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Entrevista

Angélica Liddell: "Ser español es una desgracia"

La dramaturga y poeta abre el Festival de Otoño con "Liebestod", un canto al diestro Juan Belmonte que trasciende más allá de lo que conocemos como "los toros"

En Resumen
Para Liddell, el teatro y el toreo son "idénticos" desde el punto de vista de la tragedia Christophe Raynaud de Lage

Angélica Liddell conoció al torero Juan Belmonte a través de la biografía que le dedicó Chaves Nogales y pensó "que éramos gemelos", afirma. Compartían el sentimiento trágico de la vida. La dramaturga e intérprete se convirtió entonces en una "especie de médium que recibe a un fantasma": Belmonte se introdujo en las carnes de la Liddell y comenzó el viaje de Liebestod, un acto de inmolación y autodestrucción con aires de tragedia clásica que llega al Canal; un nuevo montaje que aterriza en Madrid (en los Teatros del Canal del 9 al 12 de noviembre, Festival de Otoño) y en el que solo sus "propias culpas" le quitan el sueño.

¿Teatro y toreo pueden ser sinónimos?

Desde el punto de vista de la tragedia son idénticos porque los sostiene el rito y el sacrificio. Pertenecen a la herencia mítica. Pero en el escenario nos enfrentamos a la muerte desde lo íntimo. Esa intimidad es la bestia, lo negro. Los demonios son la bestia contra los que los que se lucha en un teatro. Unos demonios que también pueden matarte.

"Cuando era joven estaba enamorada de la muerte. Ahora me aterroriza"

¿Está lista para amar esa muerte?

A medida que envejezco, la muerte empieza a convertirse en uno de esos íncubos que me aterrorizan por las noches. No sé si es el hecho de la muerte, o un ocaso que tiene que ver con la enfermedad y la extinción. La extinción en sí. Cuando era joven estaba enamorada de la muerte. Ahora no, ahora la muerte me aterroriza. Si hago las cuentas me quedan unos 20 años de vida. Es muy poco. Quizá menos. Es como tener ya una sentencia. Hay personas que pasan más años en el corredor de la muerte. Cuando hago la suma veo esa "pena de muerte", la pena capital y sin perdón. No nos podemos perdonar a nosotros mismos. Aunque a veces tenga ganas de morir, aunque salga a un escenario con ganas de morir, me aterroriza el hecho de la extinción, dejar de pasear, dejar de mirar el cielo, dejar de ir al cine, dejar de despertar, para siempre, para siempre. Todo lo veo desde esa perspectiva, entre el miedo y la liberación. Yo ya veo la vida como un vanitas. Tengo miedo, sí. Sobre todo a la locura. Me persigue el recuerdo de la demencia de mis padres. Y me aterra. Queda muy poco, muy poco. Es un momento en que ya te haces la pregunta, ¿qué quiero hacer antes de morir?

Belmonte toreaba como era y era como toreaba, ¿cómo torea, o cómo es, Angélica Liddell en esta etapa de su vida?

Creo que he conquistado a la soledad. El aislamiento ya no me importa. No espero nada de los demás. No me gustan las personas. Tengo una incapacidad para desenvolverme en sociedad, y ya he apurado las heces de la ruindad y la traición. Estoy herida, herida por personas a las que he amado, que es la peor de las heridas. Por otra parte ya apenas me enfado. Siempre estoy alegre en el trabajo junto a los compañeros a los que estimo. No quiero perder la alegría, incluso en la tristeza. Una alegría más grande que la alegría, esa alegría de la que nos habla Bach. Mi venganza, mi ira, mi cólera, mi rabia solo pasan por la escritura. Por el sobrepoder infernal de la poesía.

¿Qué tiene el mundo del toro que es blanco o negro, atrapa hasta el tuétano o produce rechazo?

No me interesa en absoluto el dilema que alienta el mundo de los toros, es de una pobreza intelectual absoluta y se encuentra radicalmente politizado, nacionalizado y podrido desde el mismo seno del universo taurino, que me resulta repulsivo. Aunque sí fui a corridas con mis padres siendo niña, mi relación con la tauromaquia, con lo táurico, diría yo, es desde la poesía, desde la literatura, desde la supremacía estética que los poetas han cantado, desde Francis Bacon y desde la mística, desde esa necesidad de belleza ligada al amor y a la muerte. Por educación forma parte de mis raíces. Pero como argumentaba Bergamin, lo de los toros es un asunto interplanetario.

