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Andrés Amorós: «Los que se dedican al arte tienen tanta sensibilidad como capacidad analítica»

Con la publicación de «La inteligencia del toreo», Amorós busca exaltar el pensamiento que habita en los artistas

Andrés Amorós, escritor y periodista
Andrés Amorós, escritor y periodistaJesús G FeriaLa Razón
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Creemos que la inteligencia se puede medir en unas pruebas o con un coeficiente que calculan los expertos. Pero, normalmente, la capacidad cognitiva no viene ni de la erudición, ni de la facilidad para memorizar respuestas correctas para todo. La inteligencia es otra cosa, y es ahí donde el periodista Andrés Amorós encontró el hilo argumental de su último libro, “La inteligencia del toreo”. Dieciocho relatos y pensamientos de grandes nombres del mundo del toro.
Usted ha hablado con muchos toreros y artistas. ¿Se puede generalizar en su inteligencia?
Sin duda, lo que pasa es que exploramos poco en ella, creo. Como periodista, sabes bien que grabas mucho más de los que escribes de los personajes. Así que me había quedado con un montón de pensamientos y declaraciones brillantes y se me ocurrió que podía reunirlas en un libro y, en definitiva, oír hablar a los maestros, que es lo que realmente interesa.
Hay gente que no relaciona la inteligencia con el toreo.
No es casualidad que los toreros sean inteligentes. El toreo es un arte, por supuesto, pero tiene, entre otras, una dificultad enorme, pues la materia con la que trabaja es un toro. No como un pintor con el lienzo y los colores o un escultor con el mármol, no, con un animal peligrosísimo. El torero crea belleza con un animal misterioso, que no sabes cómo va a reaccionar, porque el toro además es cambiante, y con lo que yo he relacionado siempre a la inteligencia es a la capacidad para reaccionar adecuadamente con rapidez, verlo claro y, todos los toreros que aportan su sabiduría en este libro eran personas sin cultura, en el sentido académico, de estudios, Marcial Lalanda, por ejemplo, con 10 años ya estaba toreando y apenas pasó por la escuela, y sin embargo es de las personas más extraordinariamente inteligentes que he conocido en esta vida, con una agudeza, de visión clara, implacable. Todos los toreros importantes que he conocido, además de valor, además de estética, además de suerte, han tenido cabeza, tanto para ver al toro, como para ver las reacciones del público y saber estar en su sitio. No en vano, en todas las épocas, los toreros y los grandes pensadores y literatos siempre han estado muy cerca unos de otros.
Pero a veces parecen menos reflexivos o les cuesta explicarlo.
Es cierto, pero eso es otra cosa. Una cosa es ser muy inteligente y otra tener la capacidad de expresión, es normal que les pueda costar un poco más. Hace poco conocí a Miquel Barceló, un pintor de fama mundial y habla muy poco o, digamos, no es elocuente. Pero dice un par de cosas que son sentencias. Incluso Picasso, cuando hablaba, normalmente lo hacía con mucha incoherencia. No son oradores, pero para eso estamos los periodistas, para ejercer de traductores y poder sacar a la luz con claridad los pensamientos de esos genios.
Ponemos la palabra como vehículo.
Eso es. El ejemplo son las tauromaquias, las de Pepe-Hillo, Paquiro, Guerrita, o la famosa conferencia de Domingo Ortega, no las escribieron ellos, lo hicieron amigos suyos con facilidad para la escritura, quienes dieron forma a las ideas y el conocimiento de aquellos toreros. Porque son ellos los que tienen la sensibilidad, esa capacidad brutal para sentir y traducir aquellas sensaciones en una habilidad, en una idea, en un pensamiento. Sin darse cuenta algunos, probablemente, tienen tanta sensibilidad como capacidad analítica. Esa es la inteligencia más pura.
¿Ha variado la capacidad reflexiva de los toreros con el tiempo?
No creo, lo que cambia es la sociedad y la forma de vivir el toreo, para bien o para mal. Ahora los toreros, en general, tienen mejores estudios y una cultura mayor. Antes se vivía más el mundo taurino, había más una obsesión por el toreo, por sentir. Ahora parecen tener otras urgencias, pero al final, los que destacan, siguen teniendo esa curiosidad, esa capacidad, quizá un poco menos ejercitada, pero la tienen.
¿Y el público?
Ahora saben poco o nada de la historia y creen que todo ha nacido ayer y, claro, ¡se descubre el Mediterráneo! Oiga no, antes que usted ha habido otros artistas que han hecho cosas importantes. Estoy encantado de que leguen los jóvenes a los toros, pero hay que aprender. Como aprendimos todos. Yo iba de niño con mi padre y lo escuchaba a él, me callaba y aprendía. Las reglas del arte, el rito, el sentimiento, cómo hay que comportarse, todo eso se aprende. Marcial Lalanda decía una cosa preciosa: “hay que ser orejero, para escuchar a los mayores, a los que saben”. Bueno pues, esta gente sí que sabía de toros porque lo había vivido y porque era gente muy inteligente. Humildemente, lo que he intentado es transmitir esas vivencias y reflexiones de cada uno de ellos.