"Cristo está en Tinder"

Rodrigo García es la persona más despreciable del mundo

El autor y director hispano-argentino regresa a Madrid tras tres años para cargar contra las redes, la corrección y el mundo "woke" en "Cristo está en Tinder"

Cristo está en Tinder
Cristo está en TinderLucía RomeroLucía Romero

A Rodrigo García (Buenos Aires, 1964) le cuesta hablar, lo dice él mismo. Lo hace casi como un niño enfadado. Se esconde, con la boca pequeña, debajo de una gorra y tras unas gafas. Piensa la respuesta, la va soltando con calma, se pierde, vuelve... A poquitos, se va abriendo. Pero lo que comienza con timidez termina con cierta soltura. Y es que han sido tres años de ausencia por estos lares, por Madrid; años alejados de público y prensa que obligan a lubricar de nuevo los mecanismos de interacción.

Después de su paso por Montpellier y de su tiempo de retiro en Asturias, Rodrigo García está de vuelta. «Me gusta tener mi tiempo de reflexión y nutrirme», justifica quien pace en la paz del ermitaño: «Vivo en una aldea con vacas y caballos. No salgo de casa». Allí se ha repuesto de «mucho tiempo sin leer». El frenesí francés no le dejó y «era importante volver a la rutina». La suya, levantarse a las 7:30 y leer de 8 a 12. «Cuatro horas con cosas que te inspiran y, en paralelo, vas escribiendo».

Así nace el Cristo está en Tinder que llega al Teatro de la Abadía apadrinado por el director de la casa, Juan Mayorga: «Es uno de los creadores escénicos más importantes e imitado de las últimas décadas. Yo mismo he tenido envidia de sus trabajos y he sentido que influía en mis textos». Esta vez, el origen de todo es una sola imagen, cuenta García: una moto embarrada con una persona encima también llena de barro.

Una moto embarrada fue la imagen que dio origen a la obra de Rodrigo García
Una moto embarrada fue la imagen que dio origen a la obra de Rodrigo GarcíaLucía Romero

Con ello comenzó un proceso «muy largo» de dos años en el que se han «ido sumando las vivencias que uno tiene en ese momento». Regresa de nuevo sin una historia ni un tema concreto, pero sí fragmentos en los que se va picoteando por las preocupaciones y pensamientos del autor, como las redes sociales: «Estaba bastante incómodo con esta forma de vivir y de relacionarnos mediante redes y el cambio que han supuesto. Me llama poderosamente la atención y he decidido no participar. No tengo contacto con ellas». García las observa «con la mirada de un viejo, con ternura».

Para el dramaturgo hispano-argentino «todos somos turistas» en esta nueva forma de comunicarse. «Es extraño y apasionante, pero creo que es una decadencia». A él, por ejemplo, le ha venido «bien» volver a Madrid «porque si no no salgo de casa; me gusta estar allí». Y lo ha hecho para salirse de cierta norma, para no reencontrarse con «mi material habitual», como nombra a sus actores «de siempre, los viejos, los míos». Cristo está en Tinder ha obligado al director a olvidar automatismos y a exponerse a la «fragilidad de trabajar con personas desconocidas». «Quería divertirme y hacer cosas gamberras, ir al límite. No me importa en absoluto hacer el ridículo. De hecho, ese tono me parece interesante porque es lo que pienso del mundo de hoy. Voy a responder al ridículo con más ridículo».

El «playback» toma protagonismo para potenciar ese sinsentido. «Es espantoso», comenta un García que lo emplea «para desacralizar los textos, les quita carga, solemnidad, e intento huir de eso». Los parlamentos «más importantes», señala, son en «playback» y «eso es parte del desprecio»; una manera de tomar distancia con el espectador y de decir «no quiero veros», apunta. «Suena fatal, pero parto de ahí. Es como invitar a la gente a ver una película». El escenario se convierte en un «chillout» en el que los actores (Elisa Forcano, Selam Ortega y Carlos Pulpón; más Javier Pedreira a la guitarra) pasan del público, «ni nos va ni nos viene desde el inicio».

Elisa Forcano, Selam Ortega y Carlos Pulpón
Elisa Forcano, Selam Ortega y Carlos PulpónLucía Romero

Todo forma parte de esa crítica de Rodrigo García al mundo de hoy y en la que introduce más movimientos de danza que nunca. Busca «descaradamente», afirma, la provocación con el mundo «woke». «Intento ser la persona más despreciable del mundo, que el espectador vea un discurso despreciable. No sé por qué se toman las palabras sobre el escenario como tu pensamiento. Si así lo quisiera formaría un partido político. No se puede pensar que Shakespeare era un cabrón porque mataba en sus obras...».

En ese espíritu de niño tímido a la hora de hablar también asoma un tipo de maldad «infantil, ingenua», que le gusta. El exdirector del Centre Dramatique National de Montpellier se enfrenta a la corrección como «una súplica que alienta al libre pensamiento. Basta ya de adoctrinamientos. Ser un enfermo mental con extraños pensamientos como recurso literario no significa que sea un nazi. Me asombra que se pierda la capacidad de pensamiento individual. Me da pena que tu punto de vista tenga que someterse a ciertos mecanismos».

  • Dónde: Teatro de la Abadía (Sala José Luis Alonso), Madrid. Cuándo: hasta el 11 de junio. Cuánto: de 10 a 24 euros.