"Hay noches que me clavaría un cuchillo en el estómago"

Dentro de una sociedad "buenista" como la actual, ¿cuánto durará el espectáculo taurino tal y como lo conocemos hoy?

En primer lugar no lo considero un espectáculo. Hace falta madurez intelectual para ver belleza en la tauromaquia. Los que utilizan la tauromaquia para hacer política y espectáculo, ni son intelectuales, ni son poetas, ni saben reconocer la belleza en la tauromaquia, ni en Piero della Francesca, ni en Andy Warhol. Solo quieren votos. No me interesa. De manera que no me interesa el debate. Liebestod es un canto que trasciende a eso que conocemos como "los toros". Hablo de muerte y de amor. Y de la necesidad de un mundo espiritual que yo encuentro en la tauromaquia, ontológicamente. Un mundo espiritual que se ha perdido en las artes. No hablo de “toros”.

Wagner y Belmonte se unen en su obra para abordar sus "abismos", ¿cuáles son esos abismos hoy?

El cuerpo, el mero cuerpo, la mera degradación corporal, el umbral de la vejez, la humillación del cuerpo, me asusta, me da vértigo. Pienso dónde pasaré los últimos días de mi vida. No he sabido construir eso, y me asusta. Me asusta la inmensa fragilidad de la vejez. Hacerse viejo debe ser horrible, horrible.

Hace un año que terminó su Trilogía del luto. ¿El luto es de por vida o tiene fin?

Los fantasmas del luto se han fortalecido. No hay luz salvo en el escenario. El espectador está siempre en las tinieblas. Nosotros somos los tristes espectadores de un proyecto divino. Estamos en las tinieblas. Figúrate. Hago como Bergman, pongo a trabajar a mis demonios tirando de un carro de combate, pongo a los demonios a trabajar, pero a cambio me despedazan, me traen angustia, culpa y espanto. Hay noches en las que me clavaría un cuchillo en el estómago para sacar eso que me araña ahí dentro. Dura algunos segundos, antes de dormir, los demonios me atacan, es insoportable, y no responde a nada en concreto. Pero sé que la muerte está por medio. A veces mi madre viene a verme, me toca, le pido perdón. Y mi padre está en el cuerpo de los perros, y cuando me cruzo con algún perro siempre me dice, hija mía, que Dios te bendiga. Todo eso me atormenta.

En Liebestod se "pone en peligro a través de la palabra", ¿cuáles son los peligros de su palabra?: ¿Asomarse a un abismo? ¿Decir verdades que molesten? ¿La censura?

Sobre todo me pongo en peligro por el ansia de verdad, como la señora Vogler en Persona. Y eso es precisamente lo que me hace amar el silencio. Detesto la palabra, esa tiranía. Escribo con odio y hastío por la palabra, porque es el hastío y el odio por mi misma. Ojalá pudiera quedarme en silencio. Siempre me arrepiento de lo que digo. Siento vergüenza cuando hablo. Mi pensamiento va más rápido que la lengua y no lo alcanzo, así que prefiero darle tiempo al pensamiento mediante la escritura.

Ángélica Liddell estará en los Teatros del Canal de Madrid del 9 al 12 de noviembreChristophe Raynaud de Lage

¿Y el amor, le debilita o le inspira?

El amor todo lo puede. El amor es una de las impotencias de la razón. Pero ya lo dijo Strindberg, “el mundo es una mierda”, lleno de hombres y mujeres despreciables.

¿Hacia dónde dirige su lucha actual?

Defiendo lo que era el arte. El recuerdo de lo que era el arte. Quiero un arte para adultos, no para bobos.

¿Cuál es el mal del siglo XXI en Occidente?

La vanidad de los idiotas.

Dice [en el dossier] que no le preocupa lo que se pueda entender, sino lo incomprensible; y en Kuxmmannsanta, escribía para el que no le leía (porque le hace "más libre", decía). ¿No es un fracaso cuando su público, que es legión, no la entiende?

Bueno, yo me considero una fracasada, una fracasada total. ¿Cómo explicarlo? Hay un pálido prestigio público. Pero yo me siento fracasada. Como si todo lo que he hecho no me

satisficiera sino al revés. Como si hubiera trabajado para buscar algo, no sé qué, pero no lo hubiera encontrado.

Hay veces es complicado seguirla sobre el escenario.

No, no me lo había planteado nunca. Tampoco podría hacerlo de otra manera.

−"El cielo cae a la tierra y el infierno sube al trono de Dios". ¿Cómo se conquista el cielo viniendo del infierno?

