Un huracanado Manzanares da la espalda a la Puerta del Príncipe
El torero de Alicante corta un trofeo y se las ve con el único lote de Jandilla con posibilidades en Sevilla, mientras Morante y Diego Urdiales no tienen opciones
Creada:
Última actualización:
El día anterior habían pasado cosas y Sevilla no era la misma. No estaba todo igual. Ni en el mismo sitio ni a la misma hora. En el juego de las emociones los públicos cambian. Mutan. Se tambalean. Afligen. Como cuando asistes a algo muy espectacular y quedas tan lleno o vacío que no quieres más. Solo irte, seguir disfrutando de lo vivido. No era el caso, porque ayer toreaba Morante. Y Diego. Y Manzanares, que en otro tiempo fue Príncipe de Sevilla. Se colgó el cartel de «No hay billetes» y la Maestranza tenía ese ambiente de tarde grande, de acontecimiento. Morante se había guardado para su Sevilla como las novias el día antes de la gran cita. Lo era para él y para todos los que estábamos allí.
Los vuelos de su capote desprendieron los destellos como si no aguantaran más, como si el arte se le escapara a borbotones. La faena se ralentizaba en la informalidad del toro, que tenía nobleza, pero le faltaba continuidad. Dos muletazos seguidos con el de pecho hicieron sonar la música cuando estábamos más de despedida que de otra cosa. Todavía era el primero de la tarde. Fue ahí cuando llegaron los mejores momentos, los más templados y armoniosos. Con una estocada remató Morante. Morante en su año.
Nada más salir el cuarto a escena ya vimos que era necesario un milagro para que aquello funcionara. En agosto el animal hubiera cumplido los seis años, o lo que es lo mismo, ya no se podría lidiar en una plaza de toros. Ni por Morante ni por nadie. El cuadro flamenco del animal al pisar el ruedo fue la antesala de lo que vino después: las antípodas de la bravura. No era serio ni para la Maestranza ni a plaza llena. Esto es belleza pura. Lo que vimos, no.
A Diego Urdiales le salió cara la cogida de Valencia. Una de esas que pasó desapercibida en el momento y le hizo pasar por quirófano después y le provocó un problema en las cervicales del que sigue renqueante. La cara b del toreo. Lo que oculta el esplendor del traje de luces. Su paso por Sevilla fue un imposible. Su segundo era un inválido. Una pena. Y el quinto quiso ir a la muleta del riojano, pero entre el querer y el poder hubo un abismo insalvable. Una putada. La torería se quedaba huérfana sin enemigo delante.
José María Manzanares tuvo en sus manos la llave del cielo. Cosido a los vuelos del capote tuvo al tercero, que tenía cosas buenas y dentro de su bravura no quería remates por arriba. Entre las rayas del tercio ocurrió toda la faena de Manzanares. Entre el oficio y las líneas rectas. Eso sí un cañón con la espada. El sexto fue toro vivo, raudo y veloz en el engaño. No tenía la clase de tener tanta entrega, y tomó el engaño siempre rebrincado, pero sí con transmisión, vibración, era toro de triunfo. Manzanares recogió el guante de la prontitud del animal y le dejó la muleta en la cara, pero aquello resultó huracanado y a tirones. Valía, porque andábamos caninos y de viernes, pero a estas alturas en el ruedo se dirimían otras batallas. El lote, bien armado, era para salvarse.
Ficha del festejo
Sevilla. Quinta del abono. Se lidiaron toros de Jandilla y Vegahermosa. El 1º, suave y descastado; 2º, inválido; 3º, noble y de buen juego; 4, imposible, 5, desrazado e parado; 6º, encastado y bravo. Lleno de «No hay billetes».
Morante de la Puebla, de negro e hilo blanco, estocada (saludos); pinchazo, media, aviso, dos descabellos (silencio).
Diego Urdiales, de verde hoja y oro, estocada, descabello (silencio); buena estocada (saludos).
José María Manzanares, de nazareno y oro, estocada (saludos); media honda (oreja).