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cultura
Nieva, el "clásico" vanguardista
El arte no reside en la capacidad de conocer, sino en la de "producir"

Dramaturgo, ensayista, narrador, pintor, escenógrafo, director… Francisco Nieva hizo de todo, y todo muy bien. Fue un artista total que encontró en el teatro, arte constituida de muchas artes, el molde perfecto para crear y expresarse. Y así lo hizo, con el ingenio desmesurado de Valle-Inclán, el refinamiento irónico de Benavente y el surrealismo onírico –con dimensiones religiosas– de Lorca.
Ahora, 100 años después de su nacimiento, aquel vanguardista que fue Francisco Nieva se ha convertido, sin lugar a dudas, en un clásico. Y conviene recordar, aunque debiera ser de Perogrullo, que ese estatus de "clásico" se alcanza en virtud de la repercusión que tiene la obra de un creador no tanto en la sociedad de su tiempo como en la posteridad. En contra de lo que algunos sostienen hoy, lo importante no es realmente la colisión con el presente, no es el ruido que genera la obra y que hace despertar interés por ella; lo importante es que ese interés renazca una y otra vez, cuando el ruido ya ha cesado, en otros receptores –lectores, espectadores o lo que sean– completamente ajenos a aquel presente en el que vio la luz. Es decir, atendiendo a un criterio puramente artístico, las obras clásicas no adquieren tal condición por la fama que alcanzaron, sino por la belleza que mantienen. Y es aquí adonde quería llegar: a la belleza, otro controvertido concepto que Nieva entendía asimismo de una manera clásica.
Para crear algo bello, hay que tener una mirada puramente estética que queda plasmada en la propia creación. El arte, para Nieva y para todos los clásicos, no reside en la capacidad de conocer, sino en la de "producir". El arte no pretende decir lo que es algo, o por qué es así (que es en lo que se empeñan hoy muchos supuestos artistas programados en nuestros teatros); el arte simplemente consigue que algo sea. Y lo consigue, entre otras cosas, por la habilidad del creador, esto es, por el diestro manejo de una técnica, la cual se inserta en un código que comparte con el receptor. Por eso podemos gozar hoy del teatro de Nieva, porque en su vanguardista manera de simbolizar el mundo, y de "revelarlo", hay en verdad algo muy clásico: una mañosa sublimación de valores estéticos, que es lo que provoca y seguirá provocando siempre admiración. La transgresión tiene fecha de caducidad; la belleza no.
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