Nao d'Amores

La pasión del títere

La Compañía Nacional de Teatro Clásico recupera para esta Semana Santa un montaje ya mítico de Ana Zamora que ahonda en los orígenes litúrgicos del arte escénico

La pieza se representó por primera vez en 2007, en la iglesia de San Justo, el templo segoviano que custodia la talla románica del Cristo de los Gascones que da título a la función
La pieza se representó por primera vez en 2007, en la iglesia de San Justo, el templo segoviano que custodia la talla románica del Cristo de los Gascones que da título a la funciónNao d'Amores

Mucho ha llovido desde que la compañía Nao d’amores, capitaneada por Ana Zamora, estrenó por primera vez el auto de pasión Misterio del Cristo de los Gascones, una de las mayores rarezas dentro de una carrera teatral repleta precisamente de proyectos atípicos y arriesgados. Aquello ocurrió en 2007, en la iglesia de San Justo, el templo segoviano que custodia la talla románica del Cristo de los Gascones que da título a la función. Curiosamente, es esa talla articulada del siglo XI o, mejor dicho, una réplica de la escultura a tamaño real, y asimismo dotada de movimiento, el verdadero protagonista de este espectáculo que se ha seguido representando dentro y fuera de nuestras fronteras a lo largo de estos 17 años y que ahora la Compañía Nacional de Teatro Clásico ha incluido en su programación.

Tomando textos dramático-religiosos de diversos autores del siglo XV (Gómez Manrique, Alonso del Campo, Diego de San Pedro y Fray Íñigo de Mendoza), la obra cuenta la vida de Jesucristo desde su nacimiento hasta su muerte y posterior resurrección. Pero lo más interesante de la propuesta es cómo se cuenta esa vida, ya que todo el espectáculo está concebido a modo de ceremonia espiritual, donde, más que la dramatización tal y como hoy la entendemos, importan los símbolos, la poesía –tanto verbal como visual– y la música –recogida y seleccionada, como era habitual en los trabajos de Nao d´amores, por la desaparecida Alicia Lázaro–; todo está encaminado a despertar emociones de manera primaria, sensorial. Y Zamora consigue su objetivo, al margen de la fe que tengan o no tengan los espectadores, por el tratamiento que hace de Jesucristo como personaje. Convertido en títere, y tan diestramente manipulado en escenas y situaciones corrientes que pueden parecernos incluso naífs, el protagonista –arropado por un elenco de siete actores– se revela ante el público como la encarnación más plausible que cabe imaginar de la inocencia y la pureza. Así lo entiende también la propia directora: «Hay que tener en cuenta que el personaje es una réplica de la talla románica, y ese Cristo románico se caracteriza por su boca de piñón y su cara de pasmado. No puedes trabajar con él como si fuera un Cristo barroco sanguinolento. En lugar de crear un Cristo heroico o salvador, nosotros optamos por crear un Cristo que acepta lo que le toca, como tenemos que aceptarlo al final todos. Creo que eso va en favor de que el público empatice con él, que es precisamente lo que busca el espectáculo». Sin embargo, como ocurre siempre en los montajes de Nao d’amores, cada decisión está fundamentada también por el propio contexto histórico-artístico: «Investigué mucho sobre cómo podían ser esas ceremonias o actos paralitúrgicos y sobre cómo se usaban en ellas estos cristos articulados –explica Zamora–. El resultado es una aproximación libre que reinterpreta aquellas ceremonias reformulando preguntas universales, para las que, después de tantos siglos de escenificaciones, no tenemos respuestas». En cuanto a la combinación de lo paralitúrgico con el mundo del títere, la directora no tiene dudas de que esa fusión ya estaba presente en el Medievo. «Ante un teatro no regulado por paradigmas realistas rígidos, ni preocupado por anacronismos, elegimos el teatro de títeres como recurso que acumula todas las inverosimilitudes posibles. Y es que el mismísimo Cristo de los Gascones es en realidad una marioneta de tamaño natural que durante siglos ha permanecido yacente, apartada de la finalidad para la cual fue creada».

Concebido por y para la Semana Santa, el Misterio del Cristo de los Gascones supuso un antes y un después en la trayectoria profesional de Ana Zamora. «Yo había estado trabajado en La Abadía y en la Compañía Nacional –recuerda la directora–; en esa época lo dejé todo para buscar mi propio camino. Eso coincidió con que la muerte, por una simple cuestión de edad, empezaba a estar presente a mi alrededor. Una persona que murió por esas fechas fue mi abuelo (se trata del célebre filólogo Alonso Zamora Vicente), que había estado muy cerca en todos mis procesos artísticos y se había convertido en mi asesor de guardia en el trabajo con los textos. Yo necesitaba encontrar una forma de reflexionar sobre la muerte, y me preguntaba cómo una persona en el siglo XXI, atea como yo, podía encontrar consuelo ante ella. Revisando la figura de Jesucristo como mito agrario que desde el Neolítico nos cuenta que la vida y la muerte son partes de un mismo proceso circular, y que la muerte es generadora de vida, di con el trasfondo que necesitaba para abordar esa gran cuestión existencial que, más tarde o más temprano, nos afectará a todos por igual, creyentes y no creyentes».

  • Dónde: Teatro de la Comedia, Madrid. Cuándo: hasta el 31 de marzo. Cuánto: de 6 a 25 euros.