Ray Heredia empieza cantando así su Alegría de vivir "el infierno de tu gloria ha 'pasao' dentro de mí".

En Terebrante, Agujetas era la inspiración; flamenco, entonces, y toros, ahora, ADN 100% español. ¿Ya se ha reconciliado con España, concretamente, con sus instituciones? ¿O sigue vigente aquello de Los inspectores de linóleos viejos donde disparaba contra los burócratas que habitan en las instituciones?

Amar a Manuel Agujetas o a Juan Belmonte no tiene que ver con un concepto de nación. Más bien lo contrario. España sigue siendo un país de medianías y escasez. Yo miro al Agujetas y a Belmonte desde un firmamento extraterrestre. No los veo como españoles, sino como a mitos, sin patria. España duele, y mucho. La cicatriz queda. Dependiendo del cambio de estación la cicatriz se amorata, sangra, o se abre. Paso mucha vergüenza cuando en eso que se llama “extranjero” me preguntan “¿Dónde está tu base?”, es decir, dónde está tu teatro, allí donde produces, ensayas, y creas regularmente en condiciones dignas, a veces quieren venir a visitar “mi base”, entrevistarme en “mi base”, ver mis procesos en “mi base”...Y yo tengo que pasar por la vergüenza de decir a mis casi 60 años, no, no tengo base. Voy donde me llaman. Por ahí, con mi carro. Así que si quieres quedamos en una cafetería. Ser español es una desgracia.

"Quiero un arte para adultos, no para bobos"

En 2023 podemos hablar de censura moral, censura en algunos ayuntamientos en los que ha entrado Vox, autocensura, censura institucional... ¿Todas tienen el mismo peso? ¿Alguna le preocupa de una manera especial?

−La censura abierta e institucional es lo más grave, sin duda. En países como Irán te cuesta la vida. Eso es el totalitarismo de Estado. Eso es la censura. La cárcel, la privación absoluta, y digo, absoluta, de libertad y de presencia pública, lo que impide incluso la posibilidad de denuncia o protesta. Tu visibilidad no existe. La ultraderecha intenta lo mismo en Europa pero por lo que respecta a la cultura no pasan de ser unos payasos violentos, a los que enseguida se les ve el plumero, son unos ignorantes, y la ignorancia se puede combatir a base de talento y educación. Lo que me preocupa en países libres como el nuestro es la censura soterrada que tiene que ver con un sentido de la moral y no valora las obras por su calidad estética sino por su discurso ideológico, e impone un lenguaje homogéneo sin ningún valor artístico que va relegando otros lenguajes y otras sensibilidades al ostracismo. Esto me preocupa. Que se priorice el discurso por encima de la estética. Esa especie de código Hays de buenas costumbres. No es exactamente censura, es simplemente la infamante corriente de los tiempos. Estoy harta de creadores que defienden y reivindican su parte excelente, que lanzan mensajes de esperanza. Yo quiero ver a personas que me muestren su podredumbre, su fealdad y su extinción. Somos pútridos. En el arte, es la crueldad lo que nos educa, no lo moral. Se confunden las responsabilidades democráticas con el mundo de la expresión artística, que se rige por otras leyes y se halla traspasado por una espiritualidad cargada de espectros y diablos. Hoy todo parece responder a una cuota. Una de las mejores películas que he visto en los últimos tiempos ha sido Sparta, de Ulrich Seidl. Esta película ha sido condenada y relegada por la sensiblería estúpida de los tiempos, y a mi me parece el último director inteligente del planeta. Por comentar esta película en una revista portuguesa de artes que me encargó un "diario íntimo", llamaron a un abogado y consideraron que no se podía publicar ese párrafo. Por supuesto, yo decliné publicar el diario sin ese párrafo. Leer la literatura con un abogado al lado, eso es lo que me preocupa. Eso es la muerte de la literatura.

¿Usted se autocensura en algún momento?

−El único límite es la mediocridad, y uno nunca está seguro de hacerlo bien. No le pongo limites a todo aquello que me permite profundizar en la condición humana. Soy una ciudadana responsable, pero como artista soy absolutamente irresponsable, voy a lo hondo, a nuestra putrefacción. Escribo en las cárceles, los hospitales y los manicomios de mi mente. No tengo miedo. Son los demás los que ponen los limites.

  • Dónde: Teatros del Canal (Sala Roja), Madrid. Cuándo: del 9 al 12 de noviembre. Cuánto: desde 9 euros.
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