
Reconocimiento
Razones para un premio: Pablo Aguado: la voz nueva de la cultura taurina
El torero sevillano nos acompañará el jueves en la sede de LA RAZÓN para celebrar la Navidad con los Premios a los Artistas del Año

En un año donde la tauromaquia necesitaba argumentos para mirar hacia delante, Pablo Aguado ha tejido algunos de los más convincentes. Su temporada 2025 no se midió solo en orejas y Puertas Grandes –aunque las hubo–, sino en voluntad, versatilidad y capacidad para transformar el toreo en una plataforma que llega más allá de las plazas. Primero fue el toreo, por supuesto: en Castellón, en Sevilla, en Madrid, en Granada. Donde muchos podían dudar, él colocó la muleta con firmeza. Fueron tardes de temple, de riesgo, de toreo pensado desde la estética y la pureza. Ese equilibrio entre forma y fondo, entre el valor de ponerse en el sitio y la mirada que hay detrás, ha consolidado su estatus como torero de culto. «En los momentos duros te traiciona el síndrome del impostor», confesaba Aguado en una entrevista a Patricia Navarro en este diario. Por eso, cada triunfo suyo en 2025, además de mérito, tiene valor simbólico: representa la resistencia a la duda, la constancia con convicción.
Pero lo interesante del año 2025 de Aguado no fue solo su toreo. Fue su capacidad para abrir ventanas. En Bruselas, en el Palacio de Bellas Artes Bozar, la instalación audiovisual «Tauromaquia», ideada con el cineasta Albert Serra, transformó las imágenes del toro en una experiencia artística. Llevó la tauromaquia al mundo del arte visual, a un museo, a quienes jamás habían visto una corrida. No buscó aplausos, buscó diálogo. Allí, delante de figuras culturales y políticas, Aguado demostró que el toreo puede ser también reflexión, estética, conmoción. De vuelta a su temporada, en los lugares donde toreó, organizó una acción directa: regalar y firmar capotes infantiles a centenares de niños. Centenares de capotes, decenas de risas, pálpitos de ilusión. Allí no había arena, no había toro, pero sí un semillero: la afición joven, curiosa, naciente. Esa dimensión social, hecha desde la humildad, revela otro de los talentos ocultos del diestro: su piel de embajador cultural.
Ese equilibrio entre el ruedo, el arte y la calle es hoy un rasgo distintivo. Pablo Aguado no teme mirar afuera, no teme exponer la tauromaquia como algo vivo, actual, debatible. Dice entender las críticas porque muchas veces vienen del desconocimiento. Pero apuesta por el diálogo, por que la gente vea lo que ocurre detrás del ruedo: el riesgo, la pasión, el silencio, la emoción.
Y en esa apuesta también hay honestidad. Pablo Aguado no presume, reflexiona. No se refugia en nostalgias. Prefiere la verdad del presente: con sus luces y sus sombras. Lo ha dicho claro: su camino no es la gloria fácil; es la búsqueda constante, el pulso firme, la convicción sin estridencias.
Si 2025 debía mostrar que la tauromaquia puede renovarse sin traicionar su esencia, Pablo Aguado ha demostrado asimismo que eso es posible. Con su forma, con su estilo, con su mirada. Que no hay contradicción entre arte, raíz y modernidad. Que el toro, la muleta, la plaza, pueden seguir hablando a nuevas generaciones como expresión cultural viva. Y lo mejor: que esa voz suya suena distinta. Incluso para quien nunca ha aplaudido dentro de un tendido.
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