar la suya?

Prácticamente, la literatura es mi única identidad. Solo soy mientras escribo. El resto del tiempo disimulo (risas). Me he formado en la lectura y la escritura. Es lo que me ocupa por dentro. Lo demás es un apaño. Como que no es lo mío. La escritura da carácter. Escribir es duro y luego está el trabajo intelectual de retarte con las palabras, las frases... eso termina dando carácter, dando identidad.

Una batalla.

Te forja un tipo de personalidad. Escribir no es nada fácil. Y siempre tienes a un demonio malo, aquí, sobre el hombro, que te dice, déjalo, si tampoco lo vas a hacer muy bien, si, total, hay mucha escritura buena... Quieras o no estás todo el rato chocando con la literatura que te gusta y diciéndote que no vales... Es un poco frustrante. Hay un miedo constante a no hacerlo realmente como sueñas, como te hubiera gustado leerlo en otros autores. Siempre te das un poco palos en la cabeza.

¿Y pensó usted en dejarlo?

No escribir, en mi caso, me parece más duro todavía (risas). Me parecería más desolador porque entonces no sabría qué hacer con mi vida, con mi cabeza, que está formulando lenguaje todo el rato, dando vueltas a las historias. Yo siempre estoy intentando construir una ficción literaria o intentando escribirla.

¿Para escapar de la realidad?

Aunque escriba novelas de alienígenas responde a estructuras reales y tiene una relación clara con las experiencias vividas o lo que nos ha enseñado la Historia. Puede haber mil recursos, aunque siempre parte de una realidad que te rodea. Pero, claro, la respuesta a esta realidad es la ficción. Yo elegí esconderme en la ficción.

Su novela comienza con un hombre que despierta en un sitio y no sabe dónde está.

Y se cuestiona su identidad, pero con conciencia, porque un bebé todavía no se cuestiona nada. Tiene muchas cosas que hacer: diferenciar sonidos, colores, distancias. Un recién nacido consume el 90% del aporte calórico en su actividad cerebral. Con la edad eso va disminuyendo hasta un 20 o un 10. Pero mi protagonista despierta con una intuición de conciencia. Es consciente de que es, pero no sabe muy bien qué. Empieza a rememorar cosas que entran, salen y, por eso, a cuestionarse la fiabilidad de la memoria, que es una construcción hecha a partir de unos hechos. Es una fábula de lo experimentado. En el libro, él se pregunta de todo y le da pánico las respuestas, porque las respuestas a la realidad a veces son descorazonadoras, ya que final todo es como una pequeña decepción.

¿Por qué?

Es una frustración, uno nunca consigue hacer lo que se propone, no en la medida que se lo propone. Al final te compensas hablándote, diciéndote, bueno, hemos hecho lo que hemos podido. Y te reconstruyes; sin embargo, la identidad siempre está al socaire de los logros puntuales.

Y está la realidad.

El choque entre lo que uno quiere ser y lo que la realidad te permite es horroroso. Sobre todo, lo que uno quiere ser con lo que puede ser. Pones expectativas y... Luego están los papeles que juegas: de padre, hijo, hermano... Es una cosa agotadora. Tu identidad se va forjando en el roce con los otros... La realidad tiene pinchos. A veces no emprendes nada para no fracasar en nada. Uno está a buen recaudo dentro de uno mismo.

«La desilusión de lo soñado germina en rencor».

Los rencores hacia los demás también te definen la identidad. Igual que los odios. Luego están los errores. Un fracaso amoroso se queda instalado en ti porque es algo que no llegó a una buena consecución y se añade a la lista de los fallos que te persiguen.

Ahí entra en juego el humor.

Hoy el chiste está en alza, pero el sentido del humor está a la baja. Los chistes tienen gracia uno entre un millón, y es una tontería. El humor que me interesa es el que se revuelve en cada concepto, frase o expresión. El que cuestiona las propias realidades.

¿Hay crisis de identidad hoy?

Somos muchos, pero se ven derivas. Una es la reducción del ser humano a consumidor. Si no consumes eres un monstruo social, un paria, un inútil. Trabajamos para cumplir con esa religión del consumo. Todos nuestros esfuerzos se van en nuestro papel como consumidor. Fuera de eso parece que no hay validez.

Leer no entra en eso. 

(Risas) Yo me leo un buen prólogo, como este, y yo ya estoy contento el resto del día. He leído una cosa muy bonita, pero claro parece inútil comparado con los esfuerzos hercúleos de otros. Pero a mí es lo que me ha dado la vida. Pero sí, es verdad, en el fondo leer, escribir, te hace pensar si eres un poco inútil. Pavese aseguraba que no escribir es lo normal, más allá de lo que se necesita para cosas prácticas, el trabajo, instrucciones... La verdad es que cuando te aficionas a la literatura no es tanto, al menos en mi caso, por un ansia de conocimiento, sino de disfrute, como la música.

En este libro las preguntas son más importantes que las respuestas.

Sí, el motor de la inteligencia son las preguntas. Mucho menos las respuestas. Lo importante son las interrogantes. Pero, volviendo al principio, lo que me interesa es la escritura. No tanto escribir sobre... Aquí también lo importantes es la construcción de la escritura, de su música. Es cierto que es una sopa de dudas, cuestiones, desazones, miedos, pero existen libros que no tienen una función concreta, más que meterte en una escritura, por el placer de la propia escritura, hacer suficientemente bello el fraseo, el equilibrio de las frases, la marquetería... es lo que a mí me lleva a escribir.