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«Animal negro tristeza»: la rebelión de la naturaleza

Llega a las Naves del Español el último trabajo del director catalán Julio Manrique, una obra de la autora alemana Anja Hilling que nos plantea una transformación social y espiritual
David Ruano
La Razón

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Aunque no para de trabajar en Cataluña, no tenemos tantas ocasiones como nos gustaría en Madrid de ver las propuestas del actor Julio Manrique en su faceta de director. El Teatro Español nos brinda ahora una nueva oportunidad de hacerlo con «Animal negro tristeza», una coproducción de esta institución del Ayuntamiento de Madrid y de la Sala Beckett de Barcelona que reflexiona sobre la provisionalidad de las conquistas del ser humano dentro de una sociedad en la que todo puede darse la vuelta de la forma menos previsible y en el momento menos esperado.
Cuatro hombres, dos mujeres y un bebé se van de excursión al bosque. Son personas triunfadoras de clase acomodada que quieren abandonar por unos instantes la estresante ciudad en un deseo de reencontrarse con la naturaleza, haciendo allí una barbacoa y durmiendo luego al raso. Sin embargo, todo se irá al traste por una negligencia que provoca un trágico incendio; de pronto, tendrán que huir despavoridos intentando salvar sus propias vidas. Deberán enfrentarse al miedo, a la soledad y a la muerte como una amenaza inminente y real en el corazón de esa naturaleza. En un primer término, como explica el director, «la obra habla de la responsabilidad, porque son ellos, los personajes, los que han desencadenado la catástrofe con su despreocupación; en este sentido, ‘’Animal negro tristeza’' nos lleva a reflexionar sobre qué hemos estado haciendo con el planeta». De hecho, «la naturaleza actúa como un personaje más en el espectáculo; en el texto hay una voz muy poderosa, expresada en forma de acotación, que yo intuía cuando lo leí que era la voz de la naturaleza. Al tratarse de una acotación, teníamos la opción de prescindir de ella, pero hemos querido incorporarla de este modo, como la propia voz de la naturaleza». No obstante, considera Manrique que el texto tiene un trasfondo mucho más amplio: «Creo que nos habla de lo mismo que las grandes tragedias griegas. La pregunta que nos lanza la autora es ‘’quiénes somos’', y en el transcurso de la función nos damos cuenta de que la respuesta a esa pregunta la descubrimos en situaciones límite para las que nunca estamos preparados».
Con esta obra escrita en 2007, la dramaturga alemana Anja Hilling alcanzó el reconocimiento internacional del que hoy goza. La pieza se exhibió en el Théatre National de La Colline de París y en el Königliches Dramatisches Theater de Estocolmo, entre otros. Haciendo constar sus reparos a la hora de poner etiquetas, Manrique la califica como una pieza «posdramática». «Es una obra muy curiosa –señala–, porque cuenta una historia muy realista que golpea de manera directa; pero lo hace a través de nuevos códigos y lenguajes. Cuando leí el texto, lo primero que pensé es que me gustaba mucho; pero lo segundo que me dije fue: ‘’Muy bien, ¿y cómo se monta esto?’’. La verdad es que plantea un reto formal muy interesante. Hasta tal punto que nos obliga a recrear un incendio en el escenario; pero se trata, en nuestro montaje, de un incendio construido fundamentalmente con las palabras». De todos modos, no cree el director que esa búsqueda de nuevos lenguajes escénicos pueda suponer un obstáculo para que la historia cale en el público medio: «La experiencia en Barcelona es que la obra provoca reacciones muy potentes en todo tipo de espectadores; no solo en los más teatreros, sino también en aquellos que no han visto nunca una obra posdramática ni tienen por qué saber siquiera qué es eso exactamente».

La vida, contingente y absurda

Julio Manrique encuentra en el texto de Hilling muchas similitudes con un ensayo del filósofo esloveno Stavoj Žižek que se titula Pandemia. «El autor de esta obra –dice el director– nos hace ver, por medio de las epidemias víricas, que nuestra vida es, en última instancia, contingente y absurda; aunque seamos capaces de construir espléndidos edificios espirituales, cualquier estúpida contingencia natural, como un virus o un asteroide, puede terminar con todo. Y eso por no mencionar la gran lección de la ecología: que nosotros mismos, los seres humanos, podemos contribuir, incluso sin ser del todo conscientes, a este mismo final». Y asegura Manrique que, así como Žižek propone «un cambio en nuestra manera de vivir, de relacionarnos, de pensarnos como individuos y como sociedad; una nueva forma de comunismo para garantizar no ya un mundo más justo, sino, simplemente, nuestra supervivencia», también en su obra Hilling «somete a sus personajes a un dolorosísimo y traumático proceso de transformación» que, en última instancia, los «empuja a continuar, extenuados y tristes, como náufragos a la deriva entre los escombros de sus vidas». «Quiero creer –añade– que la autora también cree que aún tenemos una oportunidad. Una oportunidad de transformación. Creo, o quiero creer, que siempre tenemos la posibilidad de transformar lo que nos pasa, lo que nos ha pasado, en algo nuevo». Mireia Aixalà, Jordi Oriol, Joan Amargós, Mima Riera, Màrcia Cisteró, David Vert, Norbert Martínez y Ernest Villegas integran el reparto de una función muy coral en la que todos, según el director, han trabajado «con generosidad, valentía y compromiso, sin ninguna interferencia de egos de ninguna clase». Y añade entre risas: «Aunque los directores siempre digamos lo mismo, créeme si te digo que, de verdad, ha sido un proceso muy, muy bonito”.