Rodrigo Abd dispara arte contra los talibanes
Algunas de las obras surgidas de este segundo contacto con Afganistán del fotógrafo de Associated Press se pueden ver en la exposición organizada por el Centro Cultural Borges de Buenos Aires
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En 2006, The Associated Press envió al fotógrafo argentino Rodrigo Abd a cubrir el conflicto bélico en Afganistán. Después de que, entre 1996 y 2001, los talibanes hubieran prohibido la realización de fotografías a personas y animales por contravenir las enseñanzas del Islam, Abd se familiarizó con la “cámara cajón” -o “cámara afgana”-; un método tradicional del siglo XIX, que utilizaban los fotógrafos callejeros -los conocidos como “kamra-e-faorce”-. De su convivencia con ellos, se derivó el aprendizaje de esta técnica tan distintiva y a contracorriente de las nuevas tecnologías. A Nabi, su profesor, le compró una de estas cámaras, surgiendo así un ambicioso proyecto visual para retratar la realidad periférica y desconocida de este país. Dieciséis años después, Rodrigo Abd ha vuelto a Afganistán y, provisto de la cámara cajón, se adentrado en el paisaje social surgido tras el regreso de los talibanes. Algunas de las obras surgidas de este segundo contacto con Afganistan se pueden ver en la exposición organizada por el Centro Cultural Borges de Buenos Aires.
Las fotografías de Abd plantean un acercamiento omniabarcador al tejido social afgano: de un lado, se repara en esa mitad de la población que ha recibido a los talibanes con júbilo por considerar que, con ellos, ha regresado la convivencia pacífica al país; de otro, se explora la condición del eslabón débil y más castigado: las mujeres, privadas prácticamente de todos sus derechos. La “cámara cajón” -un instrumento que, en la actualidad, pertenece a la arqueología de la fotografía- ofrece imágenes en blanco y negro que, con independencia del tema tratado, se caracterizan por su gravedad y sobriedad. No hay concesiones a lo frívolo, a la distracción, al detalle innecesario. Todo, absolutamente todo en las imágenes de Abd, es esencial, y genera en el espectador el sentimiento de lo irrenunciable y auténtico.
La mirada Abd se desenvuelve, meándrica, entre la realidad poliédrica afgana. En los retratos individuales, su “cámara cajón” es capaz de repelar hasta la última posibilidad de la expresión facial del sujeto. Los ojos del retratado son ventanas a una realidad abisal, vertiginosa, en la que la dimensión interior de la persona emerge de una manera que incluso se podrá calificar como abrupta. Los retratos de conjunto, por otra parte, escanean los polos opuestos de una misma realidad: la militarización de la sociedad -la esfera masculina-, y la invisibilización de la mujer -condenada a los espacios domésticos-. Paradójicamente, el proyecto fotográfico de Abd homogeniza ambas realidades
antitéticas mediante una similar mirada, capaz de delatar, al mismo tiempo, la opresión y la fragilidad que permea la vida cotidiana afgana. Incluso, en las imágenes más lúdicas e ingrávidas -aquellas en las que, por ejemplo, se muestra a un grupo de niños jugando en un parque- hay un sentimiento de rigor y de causalidad que alejan la lógica de lo accidental e improvisado tan intrínsecas al juego. Abd oscila entre lo grande y lo pequeño, entre las estructuras y lo individual, entre el rigor de los estereotipos y la pureza de lo íntimo. Su mirada no es política en origen, sino en consecuencia. Y así sucede porque, en toda esta colección de fotografías, su figura de observador ha conseguido eliminar todos los componentes de “exterioridad” que podrían haber hecho de ella el resultado del “ojo extranjero”, para lograr la complicidad necesaria que ilumina la realidad afgana desde dentro.