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Tercera de Hogueras: Cuando todo vale

Roca Rey fue el gran triunfador del tercer festejo de Hogueras
Miguel ToñaEFE
La Razón
  • Paco Delgado

    Paco Delgado

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La manía de la gente de apurar hasta el último minuto para acceder a sus localidades hizo que el tercer festejo de Hogueras comenzase con un cuarto de hora de retraso. La mala educación se impone. Todo vale.
Como se impone el afán de El Fandi por gustar. Antes de poner a su primer toro en el caballo instrumentó tres largas de rodillas, otras tantas verónicas semigenuflexas, cuatro o cinco chicuelinas y varios lances de adorno. Luego evidenció una vez más sus extraordinarias facultades físicas y levantó al público de sus asientos con sus pares de banderillas. Si al clavar el tercer par coge el estoque y tumba al toro, el delirio. Pero no cedió a la frivolidad y, muleta en ristre, desaprovechó a un toro con movilidad y nobleza. Los rodillazos, desplantes y efectismos finales hicieron su papel en la gente y se llevó la primera oreja de la tarde. Todo seguía valiendo.
El abanto cuarto, mucho más endeble, le impidió repetir el guión en el primer tercio. Pese a la poca fuerza del animal, banderilleó con gran aparatosidad e intentó dar fiesta durante mucho rato a un toro que no se tenía en pie.
La quietud fue la nota dominante en la actuación de Roca Rey, que se hizo ovacionar al quitar al tercero con chicuelinas y tafalleras sin enmendarse. E inmóvil y con los pies clavados a la arena siguió tras brindar a Manzanares, ligando otra faena muy templada a un nobilísimo ejemplar de Victoriano del Río al que llevó uncido a su muleta. Los adornos finales y el estoconazo fulminante acabaron por enloquecer al respetable, al que le pareció poco premio las dos orejas concedidas.
El sexto, con sus buenos seis años encima, apretó en banderillas y no tuvo gran entrega en la muleta. Sí que la tuvo su matador, que puso todo de su parte para lucir y agradar en un trasteo marca de la casa en la que todo el gasto lo hizo el torero peruano.
Con su noble y bonancible primero, Manzanares basó todo a la estética, guardando las distancias y con notable velocidad. Una serie al natural con empaque fue la excepción de una labor basada en redondos encadenados sin excesiva profundidad. La gran estocada, y el paisanaje, le valió la oreja.
El anovillado quinto, al que se picó de cualquier manera, no estaba para florituras y aprovechó para explotar su potencial plástico en una faena de más envoltorio que contenido.