Crítica de Teatro

"Del color de la leche": Efectismo novelero bien hecho ★★★☆☆

Fernando Bernués dirige la adaptación para la escena que la propia Nell Leyshon ha hecho de su exitosa novela

Imagen de la representación
Imagen de la representaciónTeatro de la Abadía

Autora:Nell Leyshon. Director:Fernando Bernués.Interpretación:Joseba Apaolaza, Miren Arrieta, Mireia Gabilondo, Aitziber Garmendia, Jon Olivares y José Ramón Soroiz.

Elegida mejor novela del año en 2014 por los libreros de Madrid, la exitosa obra de Nell Leyshon da ahora el salto a los escenarios meced a la colaboración de la propia escritora británica, que ha firmado esta versión teatral, con el director Fernando Bernués, máximo responsable de la compañía vasca Tanttaka Teatroa, que cumple estos días nada menos que 40 años de andadura.

Ambientada en la Inglaterra de 1831, la función cuenta la historia de Mary, una humilde adolescente, vivaracha y muy directa, que trata de rebelarse sin éxito –y sin fe, porque no tiene demasiadas esperanzas en el futuro- contra el constreñido y alienante mundo en el que ha nacido. Hija de un hosco y agresivo granjero, Mary se verá forzada a irse a vivir a casa del vicario para ayudar a la mujer de este con las tareas domésticas. Allí aprenderá con ilusión a leer y escribir, pero esa grieta que la educación parece abrirle para que escape de su apretada vida se cerrará de forma trágica para siempre.

Del color de la leche es una obra de superación que quiere evidenciar la rigidez y la hipocresía moral de una sociedad anclada en el pasado y la desigualdad; y critica, asimismo, una religión fundada en esperanzas de justicia y felicidad que, para los débiles y oprimidos, nunca logran materializarse. Hay en la función, por otra parte, una defensa de la educación y el conocimiento como únicas herramientas para luchar contra esa injusticia, aunque la victoria nunca esté asegurada.

Leyshon echa mano con descaro de algunos recursos efectistas, tremendistas y ñoñetes -tomados de la literatura clásica infantil- bastante manidos en este tipo de novelas destinadas a ser best sellers. Para que inspire más lástima, la entrañable y astuta protagonista es cojita. Eso sí, tiene otro maravilloso rasgo físico que contrarresta la cojera y la hace diferente a cualquier niña: el insólito color blanco de su pelo. Además, como no podía ser de otra manera, posee un corazón tan puro y bondadoso como el que cabría encontrar en el pecho de un niño pintado por Murillo.

Ahora bien, si tales ingredientes siguen siendo útiles a los escritores, es porque, empleados con cierta destreza narrativa, a muchos lectores les encantan. Y, cuando alguien consigue trasladar, como ha hecho Bernués, ese pulso narrativo al plano de la representación teatral, con los ritmos y las tensiones dramáticas que esta precisa, muchos espectadores acaban igualmente encandilados. Y eso es lo que ocurre cada tarde en La Abadía: la gente, conmovida en algunos casos por los padecimientos de la protagonista, aplaude con sinceridad una historia correctamente interpretada que se sigue con interés, sobre todo, porque está muy bien contada, y porque se desarrolla, además, dentro de los parámetros de un teatro casi realista, que es, nos pongamos tan estupendos como queramos, el que el público en general –fuera de los círculos más teatreros- sigue demandando a día de hoy. Digo “casi realista” porque ese estilo afecta a la manera de plantear y hacer discurrir la acción, pero no así al espacio escénico y ni a la ubicación dentro de él de los personajes que no están participando directamente en esa acción.

  • Lo mejor: El sentido del ritmo para diseñar las escenas y para hacer que se sucedan sin una sola fisura en el relato.
  • Lo peor: La protagonista se expresa con una precisión conceptual y un ingenio lingüístico más propios de Quevedo que de una granjera analfabeta.