Una extraña e inquietante Puerta Grande en Bilbao
Alejandro Talavante pasea dos trofeos del buen segundo de Domingo Hernández
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No había todavía huellas ni del tiempo ni casi del toro cuando Talavante brindaba el segundo. Poco había podido hacer Juli. Lo contaremos después. «Anzuelo» eclipsó porque era uno de esos toros de triunfo. Noble, con temple exquisito y repetición. Y estábamos en Bilbao. La ecuación era más que perfecta, pero el toreo no es una suma ni una resta. Está lleno de matices, perfecciones e imperfecciones que van matizando cada segundo. Ocurre, nace y muere. Apostó Talavante ya desde el brindis al público y luego la faena contó con altibajos, irregularidades de quien se busca y no siempre se encuentra. El toreo venía a veces rápido y otras bronco. Más allá, se detuvo Alejandro para hacerlo más suave, con más temple, corría el reloj ya, avanzaba la faena. Entre lo vulgar, el atisbo de lo que Talavante tiene dentro: la mesura de sus naturales, sin la fluidez de otros tiempos, con más voluntades que arraigo en lo emocional. Bilbao se lo jaleó todo. Y en la suerte suprema encontró a la primera el camino. Una estocada que desató los pañuelos y sorprendentemente (por el rigor que caracteriza al presidente) el doble premio. Esta plaza era otra cosa. Un triunfo de dos trofeos era de los que te mueven los cimientos. De verdad. De saber que has presenciado algo excepcional. Ayer Talavante quiso en ese proceso de recuperación del torero, pero la faena no fue sublime. En Bilbao hemos entrado en una inquietante dinámica en la que vale todo y, lo peor, vale todo por igual.
El quinto tuvo sus cosas buenas, por noble y con buen ritmo, aunque a menos, a pesar de que puso en apuros a Miguelín Murillo, que acabó por desmonterarse. Larga fue la faena de Talavante, periférica y sin apostar con el corazón.
El Juli
El calor apretaba con una intensidad que molestaba al comienzo del festejo, picaba... Saber o intuir que podía llover hasta se agradecía. En el patio de cuadrillas minutos antes de iniciar el paseo la temperatura de acercaba al incendio, entre el bochorno, los miedos, la incertidumbre, demasiado para los cuerpos mortales. Era la tarde de El Juli, primera del doblete consecutivo. Cuatro toros por delante en dos días. Tala y Rufo completaban el cartel. El primero de Domingo Hernández se dejó la grandeza en la fachada y se vació en los primeros tiempos de la jugada. Apenas nada había ocurrido de la faena de El Juli cuando la embestida del animal acabó por ser cansina, al paso, descastada. Un simulacro de la bravura, del espectáculo. Julián, que las sabe todas del derecho y del revés, se justificó, enseñó al toro y acabó con aquello. La estocada trasera y abajo fue eficaz. No más. Como la del cuarto, aunque el torero levantara la mano tras hacerlo. El toro, muy altón le costó entregarse en el engaño y el madrileño tiró de oficio.
Había ganas de ver a Tomás Rufo, pero el tercero no dio opciones como para ilusionarse. Su movilidad se apagó como una vela y lo que vino después fue falta de casta e informalidad en el ritmo. Rufo hizo las cosas despacio. Abusó de echarse el toro por fuera con el sexto, que no tenía gran cosa dentro. Se consumía una tarde que no justificaba el resumen. Una inquietante y extraña Puerta Grande cerraba el festejo. En otros tiempos lo habíamos gozado. En estos era raro.
Ficha del festejo
Bilbao. Quinta de las Corridas Generales. Se lidiaron toros de Domingo Hernández. El 1º, descastado y al paso; 2º, bueno, con temple exquisito y repetición; 3º, descastado e informal; 4º, va y viene; 5º, noblón y con ritmo; y 6º, descastado. Menos de media entrada.
El Juli, de gris perla y azabache, estocada caída y trasera (silencio); estocada trasera y caída (saludos).
Alejandro Talavante, de blanco y oro, estocada (dos orejas); estocada (saludos).
Tomás Rufo, azul marino y oro, estocada, dos descabellos (saludos); pinchazo, estocada (silencio).