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«Cristo está en Tinder»: Coquetear con la pesadez ★★☆☆☆

Obra: «Cristo está en Tinder». Autor y director: Rodrigo García. Interpretación: Elisa Forcano, Selam Ortega, Carlos Pulpón y Javier Pedreira.
«Cristo está en Tinder» está en el Teatro de la Abadía hasta el 11 de junio
«Cristo está en Tinder» está en el Teatro de la Abadía hasta el 11 de junioTeatro de la Abadía
La Razón

Madrid Creada:

Última actualización:

Después de varios años sin estrenar, el inefable creador Rodrigo García vuelve a Madrid con un nuevo espectáculo que, como todos los suyos, encontrará detractores y admiradores a partes iguales. El potente título, «Cristo está en Tinder», dice bastante acerca del sustrato conceptual de esta obra performativa que interpretan Elisa Forcano, Selam Ortega y Carlos Pulpón junto al músico Javier Pedreira. De hecho, ese extraordinario título dice casi más que todo el espectáculo. Dice que todos andamos perdiendo el tiempo en las redes sociales y en aplicaciones superfluas -consumiendo nuestra vida en vanidades, que diría Sor Juana Inés de la Cruz- y que hemos llegado a tal punto de estupidez que incluso estamos forjando nuestros ideales morales y espirituales –que es en definitiva lo que representa Cristo, o lo que ha representado históricamente- en virtud de lo que esas redes nos exigen. En torno a esta idea, pero rehuyendo cualquier ilación narrativa, García dispone una serie de escenas lentas y reiterativas en su desarrollo en las que, eso sí, se advierte, y se agradece, una sensata e inteligente mirada, repleta de ironía, sobre el mundo que le rodea.
Desde luego, hay agudeza en algunos de los textos que nutren la propuesta, pero esa agudeza está expuesta sin mucho empaque desde el punto de vista artístico, y eso hace que se perciba en el patio de butacas sin diferenciarse demasiado de las ocurrencias que tendría cualquier amigo ingenioso en una conversación de bar si abordase este mismo tema. Hace tiempo que he renunciado a entender por qué la supuesta provocación o incomodidad que muchos creadores contemporáneos buscan a toda costa –y que dudo en realidad que hoy sea posible de conseguir- se traduce casi siempre en soberano aburrimiento para el espectador. Olvidamos muchas veces que el arte también tiene sus propias reglas para generar emociones y pensamientos, es decir, tiene su técnica; y levantar un espectáculo con el objetivo de “provocar” significa, precisamente, apostar por un teatro técnico, puesto que hay un fin tan claro y tan específico. Sin embargo, pocas veces se ve en estas propuestas un dominio de la técnica que permita llevar inexorablemente al espectador donde el director quiere, que es lo que sí consiguen, curiosamente, los buenos creadores llamados, de manera absurda y peyorativa, convencionales.
Lo mejor: La original y divertida inclusión de un personaje que es un perro robot.
Lo peor: La gente no se va de la sala porque se escandalice, sino porque se aburre.