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“La infamia”: Pedófilos con sed de venganza ★★★☆☆

Jose Alberto Puertas
La Razón

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Autora: Lydia Cacho. (adaptación de Lydia cacho y José Martret). Director: José Martret. Interpretación: Marta Nieto / Marina Salas. Naves del Español en Matadero. Hasta el 16 de enero.
Aunque es clara su predilección por aquellos problemas sociales que no han sido ya muy manoseados en los escenarios, lo más original de José Martret como director es su arrojo para buscar y probar algunas fórmulas un tanto distintas de las habituales a la hora de abordar esos temas. Esa característica de su teatro se advierte con nitidez en La infamia, una obra que parte de la experiencia personal de la amenazada periodista mexicana Lydia Cacho –relatada por ella misma en el libro Memorias de una infamia– cuando estuvo a punto de perder la vida por destapar una escandalosa red de pedofilia en su país cuyos cabecillas eran importantes personas del mundo empresarial y político. Tal era el poder de los implicados que consiguieron detener y encarcelar a la periodista sobornando a policías y magistrados.
Pues bien, en un montaje en el que todo está hecho con gusto y oficio –impecables los trabajos de videoescena, iluminación, sonido y escenografía–, esa durísima historia de corrupción y denuncia está contada de una manera, digamos, poco convencional.
Ya resulta arriesgado, en primer lugar, concebir un espectáculo con tantísima peripecia y con tantos personajes en forma de monólogo. Además, ese monólogo de desarrolla aunando, en un inusitado y perfecto equilibrio de fuerzas, dos lenguajes muy diferentes: el puramente teatral y el cinematográfico. Esto quiere decir que el espectador está viendo en todo momento a la actriz protagonista en un plano real, o escénico, y en otro audiovisual, ya que una cámara sigue todo el curso de la acción proyectándola en una gran pantalla. A este respecto hay que decir que el casting parece hecho atendiendo decididamente a esa importancia que
concede la propuesta a lo audiovisual, pues en la actriz escogida, Marta Nieto (que será sustituida por Marina Salas a partir del día 4 de enero), destacan más su fuerza y su magnetismo en la pantalla que su estricta destreza a la hora de manejarse desde un proscenio con la emoción y la palabra desnudas. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que lo segundo lo haga mal, sino que parecía necesario que la actriz fuese, como es su caso, más completa o polivalente que estrictamente “teatral”.
Por último, la función es también diferente y atrevida por su literatura, aunque en este aspecto los resultados no sean del todo óptimos. Ocurre que el texto está escrito con un estilo narrativo que es casi el más incompatible que puede haber con la teatralidad. Hablo de ese lenguaje propio del guion de thriller –copiado después por muchos novelistas que, a pesar de su éxito, no pasarán desde luego a la posteridad– en el que no hay el más mínimo afán poético por hermosear la gramática; muy al contrario, esta se simplifica con el objetico de favorecer una concatenación rápida de sucesos, referida de la manera más directa posible por medio de sucintas descripciones, para que el espectador de cine vea todo –y el lector de novela lo imagine– sin que haya tiempo posible para distraerse.
El problema es que ese lenguaje, en una obra como La infamia, ni sirve para que uno pueda, como haría un lector, “imaginar” lo que le cuentan, porque en el escenario ya se están generando una serie de imágenes muy concretas, ni tampoco permite que uno “vea” con claridad los hechos, como lo haría el espectador de cine, porque esas imágenes, teatrales, simbólicas, no tienen correspondencia alguna, ni pueden tenerla, con los detalles específicos que la narradora se empeña en suministrar continuamente, en clave realista, para acompañarlas.

Lo mejor

El espíritu innovador de Martret para probarlo todo y abrir nuevos caminos.

Lo peor

El lenguaje del texto dificulta muchísimo la teatralidad de la historia.