Corridón de Victorino la tarde en la que El Cid, Escribano y De Justo revientan Sevilla
Los dos trofeos de Escribano y la oreja que pasearon El Cid y Emilio de Justo no reflejan las emociones de una tarde que duró casi tres horas y en la que un toro fue premiado con la vuelta al ruedo
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A El Cid lo habían ovacionado en su vuelta, pero lo cierto es que pareció que no había pasado el tiempo. Por su vestido tabaco y por su estilizada figura. Manuel Jesús regresó con la corrida de Victorino Martín y lo hizo a lo grande, pero lo que no teníamos la menor idea es que nos esperaba una tarde espectacular. La que Victorino iba a lidiar un encierro de sus mejores tiempos y que Cid, Escribano y Emilio de Justo protagonizarían una larga e inolvidable tarde, repleta de matices, de valor y valores, un escaparate en el que anclar la Tauromaquia. Ya la nobleza de «Corretón» le permitió redescubrirse por los recovecos del toreo sin prisas. Al natural desde el principio, su pitón estrella, y también del toro. La tomaba bien, largo, a su aire sin demasiada entrega. Disfrutones uno y otro y el público que veía el regreso del torero de Salteras en buen estado. Menos humillación tuvo el victorino por el diestro. Pasaba por allí, pero en esas cosió Manuel una faena sincera y una estocada trasera le valió para dar una merecida vuelta al ruedo.
Pero la cosa fue a más hasta llegar a una explosión. Lipi expuso una barbaridad en el par que puso al cuarto y Emilio de Justo le hizo el quite de su vida. Emocionante momento. El Cid no bajó el ritmo. La suavidad fue la reina de todo el trasteo y por el zurdo recuperó su mejor versión. Naturales extraordinarios a un toro bueno, también. Solvencia, seguridad y saber estar aportó el de Salteras.
«Portero» fue el toro que puntuó en la legión del peligro y le hizo la vida difícil a Manuel Escribano. Sin tregua. Lo suyo fue un duelo desde el primer muletazo, cuando ya se quedó corto, por debajo y orientado. Hubo un momento que el toro se paró, lo miró y lo radiografió de tal manera que el miedo trepó por el tendido. Era una evidencia. Se podía oler. Joder a pesar de ello Manuel Escribano le puso los muslos y el corazón como si no costara en todos y cada uno de los muletazos. A sangre fría. Valiente el tío. Era un trago estar allí, pero no dio la espalda. No nos aburrimos y nos faltó el oxígeno por momentos. Se fue detrás de la espada como un loco. Atrás quedó, pero la ejecución fue perfecta. La verdad con la que se tiró resultó descomunal. Su puesta en escena, también.
Nos puso el corazón a mil en el quinto yéndose a portagayola y luego nos lo paró en seco en la faena de muleta. Era casi imposible torear más despacio. El toro embestía a cámara lenta. Había que aguantarlo, pero al conseguirlo la belleza de aquello era una bomba emocional. Un estallido que se llevó por delante a la Maestranza en ese recital de toreo diestro y esos cambio de mano que resultaron una delicia. No era una historia vulgar, el destino había querido que el hijo de aquel «Cobradiezmos», que el mismo Escribano indultó en esta plaza en 2016, «Patatero» de nombre, fuera ese gran toro que llevara la grandeza del toreo en sus embestidas al paso y fuera premiado con la vuelta al ruedo. Caprichos del destino.
El tercero tampoco permitía fallos, pero en otro orden de cosas. Era la suavidad era la mejor arma de Emilio de Justo para enfrentarse. Cuando no se la cogía el toro iba suavón, en cuanto la rozara se violentaba una barbaridad. Logró relajarse de veras y se fue detrás de la espada como un cañón. Una lucha de titanes fue la que mantuvo con el sexto. Le quería quitar la cabeza y Emilio aguantó lo inaguantable. El encastado fue agradecido. Qué gran tarde de toros. La corrida de Victorino y Cid, Escribano y Emilio reventaron Sevilla. Esta es de las que joden que te lo cuenten.